Cristo Rey - De pluma ajena: La Realeza de Cristo (11/2024)

 


Cristo Rey

"... remedio eficacísimo a la peste que hoy inficiona a la humana sociedad. Juzgamos peste de nuestros tiempos al llamado laicismo con sus errores y abominables intentos"





Contra el moderno laicismo

23. Y si ahora mandamos que Cristo Rey sea honrado por todos los católicos del mundo, con ello proveeremos también a las necesidades de los tiempos presentes, y pondremos un remedio eficacísimo a la peste que hoy inficiona a la humana sociedad. Juzgamos peste de nuestros tiempos al llamado laicismo con sus errores y abominables intentos; y vosotros sabéis, venerables hermanos, que tal impiedad no maduró en un solo día, sino que se incubaba desde mucho antes en las entrañas de la sociedad. Se comenzó por negar el imperío de Cristo sobre todas las gentes; se negó a la Iglesia el derecho, fundado en el derecho del mismo Cristo, de enseñar al género humano, esto es, de dar leyes y de dirigir los pueblos para conducirlos a la eterna felicidad. Después, poco a poco, la religión cristiana fue igualada con las demás religiones falsas y rebajada indecorosamente al nivel de éstas. Se la sometió luego al poder civil y a la arbitraria permisión de los gobernantes y magistrados. Y se avanzó más: hubo algunos de éstos que imaginaron sustituir la religión de Cristo con cierta religión natural, con ciertos sentimientos puramente humanos. No faltaron Estados que creyeron poder pasarse sin Dios, y pusieron su religión en la impiedad y en el desprecio de Dios.

24. Los amarguísimos frutos que este alejarse de Cristo por parte de los individuos y de las naciones ha producido con tanta frecuencia y durante tanto tiempo, los hemos lamentado ya en nuestra encíclica Ubi arcano, y los volvemos hoy a lamentar, al ver el germen de la discordia sembrado por todas partes; encendidos entre los pueblos los odios y rivalidades que tanto retardan, todavía, el restablecimiento de la paz; las codicias desenfrenadas, que con frecuencia se esconden bajo las apariencias del bien público y del amor patrio; y, brotando de todo esto, las discordias civiles, junto con un ciego y desatado egoísmo, sólo atento a sus particulares provechos y comodidades y midiéndolo todo por ellas; destruida de raíz la paz doméstica por el olvido y la relajación de los deberes familiares; rota la unión y la estabilidad de las familias; y, en fin, sacudida y empujada a la muerte la humana sociedad.

La fiesta de Cristo Rey

25. Nos anima, sin embargo, la dulce esperanza de que la fiesta anual de Cristo Rey, que se celebrará en seguida, impulse felizmente a la sociedad a volverse a nuestro amadísimo Salvador. Preparar y acelerar esta vuelta con la acción y con la obra sería ciertamente deber de los católicos; pero muchos de ellos parece que no tienen en la llamada convivencia social ni el puesto ni la autoridad que es indigno les falten a los que llevan delante de sí la antorcha de la verdad. Estas desventajas quizá procedan de la apatía y timidez de los buenos, que se abstienen de luchar o resisten débilmente; con lo cual es fuerza que los adversarios de la Iglesia cobren mayor temeridad y audacia. Pero si los fieles todos comprenden que deben militar con infatigable esfuerzo bajo la bandera de Cristo Rey, entonces, inflamándose en el fuego del apostolado, se dedicarán a llevar a Dios de nuevo los rebeldes e ignorantes, y trabajarán animosos por mantener incólumes los derechos del Señor.

Además, para condenar y reparar de alguna manera esta pública apostasía, producida, con tanto daño de la sociedad, por el laicismo, ¿no parece que debe ayudar grandemente la celebración anual de la fiesta de Cristo Rey entre todas las gentes? En verdad: cuanto más se oprime con indigno silencio el nombre suavísimo de nuestro Redentor, en las reuniones internacionales y en los Parlamentos, tanto más alto hay que gritarlo y con mayor publicidad hay que afirmar los derechos de su real dignidad y potestad.

Encíclica QUAS PRIMAS del Sumo Pontífice PÍO XI sobre la Fiesta de Cristo Rey

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LA REALEZA DE CRISTO

   
Pío XI instituyó la festividad de Cristo Rey pensando en el bien que traería al mundo entero, esperaba “su renovación”. Tenía una triste experiencia. La Primera Guerra Mundial terminó con un tratado de paz, para el cual no se pidió la colaboración del Papa. Funestos “pactos de paz” en que ni siquiera se menciona el nombre de Dios. Y continúan las asambleas por la paz, pero nadie pronuncia el nombre de Dios.
 
