
26 de Noviembre de 2023
fiesta de
Cristo Rey del Universo
Los
etnólogos sostienen que el origen de la autoridad, tal cual la
concebimos en nuestros tiempos, proviene del neolítico,
cinco mil años atrás.
La
aparición de los cereales y su cultivo, la domesticación del
ganado, permitieron las grandes aglomeraciones que cambiaron las
primitivas estructuras patriarcales del homo sapiens. Hace su
aparición la ciudad. Las posiciones sociales y funciones se
institucionalizan: surge la división del trabajo y la
estratificación de las clases. Propietarios y dependientes, amos y
esclavos, guerreros, comerciantes, artesanos y trabajadores. Y, por
encima de todo, los detentores de la autoridad. Ella está más allá
de la personalidad o personalidades de los que la ejercen. La
autoridad adquiere por sí misma una aura propia.
Y
la ciudad, la necesita.
Ella es un ámbito sumamente complejo necesitado de organización y
mando. A la manera de un hormiguero o panal, debe poseer una
disciplina que unifique los movimientos, la defensa, la producción y
entrada de alimentos, la provisión de energía, el cuidado y la
educación de la cría, la limpieza, la justicia y miles de detalles
que, cuanto más se complica la civilización, más cuidadosamente se
debe coordinar... Para los antiguos este orden de la ciudad,
protegida por sus murallas y contrastante con el peligroso mundo de
afuera -lleno de acechanzas, de animales salvajes, de desconocidos y
enemigos-, parecía reflejar el que observaban en el universo y que
se contraponía al caos. En su mente primitiva pensaban que el orden
cósmico era manejado y defendido contra las fuerzas del caos por los
que creían dioses celestes: los astros con sus imperturbables
regularidades y sobre todo el sol, marcando los días, dando luz y
calor. No es extraño, pues, que la imaginación y luego las
ideologías identificaran al rey en su ciudad, en su ámbito de
influencia, con el sol en el suyo.
Tanto
en las lenguas semitas como en las indoeuropeas los conceptos de
'cielo', 'sol' y 'dios' se identifican. Nuestra palabra 'dios' viene
de un término que significa 'brillo', 'cielo': dios
y
día
provienen
del mismo étimo. Así pues, como el cosmos es una imagen de la
ciudad, y la ciudad una imagen del cosmos, el
rey en todas esas civilizaciones termina por ser una especie de doble
de dios o del sol o del cielo. 'Imagen' o'hijo de Dios', 'del cielo',
'del sol', son términos que aparecen constantemente en la literatura
antigua con referencia a sus reyes, tanto en la Mesopotamia, como en
Egipto, como en Canaan, o aún en civilizaciones que no influyeron
directamente en la concepción bíblica como China, India, Japón, o
los Aztecas y los Incas.
Así se lo llamaba al Inca: hijo del sol o al emperador de la China,
hijo del Cielo. Tal se lo consideraba a Hirohito, en Japón, hasta la
segunda guerra mundial.
Hasta por sus
tocados debían asemejarse los antiguos reyes al esplendor del cielo:
joyas refulgentes que imitaban las estrellas; abundante oro -el metal
solar -; el cetro, a la manera del rayo; la áurea corona circular,
con puntas, en forma de sol.
La
Biblia, profundamente subversiva, rechaza esta concepción: ni el
cielo, ni el sol, ni mucho menos la autoridad humana tienen en este
mundo nada de divino. El
primer capítulo del Génesis lo dice claro: el cielo, el sol y las
estrellas son creados, meros elementos de la naturaleza. También el
hombre es creatura, sin nada de divino, ni siquiera el rey. Cuánto
mucho -todos
ellos,
no uno solo, igualitariamente- han sido creados a 'imagen' lejana,
'semejanza' borrosa, de Dios, porque dotados de libertad y llamados a
cultivar y dominar el resto del universo material.
Más
aún:
es claro, en la Escritura, que las autoridades mundiales son los
grandes enemigos del pueblo de Dios, de Israel. Las
figuras prototípicas del mal son, tanto en el Pentateuco como en los
profetas, el faraón, los reyes de Asiria y Babilonia, los reyezuelos
cananeos, los reyes de Tiro y de Sidón, como luego lo serán las
autoridades griegas y romanas.
También en el Nuevo Testamento los poderes mundiales tienden a ser
presentados como maléficos, demoníacos, y la Roma pagana como "la
gran Babilonia".
