Aristóteles enseñaba que el fin de la política es el bien común y que para los hombres el bien superior es la felicidad, y Francisco nos recuerda, insistentemente, que “la política es la forma más alta de la caridad”.
Los profanos del saber tomarán estos sanos conceptos y construirán una arenga desbordante de sofismas. Ya veo al inefable dipu-chanta Eduardo Valdés acomodando las palabras de Francisco a la herejía K y al vituperable Tío Alberto aplaudiéndolo, como aplaude cada una de las gansadas de la Reina Reverendísima.
Confundir la política con las ideologías es confundir la cura con la enfermedad. La política sería la solución a muchos de los problemas de la modernidad, pero las ideologías son parte de las causas de esos mismos problemas.
Por ejemplo, para Lenin, “la política es la expresión más concentrada de la economía”. Y si aceptáramos la confusión y la degradación de los términos, algo de razón tiene. La reducción del hombre a un simple engranaje de la economía no es culpa de la política, sino que es una consecuencia lógica del materialismo y de sus hijas, las ideologías, y las ideologías son la enfermedad de la política.
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José Ramón Ayllón es licenciado en Filosofía y Letras por la Universidad de Oviedo. Especialista Universitario en Bioética por la Universidad de Valladolid. Coordinador editorial de Nueva Revista. Ha sido profesor de Antropología Filosófica y Ética en la Universidad de Montevideo y en la Universidad de Navarra.
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¡Qué Dios nos ayude a “pensar la patria”!
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