De ahí los resultados que vemos. No vivimos en paz y no estamos tranquilos. Nuestro mal está en que no somos lo bastante cristianos. Al Papa le incumbe mostrar el camino. Es el que mejor conoce cómo está la salud espiritual del mundo. ¿Qué es lo que nos está diciendo el Papa al publicar la festividad de Cristo Rey? No tenéis paz, porque la buscáis por caminos errados. Prescindís de Cristo, cuando Él es el punto céntrico de toda la Historia. Se ha desencadenado la peste en el mundo, la peste que destruye las conciencias y la vida moral. Os contagiáis cuando desterráis de vuestra vida a Cristo. De seguir así, pereceréis. Y nosotros ni siquiera nos asustamos al oír su grito de alarma.
 
La enfermedad de la sociedad no puede ocultarse por más tiempo; aparecen ya las pústulas; pero nadie se asusta. ¿Dónde está el mal? ¿Es que acaso se persigue a la Iglesia? ¿Es que le espera al creyente el cadalso? No, ya no existen tales persecuciones, como la de los Nerones. La peste actual obra de distinta manera. Sus bacilos enrarecen el aire en torno de Cristo y no permiten que en la vida pública seamos católicos.
 
El mundo es un libro inmenso. Todo libro gira en torno de un tema fundamental; si quisiéramos resumir en una palabra el pensamiento fundamental del mundo, habríamos de escribir este nombre: ¡Cristo! Ahora no lo vemos aún con toda claridad; tan sólo lo comprenderemos cuando aparezca en el cielo la señal del Hijo del Hombre. Entonces veremos sin nubes que Él fue el principio y el fin. Aunque ahora no lo veamos con claridad, creemos; creemos que donde falta la señal del Hijo del Hombre, allí reina la oscuridad, allí se eclipsa el mundo espiritual. Pero confesamos a Cristo. Nos consideramos católicos. Sí: quién más, quién menos. Pero ¡son tan pocos los que viven a Cristo! Cristo es Rey en mi corazón, es verdad; Cristo es el Rey en mi hogar, es cierto, ¡pero no basta! Cristo es Rey también en la escuela, en la prensa, en la fábrica, en el Congreso.
 
Pasemos nuestra mirada por el mundo: ¿Dónde impera la Santa Cruz de Jesucristo? La vemos en las iglesias, sobre la cama de algunos católicos. Pero en la vida pública, ¿dónde impera la Cruz de Cristo? No la vemos.
 
¿Comprendes, pues, cuál es el objetivo de la fiesta de Cristo Rey? Hacer patente esta terrible verdad: que Jesucristo, el Sol del mundo, no brilla en este el mundo.
 
Nadie persigue la religión de Cristo. Hoy no se persigue, acaso, a Cristo, pero, no hay lugar para El. ¿En dónde se puede hallar hoy a Cristo? Tan sólo en la iglesia. Pero esto no basta. Él nos lo pide todo, porque le pertenece. En el momento de salir de la iglesia ya no tenemos la impresión de vivir entre cristianos. Cristo es Rey, pero le hemos despojado de su corona, y así no puede reinar.
 
¿Cómo hemos llegado a tal extremo? Sufrimos una enfermedad radical; la sociedad moderna sufre una aguda crisis. No se respeta la autoridad, se falta el respeto a la ley. No se respeta el saber, la virtud, la experiencia. Se da una increíble contradicción: a la vez que hay un enorme progreso técnico, el hombre es cada vez más desdichado. Se ha desarrollado la ciencia, la técnica, pero no se ha progresado en integridad moral.
 
¿Qué es la historia del último siglo sino una triste apostasía, cada vez más notoria?
 
En la Edad Media, todas las manifestaciones de la vida estaban enseñoreadas por Cristo. Hoy no ocurre lo mismo, desde que el desarrollo de la ciencia y de la técnica nos ensoberbeció; desde entonces nuestra mirada se clavó exclusivamente en la tierra. En aquel tiempo, los hombres creían que la Tierra era el centro del universo, y, no obstante, sabían mirar al cielo. Hoy sabemos que la Tierra no es más que un punto en el universo, y, sin embargo, a ella se limitan todos nuestros deseos y nos olvidamos del cielo.
 
