
Persona es:
- RAE: un individuo de la especie humana
- Ética: un individuo racional, consciente de sí mismo y de los valores morales, capaz de responsabilizarse de sí mismo
- Aristóteles: un animal político que por su naturaleza debe vivir en sociedad, siendo esta la única forma para alcanzar su perfección, es decir, su felicidad.
- Filosofía: alguien que filosofa, reconoce y admite su propia falta de conocimientos; se abre a una verdad mayor y se deja fascinar por ella
- Boecio: Sustancia individual de naturaleza racional
- Santo Tomas de Aquino: lo más perfecto que hay en toda la naturaleza, o sea, el ser subsistente en la naturaleza racional, por lo que posee gran dignidad que pide ser reconocida y valorada
Podemos encontrar ensayos extensísimos con diferentes enfoques, incluido 2000 años del continuo Magisterio de la Iglesia.
Pero ahora, para honrar la máxima de Chesterton, los invito a sorprenderse ingratamente, o simplemente escandalizarse, con algunas definiciones extravagantes de Persona humana concebidas por algunos marginales, tan absurdas como aptas para la broma, pero dada la penetración cultural de la que gozan gracias a un importante patrocinio económico (financistas de la Agenda 2030), también muy peligrosas.
A partir de un dato más o menos cierto, estos imaginativos “filósofos” bárbaros construyen una teoría científica con apariencias de racionalidad que refuerzan, distrayendo al lector, con un sentimentalismo digno de telenovela. Para sus fines, no dudan en utilizar premisas dudosas o claramente falsas y arriban a conclusiones absurdas y, algunas otras, bestialmente inmorales. Lo peor es que, según su criterio, serán verdaderas hasta que alguien demuestre lo contrario y, en el colmo de la soberbia y la ignorancia, invitan a la discusión. (falacia <<ad ignorantiam>>).
Algunos caerán en la trampa y coincidirán con algunas premisas o con algunas conclusiones “un poco más recatadas” (si hubiera alguna), discreparán de otras un poco más “indecorosas” (aceptarlas solo les llevará tiempo y un lavado neuronal más) y rechazarán rotundamente con algún gesto de escándalo las “más horrorosas” (y de estas sí hay unas cuantas).
Pero lamentablemente, todas son brotes de diferentes tamaños de la misma raíz, serán el mismo árbol y terminarán dando los mismos frutos.
A continuación, encontrarán como involucionaron las definiciones de persona, desde los primeros pensamientos racionalistas negando a Dios, hasta las monstruosidades más irracionales que pueden concebir los salvajes de la barbarie moderna cada vez más lejos de la civilización.
(no dejen de ver los video anexos con las palabras de los protagonistas).
¡Qué Dios nos ayude a “pensar la patria”!
... decíamos ayer Evolucionismo-Antiespecismo (09/2021), ahora les recomiendo:
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Los Bárbaros Modernos I y II
Pedro L. Llera
publicado el 23.04.22 en Infocatolica.com
La lucha entre la Luz y las tinieblas continúa. Acabamos de celebrar la Semana Santa y estamos en los tiempos de pascua. Cuando Cristo muere en la cruz, las tinieblas cubren el mundo:
Era ya cerca de la hora sexta cuando, al eclipsarse el sol, hubo oscuridad sobre toda la tierra hasta la hora nona. (Lucas 23, 44).
Mira, las tinieblas cubren la tierra, y una densa oscuridad se cierne sobre los pueblos. Pero la aurora del Señor brillará sobre ti; ¡sobre ti se manifestará su gloria! Las naciones serán guiadas por tu luz, y los reyes, por tu amanecer esplendoroso. (Isaías 60, 2-3)
La resurrección de Cristo rompió las tinieblas. El pecado, el mal, la injusticia, la crueldad, el odio, el mal y la muerte han sido derrotados para siempre. Cristo ha resucitado. Verdaderamente ha resucitado. Cristo es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Él hace todas las cosas nuevas. El amor de Cristo nos urge. El que está con Cristo en una criatura nueva. Todo es nuevo.
Cuando el hombre se aparta de Dios, inevitablemente, vuelve la barbarie y la civilización deja paso a la bestialidad más cruel. No puede ser de otra manera. La batalla continúa. La lucha no terminará hasta que el Señor vuelva en gloria y majestad.
Los Bárbaros Modernos
Kant, Darwin, Malthus
Desde la Revolución Francesa, el concepto de persona ha ido evolucionando.
Para Kant (1724-1804), la persona es el sujeto de acción moral, que actúa de un modo autónomo y guiado por la razón. El concepto de persona en Kant está ligado al de dignidad. Son personas los que son libres y responsables de sus actos. Detrás del criterio de persona de los liberales kantianos está el modelo de adultos humanos de mediana edad, saludables y jóvenes, los cuales tienen funcionando sus capacidades de racionalidad, autoconciencia, etc., constituyéndose en un grupo de élite.
Quedan excluidos del concepto de persona todos aquellos seres humanos que no cumplen los requisitos enunciados por Kant: los embriones y fetos humanos, los dementes, los bebés recién nacidos y los niños pequeños; los enfermos en estado de coma, etc. Para Kant, no todos los seres humanos que pertenecen a la especie homo sapiens son realmente personas. Y todos lo que no son personas son cosas y carecen de dignidad.
A partir de la idea de Darwin (1809-1882) de que la evolución se produce por la supervivencia de los más aptos, algunos interpretaron que la naturaleza era una lucha continua de todos contra todos y que el motor del progreso era esa lucha. El darwinismo fue reivindicado desde las posiciones ideológicas más opuestas, desde las teorías racistas, que hablaban de la supremacía de la raza blanca, hasta los sociólogos marxistas, que reducían la evolución social a la lucha de clases.
Se dice que la lectura de Thomas Malthus (1776-1834), proveyó a Darwin de una idea fundamental:
«Todas las especies producen más descendencia de la que puede sobrevivir; dado que los recursos alimenticios son limitados, se genera una competencia por ellos; así, solo unos cuantos sobreviven y estos son los que se reproducen. De esta manera, al regularse el tamaño de las poblaciones, se evita la sobrepoblación».
Y ya tenemos encima de la mesa la relación entre la población humana y los recursos naturales necesarios para su supervivencia. He aquí el origen del ecologismo político.
Clemence Royer (1830-1902)
Ya en 1869, la economista francesa Clemence Royer señalaba que había límites en el desarrollo económico que vienen dados, según ella, por la existencia de ciertas riquezas «dadas directamente por la naturaleza en cantidades limitadas y que el hombre no puede volver a crear una vez consumidas o arruinadas.»
«Entre estas riquezas se encuentran las minas y las canteras, que suministran los metales y los combustibles: los animales domésticos y las plantas cultivadas, la caza y la pesca, las especies forestales, las yerbas y los arbustos de las praderas, de los campos y de los eriales, o sea, la fauna y la flora actual de nuestro globo, que una vez empobrecidas en sus formas y en sus tipos no pueden recomponerse, pese a nuestra ciencia y a nuestro saber, que no alcanza a llenar aquellos vacíos, aquellas lagunas. Pero entre ellas figura en primer término la fuerza productiva del suelo, que cuando se agota, no se renueva fácilmente ni con poca lentitud, si es que llega a renovarse.»
Hoy diríamos que el desarrollo económico no es sostenible y que necesitamos una economía circular. El discurso de Royer en 1869 es idéntico al que hoy tenemos que escuchar a todas horas: sostenibilidad, ecología, recursos limitados, sobreexplotación… No hay nada nuevo bajo el sol…
Royer fue adalid del darwinismo social. La sociedad no debe poner trabas al desarrollo en su seno de la selección natural, evidentemente en la «imitación más fiel que sea posible de la naturaleza», y todo lo que se le oponga es un freno al progreso: por ejemplo, la religión, con su insistencia en la igualdad y la protección al débil que traen como consecuencia «agravar y multiplicar en la raza humana los males que dice querer remediar.»
Los recursos naturales son limitados. No hay para todos. Luego, los más débiles deben perecer. Se impone la selección natural.
Ernst Haeckel (1834-1919)
Cuando se habla de ecología suele citarse a Ernst Haeckel como introductor del término. Haeckel era un propagandista radical del darwinismo cuyas teorías evolucionistas creía de aplicación tanto a la vida irracional como a la sociedad, puesto que «las reglas sociales son, en el fondo, reducibles a las leyes naturales de herencia y adaptación.»
Haeckel crea la Liga Monista Alemana en 1906. El monismo partía de la consideración de que la naturaleza lo era todo y todo estaba sometido a las mismas leyes, es decir, «la concepción unitaria natural del mundo». La Liga Monista tenía los siguientes fines:
«La higiene de la raza y la eugénica (medidas para asegurar la descendencia sana), la reforma sexual y la protección de la madre, el feminismo, la reforma agraria, la reforma escolar (petición de la escuela única y de la escuela del trabajo, de una instrucción moral, no confesional, por lo menos para los niños disidentes), el fomento del movimiento de apartamiento de la Iglesia, la abolición del juramento religioso, la separación de la Iglesia y el Estado, el movimiento pacifista, el idioma internacional, el derecho a la eutanasia (la muerte sin dolor de los incurables, a voluntad de ellos), etc.».
Como ven, la Liga Monista propone todo un programa político que un siglo después ha conseguido alcanzar casi todos sus objetivos.
