
Claramente, la democracia es sólo un sistema imperfecto de gobierno, existen mejores pero no los tenemos disponibles, y en Argentina tiene características que potencian su imperfección al estar por completo sometida a los partidos políticos. Tenemos una democracia partidocrática, y el resultado es escandalosamente horrible.
Llevamos 40 años de esta práctica y tenemos un país destruido, con relato y sin historia, sin porvenir, sin moral y vilmente corrompido, con un pueblo hambreado y sometido, pero con líderes políticos y sus serviles laderos tan enriquecidos que dan asco.
Y aun así, seguimos creyendo que se puede cambiar.
Al pié encontrarán una nota publicada al conmemorarse los primeros 20 años de democracia. Luego de leerla, traten de imaginar lo que estaría escribiendo hoy Don Victor Ordóñez, gracias a Dios no tuvo que sufrir los siguientes 20 años del corrupto totalitarismo K.
Pero ahora es ahora, y debemos votar en un balotaje.
Veamos que decíamos hace pocas semanas de los candidatos:
Massa es la continuidad del relato oportunista de la contracultura y la historia reescrita, la corrupción en todas las areas, incluidos los derechos humanos, y la decadencia moral. Ya hemos escrito mucho sobre el Idiota moral, Hacia un nuevo fracaso y finalmente El peor gobierno de la historia. Son la peor catástrofe que nos pudo ocurrir, destruyeron un país y ya va siendo tiempo de que Dios y la Patria se lo demanden.
Milei, con su anarcocapitalismo, la dolarización sin dólares que no cierra, su inestabilidad emocional por no decir locura y su odio a la casta (con la que tendrá que pactar si quiere gobernar), es un gran interrogante con un signo de admiración. Supo convertirse en el canal de expresión de la gente disconforme y desesperada. Pero aún queda por saber quien lo promueve y financia, las malas lenguas hablan de "La Cábala" (esotérismo y judaísmo jasídico). Y debo decir que sus viajes espirituales a Nueva York a visitar la tumba del rabino Menachem Mendel Schneerson, séptimo líder de la dinastía jasídica fallecido en 1994, y su reconocida nigromante relación canina y ahora también rabínica, parecen darle la razón.
(ver Milei,el papa y los curas villeros)
Y claro,
siempre existe "la opción rebelde" de votar en blanco. La
pedantería y soberbia de algunos y la cobarde neutralidad de otros,
dirán que no se prestan al juego y que votan en blanco, como si
fueran selenitas y estarían los próximos cuatro años de regreso a
sus lares.
La verdad es que quienes habitamos, y cuidamos a nuestros hijos y nietos, en estos lares dependemos de esta votación, y con gusto o disgusto, con ganas o sin ellas, tenemos que votar y elegir a uno.
Mientras Patricia lo entendió perfectamente, los radicales volvieron a su tibieza mortuoria a la que nos tienen históricamente acostumbrados.
El domingo 19 de Noviembre algunos estarán convencidos y votarán afirmativamente por el candidato que los representa, yo no tengo esa opción, pero votaré por terminar con el latrocinio y el marxismo cultural, votaré a Milei para terminar con la dinastia K.
Es lo que hay. Mientras tanto ...
¡Qué Dios nos ayude a “pensar la patria”!
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Extracto de «20 años de democracia»
de Víctor Eduardo Ordóñez (1932-2005) publicada en blogdeciamosayer
Veinte años de decadencia y de desencuentros. Se cumplieron efectivamente dos décadas del advenimiento del régimen partidocrático –que aquí se hace llamar democracia precisamente– y su balance en sentido literal no puede resultar más negativo. Tan es así que, si bien fue recordado, como no podía ser menos, no fue celebrado. Pareciera como si un extraño e inédito pudor hubiera hecho reflexionar a los operadores políticos –o sea, sus únicos beneficiarios– y los llevara a guardar silencio o a bajar la voz. Es que, se interprete como se quiera este proceso, las consecuencias están a la vista y las sufrimos todos. Esta anarquía que Kirchner busca instrumentar y que cree que podrá controlar, es la culminación y no la reversión de lo iniciado por Alfonsín en 1983 con una socialdemocracia singular. Porque no sabía qué era ni qué se proponía, carecía de modelo y de soluciones y sólo llegaba a comprender lo que no quería. Antes que nada, por supuesto, procuró diferenciarse del gobierno militar que lo había precedido, pero su imaginación no iba mucho más allá como sí, en cambio, iba su ideología; una ideología que consistía básicamente en construir un país nuevo, con valores y categorías de izquierda. Consiguió imponer el divorcio y si no fue más adelante se debió a que su espacio político se había ido achicando en la medida de sus desaciertos. En realidad, detrás de esa democracia lo que se proponía era una concentración de todo el poder disponible en el Estado para avanzar sobre una sociedad desprotegida y, a pesar de todo, esperanzada.