El Dios de
Abraham y de Moisés se caracteriza por ser, pues, un Dios liberador,
redentor, anti-autoritario, defensor de las autonomías tribales y
familiares, amparo del derecho de los débiles, y de los extranjeros,
promotor de una sociedad -respetando las legítimas superioridades-,
constitutivamente igualitaria.
No
existen, en la concepción bíblica, autoridades humanas depositarias
de cualquier poder o delegación divinas, sino simplemente ejecutoras
de una Voluntad superior. Ésta plasmada en leyes objetivas, no en
caprichos de decretos reales, ucases o directas comunicaciones del
soberano con Dios. La
autoridad absoluta de los monarcas paganos ejercida en lugar de Dios,
es todo lo contrario de la concepción bíblica, en donde el
ejercicio de la autoridad debe pasar siempre por decisiones
prudenciales sometidas a la legalidad superior tanto de la ley divina
expresada en los diez mandamientos y sus regulaciones, como a las
leyes de la naturaleza -fijadas por Dios de una vez para siempre,
según el mito bíblico, después del diluvio- y que constituyen la
verdad, no el macaneo voluntarista de los déspotas.
El ideal del pueblo de Israel es la libertad y tener como soberano
supremo solo a Dios y la conciencia iluminada objetivamente por Él.
"Hay
que obedecer a Dios antes que a los hombres"
será todavía, en el NT, el 'leitmotiv' de los apóstoles frente a
la autoridad civil.
El
fenómeno monárquico que comienza con Saúl
y
David
y
termina trágicamente en la caída tanto de Samaría como, ciento
treinta años después, de Judá, es difícilmente explicado o
tolerado por la teología bíblica. "¿Cómo
el Dios de Israel -salvador de Su pueblo de la tiranía del faraón
de Egipto-, va a sustentar, al modo pagano, la monarquía?"
Se notan en la Escritura, al respecto, ideas contrapuestas. Unas, que
intentan salvar la bondad de la monarquía como un recurso cuasi
excepcional; y de todas maneras, alejada de toda identificación del
rey con lo divino. La designación del Rey como 'hijo de Dios' es
totalmente excepcional en el texto bíblico. Aparece en los Salmos y
en el libro de los Reyes solo metafóricamente, cuando ya ha
desaparecido la monarquía y ésta se ha transformado en algo
legendario, como una de las tantas figuras de la esperanza. Otras
posiciones critican directamente el régimen monárquico y lo
muestran como una infidelidad de Israel, pedido caprichoso del pueblo
aspirando a imitar a las naciones paganas.
A
partir de la vuelta del exilio, el gobierno de Israel,
poco independiente, primero bajo la égida de los persas, luego de
los griegos y romanos -excepto las restauraciones monárquicas de los
macabeos y de los herodes-, queda
en manos de la aristocracia, de las castas sacerdotales, de
personajes como los fariseos. Aunque ninguno de ellos reivindica una
especial autoridad divina ni hace ideología de sus funciones, y
supuestamente se declaran sometidos a la Torah, a la ley de Dios, en
la práctica se hacen dueños de ella y, con sus interpretaciones y
amañada jurisprudencia, se comportan de modo tiránico y apañando
injusticias de todo tipo.
Roma,
como todo el mundo pagano, también diviniza la ciudad, la diosa
Roma. Sin embargo, algo
la aparta del común: aún en época imperial subsisten instituciones
republicanas y aún patriarcales. República en donde el pueblo -no
la masa-, es el que gobierna junto con los senadores, mediante los
'cónsules' elegidos año a año, y respetando un cuerpo legal -el
Derecho romano-, que está más allá del arbitrio de estas
autoridades.
La sigla S.P.Q.R., "Senatus
Populusque Romanus",
"el
senado y el pueblo romano",
figura como firma y sello en todas las inscripciones y ordenanzas que
se emiten bajo su historia, aun en los siglos cuando el comandante en
jefe de las fuerzas armadas, el 'imperator', el emperador, haya
asumido de hecho el poder y la república se haya transformado, de
facto, en imperio.
La
escena del evangelio de hoy es patética.
Allí está el prefecto Romano, delegado de la diosa Roma, pero como
buen romano, manteniendo en su atuendo y usanzas, al menos la
apariencia de la austeridad casi militar republicana y el marco del
respeto al Derecho.