Haeckel, que aplica la lógica materialista con toda consecuencia, se expresaba a favor del infanticidio, una práctica que –en su opinión– aseguró al pueblo espartano su bienestar y su pujanza física. Así lo expresa el propio Haeckel:
«Los antiguos espartanos debieron en gran medida sus virtudes, como la fuerza corporal, la belleza física, la energía espiritual, etc., a la vieja costumbre de eliminar a los recién nacidos débiles o deformes […] Pero cuando en 1868 hice mención en una de mis obras de las ventajas de la selección espartana y su contribución al mejoramiento de la raza, un torbellino de violentas críticas se abatió sobre mí desde las publicaciones “piadosas”, como suele ocurrir siempre que la sola razón se atreve a desafiar los prejuicios imperantes y los principios de la fe que dominan la opinión pública».
Así, pues, el infanticidio –piensa Haeckel– es la mejor solución. Pero siempre queda la posibilidad (incluso deseable, como cree el mismo autor) de quitar piadosamente (es decir, indoloramente) la vida, en los casos de graves enfermedades incurables y hereditarias. Prosigue Haeckel:
«Sin embargo, me pregunto qué provecho obtiene la humanidad permitiendo que miles de inválidos, sordomudos, cretinos, etc., sobre los que gravan enfermedades incurables y hereditarias [que por tanto transmitirán a su descendencia, incrementando exponencialmente el número de tarados] sean artificialmente sostenidos y criados hasta edad avanzada. ¿Qué provecho sacan esas mismas miserables criaturas de su vida? ¿No sería acaso mejor y más racional terminar desde el inicio mismo con esas vidas que arrastran una inevitable miseria?»
Nietzsche (1844-1900)
“Dios ha muerto”: la idea de dios es un mero mito creado por la mente humana. Dios no existe. Y, por lo tanto, Dios no puede ser la fuente de la moralidad ni de la teleología; es decir, si no existe Dios, los Mandamientos (la moral católica) carecen de fundamento. Y el fin del hombre (teleología) ya no es Dios, sino el propio hombre. El hombre es un fin en sí mismo: su fin no es Dios. Sigue así la idea kantiana del Reino de los Fines, en oposición al Reino de Dios. Nuestra felicidad, nuestro fin, ya no es Dios, sino que cada hombre busca su felicidad a su manera. No hay un más allá. No hay más que el aquí y el ahora. Para Nietzsche, la felicidad se identifica con el vitalismo hedonista: la felicidad consiste en disfrutar de los placeres terrenales, especialmente del sexo, tan prohibido y reprimido por la moral cristiana. Si no hay Dios, vale todo.
El vacío dejado por la muerte de Dios debe ser llenado de alguna manera y entonces, Nietzsche propone el ideal del hombre superior, el Übermensch ( superhombre o suprahombre), con sus propios valores. El superhombre implica el endiosamiento del hombre, que ya no va a reconocer ningún poder por encima de sí mismo. El superhombre es el hombre que está más allá del bien y del mal. Es el hombre que ha superado las restricciones morales del cristianismo y decide por sí mismo su propia moral. Cada hombre decide, según su conveniencia y sus intereses, lo que está bien y lo que está mal. Todo está permitido, salvo aquello que invada la libertad del otro.
«¡Mirad, yo os enseño el superhombre!
El superhombre es el sentido de la tierra. Diga vuestra voluntad: ¡se el superhombre el sentido de la tierra! ¡Yo os conjuro, hermanos míos, permaneced fieles a la tierra y no creáis a quienes os hablan de esperanzas sobreterrenales! Son envenenadores, lo sepan o no.
Son despreciadores de la vida, son moribundos y están, ellos también, envenenados, la tierra está cansada de ellos: ¡ojalá desaparezcan!»
Así habló Zaratustra, Friedrich Nietzsche
Los débiles y malogrados deben perecer; tal es el axioma capital de nuestro amor al hombre. Y hasta se les debe ayudar a perecer. ¿Qué es más perjudicial que cualquier vicio? La compasión activa con todos los débiles y malogrados; el cristianismo…
El anticristo, F. Nietzsche
Los débiles deben perecer. Nietzsche se manifiesta partidario de un darwinismo radical. Los seres inferiores deben perecer y los seres superiores, el Übermensch, deben ayudar a que los débiles perezcan.
Peter Singer (1946-)
Peter Singer plantea una diferencia entre ser humano y persona. De tal modo que las personas se caracterizarían por su autoconciencia. Son las personas las que son sujetas de derechos. Pero hay seres humanos que no tienen autoconciencia, como los embriones, niños y dementes. Los seres humanos que no son personas (es decir, aquéllos sin autoconciencia) son iguales a los animales, por lo que no gozan de derechos. Un embrión, una persona mentalmente discapacitada, un niño anencefálico son biológicamente seres humanos, porque han sido engendrados por un óvulo y un espermatozoide humanos. Pero no son personas ni sujetos de derechos.
Como ven ustedes, Singer no hace otra cosa que seguir el concepto de persona de Kant. Dice Singer: «yo propongo utilizar el término “persona” en el sentido de ser racional y consciente de sí mismo, para englobar los elementos… que no entran dentro de la expresión “miembro de la especie homo sapiens”».
El pertenecer a la especie homo sapiens no tiene pertinencia moral. Singer dice que la relevancia moral del ser humano se debe al cristianismo porque creyó que Dios es el dueño de la vida humana y matarla es ir contra Dios. Además, el Creador habría puesto a los animales bajo el dominio del hombre. Y Singer impugna la cosmovisión y la moral cristiana y propugna una nueva ética, una nueva visión del hombre.
Según esa nueva ética, no habría una conexión directa entre la condición de «persona» y lo que hay de malo en matar. El utilitarismo clásico juzga las acciones en tanto en cuanto contribuyen a maximizar el placer o la felicidad (concepción hedonista) y a minimizar el sufrimiento y la infelicidad. En definitiva, es bueno todo aquello que me da placer y malo lo que me provoca dolor.
Para Singer, «todos los animales son iguales»: y el ser humano no es sino un animal como los demás. Singer rechaza el principio de sacralidad de la vida humana. No a todos los seres humanos les corresponde la dignidad de ser personas; mientras que ciertos animales no humanos, sobre todo los grandes simios, serían personas. Los seres humanos son animales. Nada más.
Singer acepta que un feto humano es un ser humano inocente, pero, aun así, no tiene reparos en aceptar como lícito el matar a un ser humano inocente. «No se trata –según Singer– de negar que el feto sea un ser humano, pues es innegable que lo es. Se trata de que, aunque sea un ser humano, no por ello tiene un derecho incondicionado a la vida». Es más, hay casos, según Singer, en que matar a un ser humano sería lo correcto. Embarazos no deseados, por medio del aborto; nacimientos de niños con graves patologías físicas o psíquicas, por medio del infanticidio; vidas que carecen de la calidad mínima para merecer ser vividas, por medio de la eutanasia: he aquí tres casos en que es correcto matar a un ser humano.
La vida de un embrión humano no tiene más valor –dice Singer– que la de un animal no humano con un nivel similar de racionalidad. Singer cree que, puesto que el embrión humano no es persona, no tiene el mismo derecho a la vida que los animales no humanos racionales, que para Singer coinciden con los mamíferos.
Un niño recién nacido no es una persona porque no es racional ni autoconsciente. Así que, al igual que el feto, tampoco tiene derecho a la vida. «La vida de un recién nacido es de menor valor que la vida de un cerdo, un perro o un chimpancé», nos dice Singer.
Desde el punto de vista moral, el aborto y el infanticidio tienen el mismo valor. Si el aborto es lícito, el infanticidio también lo es. Para Singer, el infanticidio debería ser legal con tres condiciones: gravedad de la enfermedad física o psíquica del recién nacido, plazo de un mes después del nacimiento para su práctica y consentimiento de los padres.
Pues bien, el embrión, el feto y el recién nacido no son personas porque carecen de conciencia. Pero éste también es el caso de los enfermos mentales profundos. Luego tampoco ellos son personas. Ahora bien, ¿qué diferencia hay entre quitar la vida a los primeros antes, o hasta un mes después del nacimiento, que quitársela a aquellos enfermos incurables en un estado avanzado de su vida? Desde luego ninguna diferencia esencial. Si el lugar (dentro o fuera del claustro materno) no es criterio válido para determinar la ilicitud de aborto e infanticidio, el tiempo tampoco debe serlo en la práctica de la eutanasia en los casos de seres humanos que, aunque adultos, no poseen el ejercicio de las facultades de las que, según Singer, depende la personalidad. Naturalmente en estos casos de patologías mentales graves la lógica materialista abogaría por tomar la decisión de quitar la vida en el momento mismo del nacimiento (o antes si fuera posible) y no posponerla inútilmente. Lo más acertado sería en realidad –como siempre ha postulado la eugenesia– la decisión de impedir la procreación a aquellos seres humanos transmisores de la enfermedad. En términos de filosofía utilitarista y de minimización del dolor, la esterilización es preferible al aborto, así como el aborto es preferible al infanticidio y el infanticidio a la eutanasia.
Animalismo y Antiespecismo
Para Singer, todos los seres vivos -no solo el hombre- tienen derechos y comportamientos éticos. Dice Singer que «dar preferencia a la vida de un ser simplemente porque dicho ser pertenece a nuestra especie nos pondría en la misma posición que los racistas que dan preferencia a los que son miembros de su raza».