De repente una catástrofe mata a centenares de hombres. Entonces se agita por un momento el hombre en su pequeñez al ver la mano poderosa de Dios; pero no es más que un momento, porque en medio del estertor de los moribundos, el hombre sin Dios sigue jactándose de sus proezas.
 
Si Cristo bajara de nuevo a la tierra volvería a ser rechazado. Toca en los estudios de los artistas. “El arte no tiene por qué verse influido por la moral”. Toca en las redacciones de los diarios; en los cines y teatros. No le dejan entrar. No hay lugar para Él. Toca a las puertas de las fábricas. ¿Estás inscrito en el sindicato? ¿No? Entonces, ¿a qué vienes?
 
Hace siglos que los bacilos de la peste de la inmoralidad se han infiltrado solapadamente en la sangre de la humanidad; iba diluyendo cada vez más la doctrina de Cristo, ahora nos encontramos que está todo corrompido.
 
El destierro de Cristo empezó en el mundo de las ideas. Día tras día pensábamos en todo menos en Dios. Nuestra fe se debilitaba cada vez más. ¿No lo crees? ¿En qué piensan los hombres? Los pensamientos de muchos cristianos durante el día; ¿son diferentes de los que pudieron tener los paganos honrados antes de la venida de Cristo? Un poco de bondad natural, una honradez exterior; pero, en el fondo del alma un mundo sin Cristo.
 
Y la gran apostasía se continuó en el hablar. Hablamos de las cosas en que pensamos, de las cosas que llenan nuestro corazón. No pensamos en Cristo, en sus leyes, en su Iglesia; por este motivo, tampoco entran en nuestros temas de conversación. ¡De cuántas cosas se habla hasta entre los católicos! Deporte, veraneo, diversiones, modas, política, viticultura, del dólar, del cine, de la salud, dietas, estudios; pero ¿y de Cristo? No hablamos de Él, porque no pensamos en Él. Estamos dispuestos a charlar de cualquier tontería; pero nos sonrojamos de hablar de Dios. Hacemos una lista de los propios méritos y, cuando llega el momento de hablar de Nuestro Señor nos sentimos encogidos. ¡Oh pobre Rey desterrado!

Esta es la triste situación de la sociedad moderna. No queremos que éste reine sobre nosotros. La política dijo: ¿A qué viene aquí Cristo? La vida económica: El negocio no tiene nada que ver con la moral. En las ventanillas de los Bancos: Vete, nada tienes que buscar entre nosotros. En las universidades: La fe y la ciencia se excluyen. Y, finalmente, hemos desembocado en la situación actual, que parece escribir: ¡Cristo no existe! ¡El Rey ha muerto!
 
Pero Jesucristo no ha muerto. ¡Aquí está el Rey! ¡Cristo vive y reina por los siglos de los siglos! ¡Lejos de nosotros un cristianismo diluido! Nosotros pregonamos que Cristo tiene derecho absoluto sobre todas las cosas: derecho sobre el individuo, sobre la sociedad. Todo está sujeto a Cristo.
 
Sí, Cristo es Rey de todos los hombres. ¡Es el Rey de los reyes! ¡El presidente de los presidentes! ¡El Juez de los jueces! El estandarte de Cristo ha de ondear por doquier: en la escuela, en el taller, en la redacción, en el Congreso. ¡Viva Cristo Rey!
 
Ha de repetirse el milagro de Caná: Señor, no tenemos vino, estamos bebiendo aguas pútridas por tanto materialismo. Haz que tengamos otros ojos, otro corazón y otros deseos; que vivamos un cristianismo auténtico.
 
¡Señor, acompáñanos al orar, para que sepamos orar como Tú rezaste!
 
¡Señor, quédate con nosotros cuando trabajamos, para que sepamos trabajar como Tú trabajaste!
 
¡Señor, te queremos presente cuando comemos y nos regocijamos, cómo Tú te regocijaste con los hombres en las bodas de Caná!
 
¡Señor, acompáñanos cuando vamos por la calle, como Tú ibas con tus discípulos por los caminos de Galilea!
 
¡Señor, te queremos presente cuando estamos cansados y sufrimos, para que Tú nos consueles y alivies como lo hacías con los enfermos!
 
¡Señor, vuelve a ser nuestro Rey!
 
Mons. Thiámer Toth
 

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