Pilato piensa, cuando le anuncian que le traerán un reo acusado de
querer asumir la monarquía de Israel, que se encontrará con un
fantoche disfrazado con oros, espadas de lujosas empuñaduras,
corona, manto de púrpura.
Y
le empujan adelante una figura majestuosa sí, pero vestida tanto o
más austeramente que él. "¿Tú,
eres el rey de los judíos?"
pregunta con incredulidad, casi con sorna.
Ciertamente
Jesús es de prosapia real, legítimo descendiente de los dávidas, y
podría reivindicar holgadamente su condición de tal. Pero no es eso
lo que pretende. Ya bastante trabajo le ha costado intentar mostrar a
sus seguidores que siendo efectivamente el Mesías, el ungido, es
decir el rey, no lo es a la manera humana como ellos esperaban y
deseaban. Por eso sin negar ni afirmar que sea o no el Rey de los
judíos, habla del tipo de realeza que habría que reconocer en él.
"Mi
realeza no es como la que defienden para sí los déspotas de este
mundo".
Pilato
se pone serio y, al mismo tiempo, interesado. No tiene frente a sí a
un loco subversivo que quiere iniciar una rebelión contra Roma. No a
un exaltado profeta como los que hasta ahora le han llenado de
dolores de cabeza su gestión.
Pero no puede dejar de ver que este hombre, aún atado y empujado por
sus esbirros, irradia una serenidad y autoridad fuera de lo común.
Ahora
deja de lado la sorna y le pregunta muy seriamente "Entonces
¿tú eres rey?"
Ya no rey 'de los judíos' o rey 'de Israel' o de alguna pequeña o
grande monarquía oriental. Simplemente "Rey".
Jesús
no desprecia a Pilato, no guarda silencio como ante el mamarracho de
Herodes Antipas o el soberbio Sumo Sacerdote. Ante el interés
auténtico y casi respeto demostrado por el procurador, le responde.
"Tú
lo dices, yo soy rey".
Y
en el 'yo soy' resuena toda la majestad del nombre mismo de Dios,
Yahvé, "Yo Soy el que Soy".
Pero intenta
explicar a ese pagano ilustrado en qué consiste su realeza: la
realeza de la verdad, la que emana de Dios, la que se ajusta a lo que
las cosas son, la que está inscripta en la ley natural, la que
corresponde a la realidad del mundo y del hombre, la que clama por
plenificarse, más allá de este tiempo caduco, en el llamado de Dios
y en la patria celeste...
Al
fin y al cabo Jesús es el Verbo, la Palabra de Dios según la cual
todo es creado y avanza lentamente hacia su total realización. Él
es el pensamiento arquitectónico, director, regente, según el cual
las cosas son hechas y actúan de acuerdo a leyes físicas, químicas,
biológicas, psíquicas, éticas ínsitas en la misma realidad. Él
es la vivificación de lo divino en la historia, el dador de la
Gracia, de la Salud a la naturaleza herida del hombre, el capaz de
conquistar el Cielo.
Él es, por lo tanto, la suprema Verdad. "Para
eso he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la
verdad."
Por eso es Rey.
El
que se hace dócil para conocer la realidad y sus normas, y vivir de
acuerdo a ellas, es capaz de abrirse también a la Verdad última
que, en Cristo, se manifiesta como camino que lleva a la Vida, a la
verdadera paz, a la realización definitiva del hombre y del cosmos.
En ese sentido Jesucristo es el único Rey del Universo y quien, a la
postre, llevará todo a su fin, junto con los que -en fe, esperanza y
caridad- acepten su palabra. "El
que es de la verdad escucha mi voz".
Cuando
el cristianismo prendió en la sociedad, después del siglo IV, en
instituciones políticas que reconocían su reinado, al menos en
teoría, los que se llamaban reyes y monarcas cristianos -¡y los
hubo bien santos¡- sabían que no tenían ninguna autoridad divina.
Solo podían y debían hacerse ejecutores y defensores de la palabra
de Dios manifestada en Cristo, único Rey, que se plasmaba en las
leyes de la naturaleza y el derecho natural, y en las que, imperadas
por la caridad, surgían del evangelio. Ningún
monarca verdaderamente cristiano podía pretender una autoridad
propia que pudiera oponerse a las superiores leyes de Dios y de la
naturaleza. Y la Iglesia de Cristo estaba allí para recordárselo.
