
"No deis lo santo a los perros,
ni echéis vuestras perlas delante de los cerdos,
no sea que las pisoteen, y se vuelvan y os despedacen."
Mateo 7:6
"Discutir
sobre religión es una cosa que ya no me gusta. Hace como treinta
años que no discuto —ni siquiera con los «censores»— de mis
obras. Cuando era joven era un gran discutidor.
Es
cosa inútil. Al que pone objeciones religiosas, ordinariamente hay
que recomendarle leer un buen Catecismo de Perseverancia.
Ordinariamente habla de lo que no sabe. Si tiene interés en saber,
sé tomará esa pequeña molestia; si no tiene interés, habla por
hablar y entonces la discusión es inútil y aun peligrosa.
A
los que vienen a uno en un barco o en un tren con él: «Vea
Reverendo, ¿cómo responde usted a esto?», no hay que darles la
solución, sino acrecentarles la objeción, urgiría mucho más
todavía, que vea que uno la sabe y aun la «siente» tanto como él,
o más. Es decir, hay que agudizarle (o crearle si acaso) el hambre
de saber, porque si esa hambre no existe, darle la solución es
perder tiempo..."
…Hoy
día hay muchos que preguntan «cómo es Dios» con la intención de
aceptarlo o no aceptarlo según les guste o no les guste; quiero
decir «su existencia». Pero la existencia es lo primero; y si es un
hecho la existencia, con que yo no la acepte, no la destruyo como
hecho. (Me destruyo a mí mismo.)
…Esa
posición de decir: «Si Dios me gusta o me satisface, bien, entonces
puede ser que lo acepte», es un disparate monumental. Con ése no
hay que discutir. Si Dios existe, … no tengo más remedio que
decir: «No me gusta, no lo comprendo; pero si es un hecho, no tengo
más remedio que arreglármelas con ese hecho como pueda». Es lo que
hacemos enfrente de todos los hechos de la Naturaleza o del Mundo
Humano. Que traten, por ejemplo, de no aceptar una poliomielitis o un
ciclón, a ver si va.
P. Leonardo Castellani
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La presente reflexión del P. Leonardo Castellani, de claro contenido autorreferencial, es sumamente ejemplificadora del texto evangélico.
Con el pasar de los años y de los golpes y las humillaciones recibidas, de propios y de ajenos, la paciencia se termina, y está bien que así sea.
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¿Cuántas veces hemos sufrido a un discutidor arrogante que ironiza y abusa de gestos y muecas cuando se opone a algo que hemos dicho; o a un discutidor profesional que, sabiéndose marginal, busca la oportunidad para repetir las frases de molde que le han sido inoculadas durante su adoctrinamiento; o a un discutidor artero, que permite que los demás se desgañiten y en el momento indicado ofrece su sacrosanta conciliación con un relato absurdo de medio camino?
De jóvenes, no lo hubiéramos permitido y hubiéramos subido el tono sin importar los límites.
De viejos y con un ajeno, nos retiramos mediando cordiales saludos a su árbol genealógico o en un último esfuerzo de cristiana caridad le revoleamos un par de libros por la cabeza, para que estudie y/o discuta con los especialistas, si puede, si le queda algo de humanidad.
Pero de viejos y con uno propio, con quien es objeto de nuestros afectos, cualesquiera de los discutidores mencionados, nos duele, nos lastima, nos enmudece y nos obliga a retiramos para lagrimear sin que nos vean.
Y hasta parece mentira pero es cosa señalada
Que de una sangre pareja salga la cría cambiada
José Larralde
¡Qué Dios nos ayude a “pensar la patria”!
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