El especismo es una especie de racismo hacia los animales no humanos, a los que el hombre está explotando injustamente. Por ello, Singer se convirtió en un adalid de la liberación animal.
En 1975, Singer publicó su obra más célebre, Animal Liberation (liberación animal), que ha sido probablemente el libro de ética más vendido del siglo XX. Liberación Animal se fundamenta en dos afirmaciones muy discutibles: la consideración del ser humano como un animal más, sin diferenciaciones, y la igual consideración moral y la similitud de intereses de los diversos animales, sean o no humanos.
Singer fundamenta sus tesis en la idea de que el dolor siempre es malo, por lo que no hay que incrementarlo sin necesidad. Y para él, el comportamiento humano causa dolor y sufrimiento a los animales, incrementando con ello el dolor y el sufrimiento universales.
No solo hay que tomar en consideración el dolor de los humanos. Hay que calcular el dolor de los integrantes de otros pretendidos “grupos” (sexos, razas o especies), presuntamente capaces de sufrir. En caso contrario, según él, se caería en el sexismo, el racismo o el especismo.
El “especismo”, concepto acuñado en 1970 por el citado Richard M. Hare, inspirador de Singer, consiste en conceder primacía a una determinada especie, el ser humano, respecto a los demás animales. El “especismo” sería una especie de “racismo” inter-especies animales diferentes. Aunque Singer adopta el especismo, no por ello llega a considerar que la pertenencia a una especie determinada tenga relevancia moral alguna.
Peter Singer plantea que lo que les debemos a los demás animales es procurarles su bienestar. Singer defiende un gradualismo moral, al determinar que se tomen como referencia algunas capacidades cognitivas ajenas a la sintiencia misma (como pensar en un futuro, establecer relaciones significativas con otros) y asume que algunos de los demás animales no humanos no tienen conciencia de sí mismos. Así, sólo considera como parámetro universal el dolor para considerar de la misma manera a los sujetos, independientemente de la especie.
Singer se preocupa por el bienestar animal y por reducir el sufrimiento que se les inflige. No se opone a comer animales criados en “libertad”, que tengan una existencia agradable en un grupo social adecuado a sus necesidades de comportamiento y que se les mate rápidamente y sin dolor. Peter Singer reconoce que sí comería animales que “han tenido una buena vida” y que esto es mejor para ellos que no existir, si no ha sufrido para ser producidos.
Singer es también un ecologista militante. El 19 de septiembre de 2021, publicó en El País un artículo titulado “Contra el orgullo del chuletón europeo”, en el que afirma:
«El informe de 2013 de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación titulado Enfrentando el cambio climático a través de la ganadería afirma que la carne de vacuno contribuye con el 41% de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) de todo el sector ganadero, y también tiene la mayor intensidad de emisiones, es decir, las emisiones de GEI más altas por unidad de proteína, en comparación a todos los otros productos animales. Esto se debe en gran medida a que los rumiantes eructan y lanzan pedos de metano, un gas de efecto invernadero extremadamente potente. Como resultado, la cría de ganado vacuno genera, en promedio, seis veces la contribución al calentamiento global que generan los animales no rumiantes (por ejemplo, los cerdos) para producir la misma cantidad de proteínas.»
Por lo tanto, como también defiende el Foro de Davos o el ministro de consumo, Alberto Garzón, hay que limitar el consumo de carne de vacuno. Lo de los pedos y los eructos de las vacas suena a coña. Pero estos tipos van muy en serio…
La estrategia sería la misma que con el tabaco: propaganda (campañas de publicidad institucional, promoción del veganismo y el vegetarianismo como lo más ético en series, programas de televisión o películas), aumento de impuestos para encarecer artificialmente el producto; y alarmismo sanitario (el consumo de carne roja produce cáncer, así que hay que limitarlo o prohibirlo). Sigue escribiendo Singer:
«La promoción de la carne de vacuno por parte de la UE no sólo socava los objetivos climáticos. El Plan de Lucha contra el Cáncer de la UE reconoce que las carnes rojas y procesadas se han relacionado con mayores riesgos de cáncer. Esa opinión es compartida por la Organización Mundial de la Salud, que cataloga las carnes procesadas, como por ejemplo las carnes tratadas con sal, como carcinógenos del Grupo 1, es decir, productos que se sabe que causan cáncer, y la carne roja – es decir la carne de res, cordero y cerdo – es catalogada como carcinógeno del Grupo 2A, lo que indica que probablemente causa cáncer. En el año 2019, la Comisión EAT-Lancet sobre Alimentación, Planeta, Salud, un organismo de expertos creado por una de las revistas médicas más importantes del mundo, recomendó una dieta que “se compone en gran medida de verduras, frutas, granos enteros, legumbres, frutos secos y aceites no saturados” con algo de marisco y aves de corral, pero “ninguna o una baja cantidad” de carne roja o carne procesada.»
Hay que dejar de comer carne porque no es sostenible ecológicamente. Eso supondría el fin de la ganadería. Y detrás vendrá el fin de la caza, de la pesca, de los productos textiles que usan las pieles, de la industria del calzado, de los productos lácteos, etc. Pero entonces ya estamos dando un paso más: el que dan los veganos.
Cuando la filosofía se aparta de Dios, pierde el juicio y deja de ser capaz de distinguir el bien y el mal. La filosofía moderna proclama nuevas éticas sin Dios y acaba justificando la eugenesia, las esterilizaciones, el aborto, el infanticidio, la eutanasia y toda clase de aberraciones. Uno de los gurús de la nueva filosofía, probablemente el filósofo más influyente de los últimos años es Peter Singer. Les invito a leer un par de entrevistas que aparecen en medios de comunicación españoles:
Peter Singer: “La pandemia ha demostrado que no todas las vidas valen lo mismo”
¿Cree que sus tesis se están viendo reforzadas?
Al menos queda demostrado que cuando llega el momento de la verdad y hay que tomar decisiones, la mayor parte de la gente tratará de salvar las vidas de los que pueden sobrevivir más tiempo y en mejores condiciones. En el fondo, si nos sentimos presionados la mayoría echará mano del utilitarismo y no de conceptos relacionados con la santidad de la vida humana. Todo eso está bien cuando no te ves en la tesitura de hacer un juicio definitivo, pero no es verdad que todas las vidas valgan lo mismo. Y no tiene sentido tirar una moneda al aire para decidir si quien vive es el de 40 o el de 80 años.
Singer defiende la necesidad del triaje: del deber de decidir, en caso de necesidad, quién puede seguir viviendo y quién no. No todas las vidas tienen el mismo valor y, desde luego, la vida humana no es sagrada (ahí está la cuestión).
Vegetarios y Veganos, por Peter Singer
XLSemanal. Acláreme, ¿qué diferencia hay entre un vegetariano, un vegano y, lo que usted llama, el omnívoro consciente?
Peter Singer. Un vegano no come ningún producto animal; es decir, ni carne, ni pescado, ni huevos, ni leche ni queso. Un vegetariano no come carne ni pescado. Un omnívoro consciente come todo lo que ha sido producido de un modo humano y sostenible. Pero, claro, ¡dónde ponemos el listón de “humano” y “sostenible” …!
Tampoco está de más leer algún artículo del propio Singer:
Laudato si ha recibido considerable atención de los medios de comunicación, la mayoría centrada en su llamamiento inquebrantable en pro de la adopción de medidas contra el cambio climático. Es apropiado, porque reviste la máxima importancia que el dirigente de 1.200 millones de católicos romanos del mundo haya declarado inequívocamente que los estudios científicos atribuyen “la mayor parte del calentamiento planetario” en los últimos decenios a los gases que provocan el efecto invernadero, “cuyas emisiones se deben principalmente a la actividad humana”.
¿Vivimos en un mundo creado por un dios todopoderoso, omnisciente y absolutamente bueno? Los cristianos así lo creen. No obstante, todos los días nos enfrentamos a un motivo poderoso para dudarlo: en el mundo hay mucho dolor y sufrimiento. Si Dios es omnisciente, sabe cuánto sufrimiento hay. Si es todopoderoso, podría haber creado un mundo sin tanto dolor, y lo habría hecho si fuera absolutamente bueno.
Singer considera que todos los seres humanos tenemos los mismos derechos, lo que lo lleva a rechazar que se asigne una importancia diferente a los intereses de los individuos con base en, por ejemplo, ciertas características biológicas como el sexo o el color de la piel. Por lo tanto, la consideración desigual de intereses basada en la especie de los individuos debe ser rechazada en tanto constituye una forma más de discriminación —especismo—, tan carente de justificación como el racismo o el sexismo. Concluye que la igual consideración de intereses debe ser extendida más allá de la especie humana, incluyendo a todos los seres sintientes, humanos y no humanos.