El
protestantismo, la masonería, el iluminismo revolucionario,
desconocerán esta sujeción de la autoridad de los hombres a las
leyes de la verdad y, por lo tanto de Cristo. El hombre toma el lugar
de Dios.
Las monarquías y principados surgidos del protestantismo
reivindicarán, en lo político, otra vez a la manera pagana,
autoridad absoluta, de 'derecho divino', no subordinada a nadie ni a
nada, sino a su propio arbitrio. La Iglesia, la Revelación, el
Papado, en última instancia la Verdad, Cristo, ya no garantizarán
más la libertad de los pueblos, de los súbditos, el derecho de la
realidad, la vigencia de los mandamientos, la protección de los
débiles. El
despotismo de los poderosos impondrá sus yerros, tuertos y mentiras,
aunque para eso, en disfraz reciente, recurran al mecanismo absurdo
del voto o de la encuesta.
Porque
ese mismo derecho absoluto de los monarcas y jeques protestantes y
musulmanes, y de los que restaban y restan aún paganos, será
heredado por los gurúes de la democracia. Sin
la más mínima subordinación a Dios, en nombre del Hombre declarado
divino, mendazmente en nombre del pueblo, no se inclinarán ni
retrocederán ante ningún límite, sino que impondrán su propia
soberbia. Serán ellos mismos los creadores de la ley y de la moral,
los dueños del árbol de la ciencia del bien y del mal.
Modernamente
harán de 'La Democracia' -uno de los tantos sistemas posibles de
gobierno-, una especie de mito sagrado.
Democracia,
por otro lado, identificada con las partitocracias ideologizadas y,
para peor, rapaces y deshonestas. En nombre de esta entelequia
inconsistente, se impondrán las leyes más absurdas, más
contrastantes con la realidad, más en conflicto con el sentido
común, con el auténtico bien común, con la verdadera libertad de
los pueblos, de las familias y de las personas. Esta democracia
espuria, absolutismo sin frenos ni límites, erigirá como máximo
adversario al
catolicismo
que
-a pesar de muchos de sus representantes ya no más católicos- como
pueblo de Dios cuyo único camino es la Verdad, es el solo que pone
en cuestión la autoridad absoluta de los pequeños déspotas de la
democracia impostora.
El
católico cabal es el único verdaderamente libre capaz de decir
siempre con los apóstoles "Hay
que obedecer a Dios antes que a los hombres."
Y, a las legítimas autoridades de los hombres, solo si se hacen eco
y portavoces de la verdad y de la ley. Por
debajo de Dios y de su Cristo no tengo que someterme a nadie, ni a
ley alguna, que entren en colisión con Su suprema y amantísima
voluntad.
Ser católico es arrodillarse solo frente al Señor y, por eso, ser
libre para no hacerlo delante de los múltiples ídolos y pequeños
tiranos de este mundo.
No
se trata pues, de sistema de gobierno, de monarquía, de democracia,
de aristocracia o de lo que sea: todos esos sistemas pueden ser
pésimos o viables.
Lo único que importa es reconocer la primacía de la verdad, la
reyecía de Cristo, el imperio de la moral, de los diez mandamientos,
de la justicia, de la libertad de las personas, de la protección del
honesto y contención del delincuente, del respeto a la propiedad, a
la familia, a mi derecho de realizarme sin que constantemente
intervenga, intruso en mi vida, un funcionario de pacotilla de un
prepotente Estado, tal como está, parásito de la verdadera Nación
y de su pueblo.
No es cuestión
de voto o de sistema. Es cuestión de seguir la sabiduría de Dios y
la Palabra de su Cristo, único Rey, en adhesión a la verdad y a la
justicia, y en la protección de lo bueno y detestación de lo malo.
No parece haber
muchas perspectivas de que esto pueda darse próximamente ni en
nuestro patria ni en el mundo. Mientras pasa la tormenta, y sea
tirano 'el príncipe de este mundo', al menos hagamos reinar a Cristo
y a la verdad en nosotros, en nuestras familias, para que el día de
su inevitable victoria final -como nos los señala la liturgia de
este último domingo durante el año- podamos reinar para siempre con
Él, en el gozo y alegría de su sempiterno Reino.
SERMONES
DE CRISTO REY
Pbro.
Gustavo E. PODESTÁ
Publicación original ver AQUÍ
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