Fracasado el gobierno a poco andar, fracasó también su utópico «tercer movimiento» [...] se optó por el Pacto de Olivos, una variante que permitía la alternancia dentro de la misma oligarquía como se vino dando hasta ahora en que las cosas parecen cambiar, aunque para peor si cabe. El radicalismo huyó espantado de sus propios desastres (por completo previsibles en atención a su falta de idoneidad y de coherencia) cedió paso al hiperliberalismo que engañosamente introdujo Menem (jamás indicó en su campaña en qué consistía su programa económico, disfrazándolo con espectaculares referencias al «salariazo» y a la «revolución industrial»). Nunca antes la Argentina –ni siquiera en tiempos de Rivadavia– fue entregada al extranjero ni sometida a tan fiera expoliación como en los dos gobiernos de este justicialismo que algunos califican de heterodoxo pero que, en definitiva, es igual a sí mismo. El radicalismo, por más que se haga el distraído o el indignado, acompañó –al facilitar la reforma constitucional y aprobar las leyes que un simbólico Cavallo reclamaba con insistencia cercana a la desesperación– toda la gestión menemista. Al punto que el gobierno de De la Rúa, lo volvió a convocar y así no fue sino la prolongación de ese aperturismo incondicionado que se completaba con un Estado endeudado y paralizado sin reacciones ni iniciativas. El radicalismo volvió a caer y esta vez no pudo hacerse pasar por la víctima de una conspiración de militares perversos. Bastó una asonada –más mediática que efectiva que juntó en mala síntesis a furiosos burgueses y a disciplinados marginales para que un gobierno carcomido por sus propias incertidumbres y por limitaciones que trató de presentar como virtudes se desplomaran con pena y sin gloria. Una breve sucesión de breves gobernantes concluyó con el advenimiento de Duhalde, hombre al que ciertos analistas gustan ubicar en el centro tal vez porque eso le permite inclinarse alternativamente para un lado y para el otro sin escandalizar. Se encargó de administrar la crisis de la misma manera que De la Rúa administró la decadencia y, luego que la primera generación de piqueteros lo sacudió con dos muertos, señaló con su dedo y cual Gran Elector, al actual presidente Kirchner del que no termina de hacerse responsable.
La conclusión que podemos sacar, sin entrar en las profundidades de la historia del país organizado donde encontraríamos ricos e ilustrativos antecedentes, es que si se alcanzó la democracia ésta es demasiado imperfecta, insustancial y enfermiza como para apostar el futuro argentino a su vigencia. Lo que sucede es que la democracia –con la que se educaría, comería y curaría– no es un sistema legítimo para intentar el bien común, fin natural de la política.
Otra cosa es la República con su régimen de respeto al orden natural y su juego de control y contención del poder –en cualquiera de sus manifestaciones–, con su contenido axiológico (igualdad, organización, virtudes, leal respeto por el toro, gusto por la excelencia) y, en especial, con una forma decente y honesta de aplicarse. La democracia argentina –tampoco las otras– no tiene ni puede tener ninguno de estos valores porque la partidocracia se sustituye a la masa y ésta se entrega a aquélla en la creencia que la va a representar. La partidocracia, como está probado científicamente, se encapsula en sí y se distancia de sus votantes que nunca dejan de ser sus clientes llamados cada tanto para limpiar títulos.
De forma que este modo de gobernar completa la irracionalidad de la democracia: la multitud pide y las dirigencias inspiran los movimientos populares en un lúdico planteo según el cual la soberanía recae en un Estado que termina no respondiendo ante nadie y atendiendo sólo a sus intereses.
La democracia inficionada de relativismo no puede provocar más que un totalitarismo o una anarquía.
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