Afirma Peter Singer que la negación de los derechos del animal configura un especismo paralelo al racismo, pues la negación de derechos por el mero hecho de pertenecer a otra especie o por tener alas no es muy diferente de hacerlo por el color de la piel. Si bien el animal tiene menor inteligencia que el humano, no puede negarse que hay humanos sin inteligencia o con inteligencia menor que la del animal y nada autoriza a tratarlos con crueldad o a experimentar sobre ellos. La segunda idea que podemos encontrar en Liberación animal también es compartida por la mayoría de la gente y consiste en que siempre que esté a nuestro alcance debemos actuar con objeto de prevenir o reducir el sufrimiento, independientemente de quién lo sufra. De este modo, las mismas razones que tenemos para prevenir y reducir los daños que sufren los seres humanos son también razones para prevenir y reducir los daños que padecen los animales de otras especies. En la práctica, esto implica adoptar el veganismo, rechazando participar de todas aquellas actividades que generan sufrimiento a los otros animales, y trabajar activamente por la abolición de toda forma de explotación animal.
La Filosofía Vegana
Veamos qué piensan los veganos. Porque ser vegano es mucho más que un postureo de moda; es mucho más que una cuestión dietética. Hay toda una filosofía detrás. Una filosofía que le da la vuelta a la tortilla: antes para tener la consideración de persona debías ser un ser racional, autónomo, libre, con capacidad de autodeterminación y responsable de tus actos. De ese modo, no todos los seres humanos eran considerados personas. Singer ya consideró que no había diferencia entre el ser humano y el resto de los animales, sobre todo entre el ser humano y el resto de los mamíferos. Para los veganos, todos los seres que tienen un sistema nervioso – los seres sintientes – son personas y, por lo tanto, son fines en sí mismos y no medios para unos fines (alimentación, vestido, etc.). Veamos a continuación la cosmovisión de la filosofía de los veganos.
El bienestarismo de Peter Singer y sus seguidores se define como la doctrina, creencia o postura según la cual el ser humano debe evitar o reducir el sufrimiento de los animales durante su manejo y gestión.
Pero el bienestarismo contempla a los animales como objetos que existen para servirnos y perpetúa su estatus legal como esclavos. Un bienestarista no defiende que un animal deba tener derecho a la vida, a la integridad física o a la libertad. Este matiz resulta trascendental para entender la diferencia entre el bienestarismo —utilitarismo aplicado a animales— y el veganismo. Asimismo, se vuelve esencial para entender por qué mucha gente, autodenominada animalista, condena determinadas formas de explotación animal, pero avala otras según el trato que recibe el animal o el beneficio que obtiene el ser humano.
Los veganos defienden los derechos de los animales. Un vegano ve a los animales como sujetos que sienten, que padecen y que merecen el mismo respeto que los seres humanos. Si nos quitamos el velo del antropocentrismo, dicen, podríamos reconocer que los demás animales deberían ser reconocidos primero a nivel individual y luego social como personas, personas no humanas, con un igual valor inherente.
Sólo las personas tenemos valor inherente, valor moral o valor intrínseco. Este se refiere a tener conciencia de que uno existe, de lo que nos rodea y de hacer valoraciones respecto a ello, es decir, tener deseos, emociones y voluntad. Estas características sólo las poseemos los seres con sistema nervioso activo (seres sintientes), y tanto los animales humanos como los demás animales con sistema nervioso activo pueden tener estas experiencias subjetivas, por tanto, existen personas humanas y personas no humanas. Pero todo ser sintiente debería ser considerado como persona. Debemos darnos cuenta de que los demás animales no humanos intrínsecamente desean ser libres, buscan la felicidad, evitan el daño, buscan conservar su integridad física, quieren un lugar donde vivir y disfrutar del fruto de su esfuerzo, es decir, vivir de forma autónoma, ya que esto está a la vista, si los observamos objetivamente, lejos del sesgo antropocentrista. Al menos los mamíferos, aves, peces, algunos moluscos e incluso insectos poseen consciencia.
Si no se requiere ningún otro requerimiento biológico más que ser sintiente, y derivado lógicamente de ello se deba respetar a los sujetos que cuenten con valor inherente, dado que no son meras cosas carentes de intereses, emociones y voluntad, sino seres a quienes les importa su propia existencia; entonces no tiene sentido apelar a que deba haber mayor o menor consideración hacia unos sujetos que a otros, apelando a criterios irrelevantes moralmente como la inteligencia, memoria, tamaño o complejidad del cerebro o del sistema nervioso. De hecho, el tamaño del cerebro ni siquiera tiene una relación determinante en la inteligencia y ninguna en la sintiencia.
Por lo tanto, si los animales son personas, hay que reconocerle sus derechos.
Gary Francione, el abolicionismo y los derechos animales
(Recomendado)
El enfoque abolicionista rechaza el uso de todos animales no humanos como recursos (explotación) para la satisfacción de cualesquiera fines humanos. La base doctrinal para este rechazo se fundamenta en el hecho de que todos los humanos tienen el derecho fundamental y pre-legal de no ser tratados como recursos para terceros. Éste es el derecho que rige la exclusión de la esclavitud de seres humanos. Poseer un valor intrínseco significa que el sujeto merece respeto porque valora su propia existencia, aunque nadie más lo haga o hiciere.
Este fundamento continuaría siendo válido para el caso de los demás animales debido a que éstos también valoran su propia existencia según podemos observar empíricamente. Si los animales importan moralmente, no podemos tratarlos como si fuesen recursos y estamos obligados a reconocerles el derecho a no ser propiedad para excluirlos de nuestra explotación.
Los sujetos humanos y no humanos son fines en sí mismos y nunca un mero medio, lo que está estudiado mediante la teleología. Basándonos en la axiología, y en el principio de identidad, si un sujeto es un ser capaz de autovalorarse, entonces tiene valor intrínseco, no meramente instrumental, por lo que es un fin en sí mismo para sí mismo. Para que un ser sea persona tiene que ser sintiente, es decir, contar con un sistema nervioso funcional que le permita tener percepciones de lo que le sucede (conciencia), lo que significa interpretar a su propia manera el mundo y así mismo. La sintiencia a su vez hace que se tengan intereses, emociones, sentimientos y voluntad.
El veganismo está basado en la deontología, que es la rama de la Filosofía que estudia la cuestión de los deberes. Entonces partiendo de la axiología, la deontología implica que tenemos deberes directos para con aquellos seres que son fines en sí mismos, es decir, aquellos que tienen un valor intrínseco (valor inherente). Sobre esto se fundamenta la razón por la que no debemos explotar animales, y que cuentan con el derecho absoluto de no ser propiedad.
El veganismo debe ser la base moral mínima que guíe el comportamiento humano para poder llegar a ser justos con otros animales. El veganismo es la única respuesta racional a la idea de que los animales tienen un valor moral.
El problema no se debe a que exista gente dedicada a la crianza, hacinamiento y asesinato de animales no humanos; sino al consumo por parte de los habitantes humanos. Dicho consumo valida la explotación animal e impide un reconocimiento de derechos.
La solución pasa en primer lugar por reducir la demanda. Para ello, debemos promover el veganismo como base ética que permita a los agentes morales (humanos con plenas capacidades) comprender la inmoralidad de la explotación animal.
Ejemplos de explotación donde no siempre se puede apreciar sufrimiento evidente es la zoofilia, donde incluso uno de los referentes de muchos bienestaristas, Peter Singer, avala el acto siempre y que no se le cause sufrimiento a la persona no humana. Otro ejemplo es el mascotismo, donde los animales no humanos pueden no manifestar sufrimiento alguno al ser domesticados y mimados, a pesar de estar siendo utilizados para fines ajenos a contra su dignidad como sujetos, como es el caso cuando los utilizan como si fuesen peluches, antropomorfizándolos con vestimentas para causar gracia y entretener a sus dueños; en esos momentos no se aprecia sufrimiento alguno evidente.
Existen las zooterapias donde no suele haber daño físico ni emocional evidente en los animales no humanos. En fin, la “creatividad” no vegana (manifestada normalmente mediante el antropocentrismo) es capaz de generar “N” formas de escabullirse para seguir explotando animales sin ser censurados por la mayoría no vegana debido a que no se aprecie sufrimiento.
El explotar animales no humanos no está mal porque al frustrar intereses se les cause sufrimiento, sino porque el acto mismo representa que tratamos a ese sujeto como si fuese un objeto, como una mera herramienta para fines ajenos a la dignidad del sujeto en cuestión, y todo ello va en contra de su dignidad, a su derecho a no ser propiedad ni mero recurso de otros.
Para los veganos, en definitiva, Peter Singer es un pringado que solo se preocupa por el bienestar de los animales, pero sigue considerándolos como cosas de las que los humanos podemos disponer para su explotación. Sigue considerando a los animales como medios para un fin: para nuestra alimentación, para vestirnos, calzarnos, etc. Para los veganos, los animales son seres sintientes que son fines en sí mismos y no simples medios. Por lo tanto, la ganadería, la pesca, la caza, el mascotismo, la zooterapia, la zoofilia, la apicultura, el uso de pieles animales para ropa o calzado; la explotación de la leche o de los huevos, son todas ellas formas de explotación animal que habría que prohibir.
Desde una ética sensocentrista como la de los veganos, hay que reconocerles una virtud: que no admiten en aborto a partir del momento en que el feto tiene sensibilidad y conciencia; o sea, un sistema nervioso. Después de leer las barbaridades de Peter Singer y compañía, no deja de ser un alivio. Los veganos nos dejan sin chuletones, sin pescado, sin pieles, sin zapatos de piel, sin huevos, sin queso, sin leche, etc. Pero al menos, estos no quieren matar niños inocentes. Algo es algo.
No obstante, los veganos admiten el aborto por violación, el aborto eugenésico (si el feto tiene alguna enfermedad congénita); el aborto para salvar la vida de la madre en caso de peligro, etc.
(Recomendado)
La Tierra como una Nave Espacial o una Casa Común
Los seres humanos somos solo animales. Es más, para algunos ecologistas, los seres humanos somos como un virus peligroso que está poniendo en peligro con su actividad industrial y la sobreexplotación de los recursos naturales el futuro del planeta. La contaminación de la atmósfera y de los océanos, la ganadería, el empleo de combustibles fósiles para el transporte y la calefacción están poniendo en peligro la vida sobre la tierra. Somos una enfermedad para la Madre Tierra. Y como todo está conectado con todo, la actividad económica del ser humanos es un peligro para la vida del resto de los seres vivos del planeta Tierra.
No hay recursos naturales para mantener y alimentar a seis mil millones de habitantes del planeta. Hay que reducir la población. Cada hijo que tenemos consume agua y genera una huella de carbono sobre el planeta. Por lo tanto, tener pocos hijos (solo uno o dos como mucho) es un imperativo moral de cara a la sostenibilidad del planeta.
Vuelven, así los planteamientos malthusianos y darwinistas. El transhumanismo no es sino un paso más en la idea eugenésica y darwinista que postula que solo los mejor dotados, los más evolucionados, tendrán derecho a la vida. Y los seres inferiores deben perecer. Sobra al menos la mitad de la población mundial. Y las pandemias, las guerras y las hambrunas pueden ser medios eficaces para diezmar la población a escala planetaria. Los más pobres deben perecer. Los lisiados, los retrasados mentales, los tarados, los locos, los deformes, deben perecer. ¿Qué sentido tiene que vivan? ¿Para qué prolongar su sufrimiento y el de sus familias? ¿Para qué gastar recursos en su salud o en atender su dependencia?
El más importante de los teóricos de esta corriente ambientalista, Paul Ehrlich, autor de dos libros clásicos, La bomba P y Población, recursos y medio ambiente, y principal defensor de la concepción de que los problemas ecológicos se deben al crecimiento demográfico, se muestra partidario, con alguna reserva, de las propuestas para el control poblacional contenidas en la obra Famine, 1975!: America’s decision: Who will survive? de William y Paul Paddock y que, sintéticamente, consisten en propugnar que la actitud de los países desarrollados en relación a los problemas del Tercer Mundo debe consistir en aplicar el concepto de triaje, tomado de la medicina militar napoleónica: los países del Tercer Mundo deberían ser clasificados en tres categorías, en la primera de las cuales estarían aquellos en que cualquier ayuda no les serviría de nada, en el segundo los que con ayuda podrían llegar a una situación de autosuficiencia, y en tercer lugar aquellos que fácilmente pueden sobreponerse a su situación. Otro colega de Ehrlich, Garret Hardin, destacado medioambientalista, elaboró otra propuesta aún más explícita denominada “ética del bote salvavidas":
“Cada nación rica –dice Hardin– equivale, metafóricamente hablando, a un bote salvavidas tripulado por gentes relativamente acomodadas, mientras que los pobres del mundo se encuentran embarcados en otras lanchas mucho más abarrotadas. Por así decirlo, los pobres caen continuamente de sus embarcaciones al agua y, durante cierto tiempo, nadan en la esperanza de ser salvados por un bote rico y de beneficiarse así de los “bienes” que este último transporta a bordo. ¿Que deben hacer los pasajeros de una embarcación rica?; éste es el problema central de la ‘ética del bote salvavidas’.”
Mejor que dar alimentos a los países pobres, lo cual contribuiría a que siguieran teniendo cada vez más hijos y aumentando el número de pobres, lo que los ricos deben hacer es procurarles medios anticonceptivos, condicionar las ayudas al desarrollo a la aprobación de legislación abortista y dar cada vez mayores derechos a la mujer: cuantos más derechos tengan las mujeres, menos hijos tendrán. Cuantas más mujeres se incorporen al mercado laboral, menos tiempo tendrán para atender y educar hijos; cuanto más acceso tengan a los anticonceptivos, menos hijos tendrán; cuanto más fácil y seguro sea el acceso a lo que llaman “salud reproductiva” (al aborto o a la esterilización), menos hijos nacerán. A fin de cuentas, la familia y los hijos son un estorbo para el desarrollo de la carrera profesional de la mujer y para disfrutar de la vida. El feminismo radical y la ideología de género fomentan relaciones estériles que contribuyen a la disminución de la población global. Para salvar al planeta hay que dejar de tener hijos y para ello hay que destruir la familia tradicional y fomentar nuevas formas de relaciones que no traigan más hijos al mundo.
El caso es disminuir significativamente el número de habitantes de nuestro planeta y para ello puede valer todo: propagación de pandemias, empobrecimiento de la población para desencadenar hambrunas mortíferas, provocar guerras mundiales destructivas… Por la cabeza de estos bárbaros, de estos nuevos paganos, de estos impíos enemigos de Dios puede pasar cualquier barbaridad por cruel o inhumana que nos pueda parecer.
No es demasiado difícil encontrar una cierta filiación intelectual entre tales ideas y las de los primeros eugenistas: de la “degeneración” de la “raza” por causa de la multiplicación de los débiles, se ha pasado a los problemas medioambientales causados por la explosión demográfica que amenazan a la Humanidad. De los problemas de la “raza” se ha pasado a los problemas de la población del globo; de la “degeneración racial” a la “degradación del medio ambiente". Podría decirse que entre los eugenistas la variable independiente era la “raza", mientras que entre los ambientalistas neomalthusianos es la “población". En otro sentido podría decirse también que mientras los eugenistas asignaban a la idea de “raza” un cierto contenido clasista en el seno de los respectivos marcos nacionales, los ambientalistas sitúan el análisis de los problemas poblacionales en el marco global de las relaciones Norte/Sur, países ricos/países pobres. Es la adecuación de un cierto esquema mental a las nuevas condiciones de la “nave espacial Tierra", como la denominó el economista Boulding.
Tal forma de plantear la cuestión es seguramente forzada, pero en todo caso contribuye a poner de manifiesto la continuidad de una línea de pensamiento que presenta conexiones entre eugenismo y ambientalismo, una línea que se puede rastrear en documentos ecologistas realmente importantes. Tal es el caso del más significativo de ellos, El Manifiesto para la supervivencia, elaborado por un grupo de redactores de la revista británica The Ecologist, encabezados por su editor Edward Goldsmith.
El Manifiesto fue publicado en 1972, unos meses antes de la aparición de La Humanidad en la encrucijada, el informe elaborado por el equipo de los Meadows para el Club de Roma, obra con la que tiene evidente parentesco. Es un texto de corte típicamente neomalthusiano, donde la población tiene el principal papel causal.
La importancia del mismo viene dada porque, a diferencia de otros trabajos parecidos, no se limita a denunciar los males de la sociedad industrial -en este caso la británica- sino que hace una propuesta detallada de organización de una sociedad ecológica y representa, si no el manifiesto fundacional del movimiento ecologista sí al menos el más importante de sus panfletos programáticos.
En lo que se refiere a la población su propuesta es radical: reducción del número de habitantes a la mitad, para lo cual plantea un conjunto de estrictas medidas de control demográfico, entre las cuales se encuentran «un conjunto de restricciones socio-económicas eficaces a la par que humanas» y la «terminación de toda inmigración». El énfasis sobre el problema poblacional y las conclusiones implícitas que conlleva su modelo de «sociedad sostenible» es tal, que algunos científicos ecologistas de renombre que no comparten los presupuestos neomalthusianos consideraron que «tal manera de ver deja el concepto ecológico abierto a, digamos, un uso fascista», afirmación en la que desde luego no hay que ver una mera descalificación.
Lo que dio, sin embargo, mayor repercusión al Manifiesto fue las adhesiones que recibió, 37 en total, de los más distinguidos científicos de diferentes disciplinas del Reino Unido, entre ellos tres Premios Nobel, y entre los que predominan biólogos y genetistas; lo son, por ejemplo, los mencionados Premios Nobel: Macfarlane Burnet, Peter Medawar y James Watson. Junto a estos nombres cabe destacar a Julian Huxley, del que ya se ha hablado, y el economista Erza Mishan, cuya influencia en el Manifiesto es evidente.
Macfarlane Burnet, Premio Nobel de Medicina en 1960 por sus trabajos de microbiología, es autor de un libro publicado en 1970, pero cuyo borrador original data de 1947, titulado El mamífero dominante, en el que se abordan en clave estrictamente biológica la mayor parte de los temas del Manifiesto y de la literatura ecologista posterior. Pero a diferencia de ésta, que suele soslayar la temática genética, Burnet la aborda abiertamente. Su actitud al respecto es declaradamente eugenista, lo cual tiene la virtud de explicitar claramente qué hay detrás y cuáles son las consecuencias de ciertos supuestos poblacionales. En su libro, en el capítulo significativamente titulado “La ética de un biólogo", pueden leerse cosas de este tipo:
«En una sociedad sana cabe esperar que se llegue a diagnosticar, desde el mismo momento del nacimiento, cualquier defecto importante de tipo bioquímico o cromosomático. Después de una confirmación independiente de la diagnosis, aquellos para los que no haya ninguna posibilidad de una vida tolerable serán eliminados tan discretamente como ahora se hace con los que padecen alguna anormalidad anatómica grave. Actualmente, cualquier forma de matar, ya sea un niño deforme o a un enfermo de cáncer en sus últimos momentos, es legalmente asesinato; así pues, será necesario un largo proceso de educación pública antes de que se adopte cualquier política de este tipo.»
Y al tratar de las dificultades genéticas que pueden surgir como resultado de una baja natalidad:
«Hay dos posibilidades que vale la pena considerar. La primera es aumentar la variedad de genes humanos disponibles aumentando el número de cruzamientos interraciales. La segunda, llevar a cabo estudios muy extensos y prolongados sobre los aspectos médicos de la herencia humana, incluidos los defectos relativamente pequeños que hemos mencionado. […] Es posible que, sobre la base de tales estudios a largo plazo, se pueda iniciar un programa para minimizar la deterioración genética. Este programa quizá tome la forma de una tabla de incentivos a la vista de los cuales las parejas, de acuerdo con sus posibilidades genéticas, decidirían tener los 0, 1, 2, 3 ó 4 hijos que el Estado o sus expertos considerasen más apropiados para mantener la calidad genética.»
Posteriormente, en 1978, Burnet publicó otra obra aún más explícita titulada Endurance of life. The implications of genetics for human life donde reconoce las simpatías por Galton, disculpa las medidas raciales de Hitler, se muestra partidario de medidas de selección entre individuos “inferiores” y “superiores” con el recurso a la ingeniería genética, la neurocirugía y la castración, y termina proponiendo, como forma de evitar la catástrofe para la humanidad, la constitución de una meritocracia de sabios detentadores del poder, en un planteamiento muy parecido al de Alexis Carrel cuando en los años 30 proponía la sustitución de la «democracia» por la «biocracia».
Cabría señalar finalmente algunas características de ámbito muy general compartidas por el eugenismo y el ecologismo. Estas son:
Catastrofismo: ecologismo y eugenismo tienen una visión catastrófica del futuro de la Humanidad. Degradación racial o empobrecimiento del pool genético en un caso; degradación ambiental y catástrofes naturales inducidas por la acción antrópica sobre el medio en otra.
Cientifismo: La ciencia, concretamente la biología, como instrumento crítico que al mismo tiempo señala el modelo de sociedad deseable en el futuro y la línea de actuación práctica en el porvenir. En los casos extremos la biología se presenta como el único conocimiento que puede garantizar la supervivencia humana.
Ver aquí: Setenta millones de muertos | Actualidad Comentada 22-4-2022
Pbro. Santiago Martín FM
El P. Santiago Martin y el movimiento pro-vida no se han enterado todavía de que los fetos o los niños recién nacidos, para la filosofía dominante, que es la de Peter Singer y compañía, no son personas: no piensan, no son autónomos, no son autoconscientes. Hay seres humanos que no tienen autoconciencia, como los embriones, niños y dementes.
Los seres humanos que no son personas (es decir, aquéllos sin autoconciencia) son iguales a los animales, por lo que no gozan de derechos. Un embrión, una persona mentalmente discapacitada, un niño anencefálico son biológicamente seres humanos, porque han sido engendrados por un óvulo y un espermatozoide humanos. Pero no son personas ni sujetos de derechos. Desde el punto de vista moral, el aborto y el infanticidio tienen el mismo valor. Si el aborto es lícito, el infanticidio también lo es. Para Singer, el infanticidio debería ser legal con tres condiciones: gravedad de la enfermedad física o psíquica del recién nacido, plazo de un mes después del nacimiento para su práctica y consentimiento de los padres. De hecho, en Estados Unidos ya se está empezando a legalizar el infanticidio.
La esterilización de personas genéticamente defectuosas es preferible al aborto (hay que mejorar la especie y evitar que las taras se transmitan a las nuevas generaciones). El aborto es mejor que el infanticidio porque después de que hayan nacido ya da pena matarlos porque apetece abrazarlos y besarlos. Pero el infanticidio es mejor que la eutanasia. La eutanasia también es moral y contribuye a eliminar a todas aquellas personas cuya vida no merece la pena ser vivida: dementes, enfermos incurables, ancianos, etc. Sus vidas son patéticas y además, desde el punto de vista del utilitarismo, suponen un gasto insostenible y un dolor innecesario a sus familias.
Escuchemos de nuevo a Ernst Haeckel:
«Sin embargo, me pregunto qué provecho obtiene la humanidad permitiendo que miles de inválidos, sordomudos, cretinos, etc., sobre los que gravan enfermedades incurables y hereditarias [que por tanto transmitirán a su descendencia, incrementando exponencialmente el número de tarados] sean artificialmente sostenidos y criados hasta edad avanzada. ¿Qué provecho sacan esas mismas miserables criaturas de su vida? ¿No sería acaso mejor y más racional terminar desde el inicio mismo con esas vidas que arrastran una inevitable miseria?»
(Recomendado)
Una sociedad sin Dios, apóstata, degenera en barbarie, crueldad inhumana y bestialidad.
Recapitulemos:
- Los embriones y fetos humanos, los dementes, los bebés recién nacidos y los niños pequeños; los enfermos en estado de coma, … no son personas ni sujetos morales de ningún derecho. Por lo tanto, pueden ser asesinados.
- Solo los mejores sobreviven. Los débiles deben perecer. Promovamos la eugenesia y establezcamos estándares de calidad para que solo los mejor dotados, por su físico o su inteligencia, puedan vivir.
- Los recursos alimenticios son limitados y se genera una competencia por los individuos; así, solo unos cuantos sobreviven y estos son los que se reproducen. Así se regula la población.
- La sociedad no debe poner trabas al desarrollo en su seno de la selección natural. Debemos ayudar a que los débiles mueran.
- Ya desde el siglo XIX, la Liga Monista de Ernst Haeckel proponía que la política debería fomentar «la higiene de la raza y la eugénica (medidas para asegurar la descendencia sana), la reforma sexual y la protección de la madre, el feminismo, la reforma agraria, la reforma escolar (petición de la escuela única y de la escuela del trabajo, de una instrucción moral, no confesional, por lo menos para los niños disidentes), el fomento del movimiento de apartamiento de la Iglesia, la abolición del juramento religioso, la separación de la Iglesia y el Estado, el movimiento pacifista, el idioma internacional, el derecho a la eutanasia (la muerte sin dolor de los incurables), etc.». ¿No es este el programa político de hoy?
- El aborto, la eutanasia y el infanticidio han de ser legalizados y promovidos para mejorar la especie y eliminar a los individuos débiles y defectuosos. Conviene esterilizar a quienes tienen algún defecto genético para que no transmitan sus taras a las generaciones posteriores.
- El hombre se ha endiosado y no admite ninguna autoridad por encima de él mismo. Dios ha muerto.
Y si Dios no existe, el hombre es un animal más. La vida humana ya no es sagrada. Los seres con sistema nervioso activo (seres sintientes) y todos los seres sintientes son personas, fines en sí mismos. Todos los animales desean ser libres, buscan la felicidad, evitan el daño, buscan conservar su integridad física, quieren un lugar donde vivir y disfrutar del fruto de su esfuerzo, es decir, vivir de forma autónoma.
Por lo tanto, todos los animales deben ser sujetos de derechos, igual sean humanos que no humanos.
En definitiva, aborto, infanticidio, eutanasia, esterilizaciones, ingeniería genética, castraciones, eugenesia, disminución de la población, animalización del ser humano; triaje para determinar quiénes pueden vivir y quiénes no… Este es el resultado de una filosofía apóstata, atea y enemiga de Dios. La oscuridad se extiende sobre la tierra. «Winter is coming» y la bruja blanca se ha nombrado reina de Narnia. Siempre es invierno. Pero el verdadero Rey volverá.
El combate entre la Luz y las tinieblas continúa. Dios vive. Cristo vive. Él ha de venir a juzgar a vivos y muertos y su reino no tendrá fin. Satanás y sus secuaces serán condenados al fuego eterno y entonces será el rechinar de dientes. Cristo ha resucitado. Verdaderamente ha resucitado. Y la Luz triunfará sobre el mal, sobre la oscuridad del mal, de la injusticia y de la muerte.
La filosofía moderna -satánica, luciferina- será derrotada. Y llegará un día en que de la ONU y sus agencias no quedarán ni sus cimientos y el Foro de Davos será condenado como se merece. Y los Objetivos del Milenio y la Agenda 2030 serán objeto de oprobio y de vergüenza para la humanidad. Y las universidades deberán ser refundadas sobre los escombros de las ideologías y las filosofías asesinas y perniciosas que han venido propiciando y difundiendo al menos en el último siglo.
La verdad triunfará sobre las mentiras de la filosofía moderna. El bien triunfará sobre el mal. La justicia triunfará sobre la arbitrariedad y la iniquidad. La caridad triunfará sobre el odio; la vida, sobre la muerte; la humildad de los siervos de Dios, sobre la soberbia del hombre endiosado. Cristo es la Verdad. Cristo es el Señor y el Dador de Vida. Cristo reina. Cristo impera. La Cruz derrotará a los impíos.
¡Viva Cristo Rey!
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Para finalizar, de entre muchos escritos, elegí dos para esta oportunidad:
EL CONCEPTO DE PERSONA A LA LUZ DEL VATICANO II - Una reflexión desde el Derecho de CELESTINO CARRODEGUAS NÚÑEZ
[…]
II. ¿QUÉ ES LA PERSONA?
1. SER HUMANO, PERSONA, HOMBRE, INDIVIDUO
a) El término «ser humano» se atribuye a todos los entes de nuestra especie denominada, precisamente, «humana». Desde esta perspectiva, los «humanos» somos animales mamíferos dotados de ciertas características que nos hacen diferentes al resto de los animales mamíferos. En cuanto animal mamífero el «ser humano» pertenece, como todos los animales, vegetales y minerales, a la naturaleza. Así nos recuerda Mounier, nuestras ideas y nuestros humores son modelados por «el clima, la geografía, mi situación en la superficie de la tierra, mis herencias, y más allá, acaso por el flujo masivo de los rayos cósmicos». A estas influencias se les añaden todavía, dice Mounier, determinaciones psicológicas y colectivas posteriores.
b) Ser humano y «persona». Este «ser humano», a diferencia de los demás animales mamíferos, posee un plus que constituye su ser, que es lo que conocemos como el espíritu de la libertad. La libertad constituye el núcleo existencial del «ser humano». De ahí que el «ser humano» no se reduzca a pura naturaleza (exclusivamente la materia), sino que es, simultáneamente, un ser «espiritual». El «ser humano» trasciende la naturaleza. No es sólo la razón, sino el espíritu de la libertad lo que caracteriza al «ser humano» y lo hace distinto de los demás entes del mundo. El «ser humano» resulta así una unidad indisoluble, entre lo que es su esfera psicosomática (su soma y su psique) y su centro existencial que es el espíritu.
A este ente, que es el «ser humano», le llamamos «persona», que sin dejar de ser un animal mamífero (perteneciente a la naturaleza) es un ser simultáneamente espiritual cuyo centro o núcleo existencial es la libertad. Puede que otros mamíferos posean, en algunos niveles, cierto grado de racionalidad, pero no son seres libres, seres espirituales. El ser libre hace al ser humano responsable de sus actos. No se concibe la libertad sin responsabilidad. Así, los animales mamíferos responden a sus instintos, los seres humanos, en cuanto seres «libres», son capaces de administrar esos instintos. Esta realidad espiritual hace que al ser humano se le defina como «persona»
c) La expresión «hombre» resultaría suficiente para referirnos a la realidad que designamos como «ser humano» siempre que se empleara en su sentido original. En griego: aner + giné = anzropos; en latín: vir + mulier = homo; en castellano: varón + mujer = hombre. Pero si el término «hombre» lo empleamos solo en referencia a varón, está claro que resulta insuficiente para abarcar la realidad de la persona humana.
d) Con el empleo del término «individuo» se designa un número. Es una expresión puramente cuantitativa. Su empleo, por tanto, sólo significa que nos hallamos frente a una determinada «persona».
[…]
7. OPCIÓN FINAL
7.1. Dios y Hombre
Quien niega la posibilidad de trascendencia del ser humano, de la persona, y la reduce a una convención social o cultural desanclada del Absoluto, no le queda otra alternativa que entender la dignidad de todo hombre encerrada en el estado de opinión del momento. Según este modo de pensar, el respeto que el valor intrínseco e inviolable de la persona merece no pasa de ser una opinión mayoritaria cambiante. Desaparece así el valor intrínseco de la persona humana, reducido a una opinión cultural.
Si esto fuera así, el día que se haga general la opinión de que determinadas personas o grupos no tengan el favor de la mayoría y fuese preferible eliminarlas, las que se encontraran en ese grupo tendrían que huir de tal sitio por fuerza del instinto vital.
La dignidad de la persona humana es algo objetivo y previo, la opinión pública, los gobernantes y el ordenamiento jurídico deben respetar ese valor inviolable.
Dios se revela como Ser personal: tres Personas en una sola naturaleza, es el misterio supremo y fontal del cristianismo. Por eso es en el cristianismo donde la persona alcanzó su dignidad incomparable.
Esto significa que la idea cristiana de Dios fundamenta el valor de la persona humana. El hombre ha sido creado a imagen y semejanza de Dios. Y además, Dios en la encarnación asume una naturaleza humana perfecta. Como resultado de este presupuesto el paso del cristianismo en las civilizaciones atenúa hasta suprimir los sacrificios humanos (tanto en las religiones de Oriente como en América precolombina), los infanticidios, la esclavitud, y otras formas de injusticia, dando origen paralelamente a la misericordia con los marginados y el respeto a la intimidad de las conciencias.
Sin embargo, allí donde retrocede la influencia del pensamiento cristiano y rebrota el secularismo paganizante surgen, etiquetadas de civilización y progreso, situaciones inhumanas como nos recuerda la historia reciente desde los campos nazis de exterminio, gulag, la utilización de los niños en la guerra, hasta la legalización del aborto procurado, la eutanasia activa..., presentadas como acciones humanitarias.
La voz del Concilio Vaticano II sigue siendo necesaria en medio de la sociedad actual de características a veces tan contradictorias donde se entremezclan de progreso material y la capacidad de relación entre personas y sociedades con formas de explotación del hombre por el hombre. Manipulación genética, tráfico de personas y drogas, venta de armas, carencia de medicinas y alimentos para una gran parte de la humanidad, tantas veces visto todo ello desde una tolerancia absurda por los ojos de una sociedad civilizada.
Ya en la historia acuñaron aquella frase corruptio optimi pessima, la corrupción de lo mejor concluye en la peor de las corrupciones. Cuando se niega o ignora a Dios quedamos sin referente, desapareciendo el sentido de la vida.
7.2. La persona humana más allá de su concepto
El hombre tiene su dignidad en cuanto persona con independencia de que sea o no consciente de ella e incluso del propio juicio, ya que la realidad antecede y sostiene el pensamiento e ilumina la verdad. Se percibe, sin embargo, que es la idea que uno se forma de sí mismo lo que en gran medida se convierte en criterio de actuación.
Quizá la única institución común que incluye a las personas en su totalidad de ser personas y las valora por lo que son y no por lo que hacen o por las expectativas que generan es la familia, aunque también esta institución se ha visto últimamente vapuleada y poco protegida. Fuera de la familia, sólo las instituciones religiosas ofrecen a las personas esta misma posibilidad de encontrar el sentido último de todo. Pero en un entorno secularizado, no resulta fácil que todas las personas tengan en su vida la posibilidad de encontrar una comunidad religiosa.
Es lógico suponer que, sin la memoria viva del fundamento trinitario y divino, el entorno social terminará imponiendo, como de hecho lo hace, una visión parcial y funcional de la persona, como una dignidad socialmente atribuida, como estima pública, como personalidad o como personaje, pero no como persona. Este era, por lo demás, el significado original del concepto griego de persona como «máscara» que, en el lenguaje social moderno, recibe el nombre de «rol». Al olvidar a Dios, el entorno secularizado olvida inevitablemente a la persona, atributo divino por excelencia.
Una de las novedades verdaderamente originales del Concilio Vaticano II y del magisterio de los papas ha sido mostrar la íntima conexión de la persona humana, de su cultura y del Evangelio: «La cultura es un modo específico del “existir” y del “ser” del hombre. El hombre vive siempre según su cultura que le es propia, y que, a su vez, crea entre los hombres un lazo que les es también propio, determinando el carácter inter-humano y social de la existencia humana. En la unidad de la cultura como modo propio de la existencia humana, hunde sus raíces al mismo tiempo la pluralidad de culturas en cuyo seno vive el hombre. El hombre se desarrolla en esta pluralidad, sin perder, sin embargo, el contacto esencial con la unidad de la cultura, en tanto que es dimensión fundamental y esencial de su existencia y de su ser
[…] El conjunto de las afirmaciones que se refieren al hombre pertenece a la sustancia misma del mensaje de Cristo y de la misión de la Iglesia».
La consideración de la verdad de la naturaleza humana es sin duda uno de los medios más eficaces para ayudar al hombre a salir de los callejones sin salida en donde él mismo se ha metido.
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Y un trabajo de Pedro Abelló para sumariar las características que hacen a la persona diferente de todo lo creado
(Ver completo Aquí - Pedro Abelló para Catholic.net)
1. Naturaleza espiritual
1.1. La persona no nace, sino que es creada: a diferencia del individuo, que es una unidad dentro de la especie, engendrada biológicamente, sujeta a la muerte, la persona es creada por Dios.
1.2. Representa el culmen o aspecto más elevado de la creación: por el mismo motivo, es también el centro de la creación, aquello a través de lo cual la creación debe alcanzar su última finalidad.
1.3. La persona está constituida por el espíritu, lo que la sitúa por encima del orden natural: si no fuese así, el valor de la persona desaparece y sólo queda el individuo biológico. El valor de la persona se sitúa por encima de cualquier generalidad, sea ésta el estado, la nación, la humanidad o cualquier otra, y no puede situarse en su mismo plano.
1.4. El hombre es al mismo tiempo individuo y persona: el conflicto radical del hombre proviene de su doble condición de individuo (ser natural) y persona (ser espiritual). Su afirmación como persona depende de que ésta prevalezca sobre el individuo, de que el espíritu prevalezca sobre la naturaleza.
1.5. La persona es la imagen del Dios personal: “¿En qué consiste la grandeza del hombre? Los Padres son unánimes: es hombre es imagen de Dios. Tal es su verdadera ‘naturaleza’, naturaleza de ser divinizado (...) El hombre es “persona”, imagen del Dios personal; un privilegio que sobrepasa la simple cuestión de la ‘naturaleza’” (Spidlík, L’Idée russe).
1.6. La persona es una categoría espiritual unida a Dios: “Al igual que en Dios, en la persona humana hay que distinguir también entre la naturaleza y la persona (...) La hipóstasis, persona, es el rostro espiritual del hombre; es por ello antitética a laousia. Y es esa antítesis lo que crea el dinamismo de la vida interior (...) La persona puede pues ser definida como “categoría espiritual unida a Dios”. Se distingue de ese modo del individuo, categoría biológica sometida a la naturaleza” (Spidlík, L’Idée russe).
2. Libertad
2.1. La libertad y el amor son los elementos constitutivos de la persona: “La libertad y el amor, elementos constitutivos de la persona, son inaprensibles por medio de categorías racionales (...) El hombre, en su realidad concreta, forma parte del cosmos y de la sociedad, cuyos condicionamientos lo ponen constantemente en peligro de ser cosificado, objetivado. Sin embargo, como persona se arraiga en el más allá, en el infinito, y no sólo escapa entonces a la sociedad y al universo, sino que los engloba y los marca con su genio creador. Lejos de que la persona sea una parte del universo, es el universo lo que es una parte, una dimensión, de la persona, cualificado por ella” (Spidlík, L’Idée russe).
3. Centralidad
3.1. La centralidad con relación al cosmos: en tanto que realidad espiritual, de la que Dios es verdadero principio y fundamento ontológico, la persona es –como se ha dicho antes – centro de la creación, aquello por lo cual la creación cumple su finalidad.
3.2. La centralidad con relación al ser: la persona es el centro que permanece a través de todos los cambios que el ser atraviesa en su peregrinaje hacia Dios. Ese centro encierra el gran misterio de la inmanencia y la trascendencia divinas, que Santo Tomás describe así: “Tú eres más interior a mí mismo que mi propia interioridad, y estás por encima de lo más alto de mí mismo”. En ese centro profundo del ser puede el hombre reencontrar a Dios.
4. Unicidad/Inaprensibilidad
4.1. La persona supone integridad y unidad: la persona es el principio que integra todos los aspectos del ser y los lleva a la unidad. Tal integración no está realizada de antemano, sino que supone la tarea que el ser debe realizar, dominando sus elementos inferiores y constituyendo así su personalidad. La persona une inteligencia y voluntad, conocimiento y libertad, para la realización de esa tarea.
4.2. La persona no es parte, sino todo: en tanto que el individuo es parte de un todo, la persona, como categoría espiritual, no es parte, sino totalidad en sí misma; no es aplicable a la persona el concepto de parte, puesto que el espíritu no es un compuesto.
4.3. La persona es indeterminable e inaprensible: así como el individuo, en su realidad biológica, es perfectamente determinable, la persona, como realidad espiritual, es inaprensible. Podemos observar al ser, pero la persona no se muestra a la observación; permanece, por así decirlo, “detrás” del ser operante. El espíritu no se sujeta a la observación y al análisis de la razón, porque supera infinitamente toda categoría racional. La persona, inalcanzable en sí misma, se revela a través de su acción.
5. Singularidad
5.1. La persona es única, irrepetible: cada persona es única e irrepetible, y en ello se fundamenta su valor eterno. Cada hombre es un valor absoluto en sí mismo, distinto de todos los demás, único e inimitable; de ahí su dignidad inalienable y su valor insustituible.
6. Condición de sujeto y soporte del ser
6.1. La persona es el sujeto que sostiene al ser: la persona “lleva” y sostiene al ser en todas sus operaciones, en todas sus acciones y manifestaciones. Es aquello a través de lo cual el ser actúa.
6.2. La persona no es algo “añadido” al ser: el hombre se compone de cuerpo y alma, o de cuerpo, alma y espíritu, si consideramos a este último como esa “punta fina” del alma capaz de “rozar” la divinidad. La persona no es algo que se añade a ese conjunto, sino el conjunto mismo, en la medida en que está centrado en su sujeto, en la propia persona como sujeto y portador del ser en su conjunto, al que centra y unifica.
7. Dinamismo/Autosuperación
7.1. La persona no es algo dado, sino un proceso de auto-construcción: la persona se construye a sí misma mediante la profundización en su propio principio espiritual; no es algo ya realizado, sino una tarea a realizar, a fin de llevar a término el proyecto que Dios ha iniciado al crear esa persona. La persona es un proyecto de Dios que debe auto-realizarse.
7.2. La naturaleza de la persona es dinámica: la persona es espíritu y, por tanto, energía creadora; debe poner en juego esa energía creadora para romper su estado de aislamiento y alcanzar el mundo divino.
7.3. La persona es superación de uno mismo: la persona se construye superando aquello que hay de únicamente natural en el ser, su individualidad; es la superación de uno mismo.
8. Virtualidad/Potencialidad
8.1. La persona es, en principio, potencialidad: el carácter dinámico de la persona y su condición de proyecto o tarea a realizar implican el paso de la potencia al acto. La persona es pura potencialidad del ser, que debe llegar a ser acto. El individuo pertenece a la naturaleza; la persona está por encima de la naturaleza. Pasar de la potencia al acto implica romper la dependencia, la subordinación a la naturaleza del individuo.
9. Sinergismo
9.1. La persona es creada por Dios, pero “terminada” por el hombre: en la medida en que la persona es una “tarea a realizar”, una potencialidad que debe llegar a ser acto, puede decirse que es fruto de la sinergia entre la acción de Dios y la del hombre en uso de su libertad. Su existencia implica crecimiento, desarrollo y, al mismo tiempo, sacrificio, puesto que ese crecimiento se sustancia mediante el sacrificio de lo que hay de natural en el hombre y su subordinación al espíritu.
10. Universalidad
10.1. La persona es irreductible al individuo: la existencia de la persona implica salir de la individualidad e incardinarse en el espíritu, cuya naturaleza comporta universalidad. La persona no es separable del resto de las personas, ni tampoco del resto de seres que constituyen la creación. La persona, en su universalidad, es solidaria con la creación entera y se vincula a toda ella en todos sus aspectos, hasta el punto de que la creación entera depende de la persona para alcanzar su última finalidad. Salir de la individualidad no implica dejarla atrás, sino reabsorberla, integrarla y unificarla en ese centro personal, como se ha dicho más arriba.
11. Relacionalidad
11.1. La persona implica al “otro”: no hay persona si no hay “otro”, otro al cual se ama, por el cual la persona se sacrifica, hacia el cual tiende. La persona no existe sin una relación de amor-sacrificio-tendencia. La persona no existe confinada en sí misma, porque ese confinamiento es antagónico con su naturaleza espiritual. La persona es relación.
11.2. El amor que crea relaciones es parte de la formación de la persona: “El amor que crea relaciones es parte de la formación de la persona humana (...) “Yo” y “nosotros” (...) son las primeras categorías del ser personal. El “yo” es imposible si no se opone al “tu”, pero esa oposición es superada en el ‘nosotros’” (Spidlík, L’Idée russe).
11.3. La persona está constituida por relaciones libres, que se extienden a todo el cosmos creado: “La persona está constituida por relaciones libres, y el primer fundamento de nuestras relaciones con los seres es conocerlos (...), uniendo por medio del amor al sujeto cognoscente con los objetos conocidos (...) Las relaciones que constituyen la persona se extienden a todo el cosmos creado. Éste es para el hombre palabra de Dios, revelación, objeto de la “contemplación natural”. Pero, por otra parte, el hombre no se siente únicamente espectador exterior de esa realidad cósmica, sino que se siente incluido en el interior de la misma realidad que percibe como “total-unidad” orgánica y viva. No es un microcosmos en el sentido de los antiguos griegos, sino que es más bien un macrocosmos, una persona que engloba el universo para comunicarle la gracia” (Spidlík, L’Idée russe).
12. Autonomía
12.1. La persona es soberana y autónoma con relación a la naturaleza: el individuo está sometido a la naturaleza; no así la persona. Si lo estuviese, su libertad no existiría. La libertad implica dominio de la acción y plena responsabilidad por sus consecuencias. La voluntad, afirmación de sí mismo, y su libre ejercicio, es lo que revela más directamente a la persona. Como decíamos, la persona se revela a través de su acción, que es acción libre, soberana y autónoma.
13. Naturaleza sacrificial
13.1. La persona implica sacrificio: hemos visto que la persona no existe confinada en sí misma, sino abierta a los demás, y esa apertura es necesariamente sacrificial, puesto que implica romper la barrera y la “protección” de la individualidad para entregarse al otro, para poner al otro y al bien del otro por encima y por delante de uno mismo y del propio bien. El individualismo es antagónico con la persona porque la aísla y la ahoga en ese aislamiento.
13.2. La persona debe realizar su propia “kenosis”: “En la vida Trinitaria, el Padre se comunica totalmente al Hijo y el Hijo se “evacua” (Ph 2, 7) por amor a los hombres. Por ello, si la persona humana, para ser tal, debe llegar a ser “agápica”, debe también realizar su propia ‘kenosis’” (Spidlík, L’Idée russe).
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