La política, no es una técnica, no es tina habilidad. Con habilidad y con técnica se manejan las cosas materiales, hasta también lo material del hombre. Pero el hombre mismo, al hombre que es ante todo su alma, inteligente y capaz de querer, un alma que a la vez que informa al cuerpo y vivifica al cuerpo y siente con el cuerpo, es capaz de sobrepasar al cuerpo en sus actos de inteligencia y de voluntad, para tratar esa alma, para cuidar de esa alma, para remontar esa alma, el fin para el cual existe, las verdades para usar no sirven de nada.
Las verdades para servir, esas verdades que son el fruto de la contemplación de las esencias, y del fin de lo que existe, esas verdades que tienen que ver con Dios, y con aquello del hombre que está referido a Dios, ordenado a Dios, ésas son las verdades que se necesitan para cuidar al hombre como hombre, al hombre como animal racional, al hombre dotado de esa alma que Dios ha creado para cada uno de nosotros, que nos confiere la dignidad de persona y un destino eterno. La política es la virtud prudencial. Y la prudencia es la misma sabiduría de Dios, y de la realidad, y de las cosas reales, y del hombre y de todo lo que rodea al hombre, proyectado en la acción humana, en la conducta. La conducta del hombre es práctica de la sabiduría, de la sabiduría esencial, de la sabiduría de la eternidad, y de lo que es eterno en cada criatura.
En consecuencia, la política es sabiduría. Sabiduría realizándose en la acción, conduciendo la acción del hombre, el comportamiento del hombre en orden a los demás hombres, concretamente en orden al bien común. En consecuencia, la política no puede ser jamás lo que ha venido a ser, lo que es en el día de hoy, habilidad, oportunismo, demagogia, adulación, todo eso que a nosotros nos abruma en este momento en la Patria. Eso no tiene nada que ver con la política.
Eso es la política cuando el hombre es tratado como un instrumento, como una máquina, como una mercancía, pero no como un hombre. Entonces, para concretar esta primera parte, vamos a leer, porque así no me disperso, lo que viene a ser como la síntesis de lo que acabamos de decir.
El hombre en cuanto criatura, está en dependencia absoluta del Creador, y en la unión con Él, encuentra su perfección de ser y su fin, por eso lo más natural en el hombre, en esta criatura racional y libre, es la tendencia, la apetencia religiosa, eso es lo más natural. El hombre sabe que es criatura del Creador, que todo lo que él es, le viene de ese Creador, y que todo él se mueve finalmente hacia Él. Y que si él se divide de su principio, que es a la vez su fin último, se desploma, se degrada en su naturaleza, se vuelve inhumano. Se vuelve inhumano con los demás hombres, y se vuelve inhumano con él mismo.
Porque el hombre alcanza la perfección de su ser, en la medida en que permanece unido con Aquel que es su principio y su último fin.
En segundo término, el hombre por su naturaleza social, está en interdependencia con los demás hombres. Y tan sólo en comunidad, y en comunión con ellos, puede alcanzar ese fin último. Es decir, a través del bien común temporal, elevarse al Bien Común Eterno, que es Dios.
Así que el hombre por ser criatura está en dependencia absoluta de Dios, y por ser social, está en interdependencia con sus semejantes, con su prójimo, lo cual le está diciendo a uno, que el hombre no puede ser ni hacer nada por sí solo.
Ahora, ¿qué ocurrió?, ¿qué es el pecado original? Es simplemente que el hombre quiso estar sin Dios, y fue condenado por Dios a quedarse sin Él. Porque el castigo, la justicia del castigo sigue la misma línea del delito. La desobediencia de Adán y Eva significó desacatar al Creador, como quien dijera no quiero estar con vos, o te desconozco. ¿Qué hizo Dios?, lo condenó a estar sin EL Es decir, el hombre quedó volcado ¿hacia dónde?, hacia la nada.
Por eso los signos de la nada., son la muerte, la ignorancia, la decrepitud, etc. El mal. Por su inclinación egoísta, herencia del pecado original, porque el egoísmo no es una cosa natural en el hombre, es congènita sí, pero en nosotros herencia del pecado original. El hombre se ama con exceso a sí mismo, por lo cual se divide de Dios y de sus semejantes. Porque el egoísmo, ¿qué es el egoísmo?, es amarse excesivamente a sí mismo. Cuando uno se ama con exceso a sí mismo, no puede amar a los otros, y menos amar a Dios. Ya esto lo aclaró para siempre Aristóteles, en la Etica a Nicómaco, ese tratado magistral del orden natural.
Su natural tendencia a la adoración del superior, degrada en idolatría, y se vuelve radicalmente antisocial. Avaro de sí mismo, no entiende ni vive el amor sino como posesión y provecho del otro.
Hay dos sentidos del amor, el amor se diversifica de dos modos. El amor es donación, o el amor es posesión. Todo amor avaro, tiende a poseer, a usar el otro como instrumento de posesión; el amor verdadero, es donación, es un acto de ofrenda. Por eso el sátiro, en el cuadro de Palma el Viejo, ahí está el amor egoísta vencido. La codicia de esa apetencia carnal, que no es ninguna cosa mala de suyo ni mucho menos, aparece dominada, vencida, anulada, por la pura contemplación.
Claro está que este hombre, a pesar de esta inclinación egoísta, de esta proclividad al mal, que lo hace finalmente ateo, y contrario, y opositor de sus prójimos, sin embargo ha conservado su naturaleza, sus potencias. Declinantes, debilitadas, pero el hombre después del pecado continúa con su inteligencia, aunque disminuida y proclive al error, y continúa con su voluntad, aunque esa voluntad no sea finalmente suficiente para obrar el bien, y sobre todo para mantenerse en el bien, para lo cual es necesaria la gracia de Dios.
Pero es evidente, como lo registra toda la historia del mundo pagano, del paganismo de antes y de ahora, que se pueden dar actos heroicos, actos de virtud, a pesar de la caída. El hombre puede por la disciplina, por el esfuerzo, por la ascesis, aún en el plano natural, elevarse a actos virtuosos, actuar, sacrificando su propio bien al bien común.
Nosotros tenemos ejemplos de heroísmo y de grandeza entre los antiguos. Cuando uno lee que trescientos espartanos contuvieron en las Termópilas a las inmensas muchedumbres de los ejércitos persas, hasta el sacrificio total de todos ellos, usted está frente a la grandeza.
Pero es como decía el poeta Simónides, que cita Platón, «elevarse a la virtud es difícil para el hombre, pero permanecer en ella es imposible». El hombre está siempre proclive a caer, es así. Por eso que el hombre librado a sí mismo, después del pecado no puede, ni reconstruir plenamente su ser ni su convivencia. El hombre necesita de Dios, y como no puede ir a Él por sí mismo, porque le ha puesto una distancia, por ser criatura, una distancia invencible por ser criatura y pecador, no queda más que la Misericordia Divina, haciendo que Dios venga hacia él.
Y esto es Cristo. Esto es la Encarnación. Este acto de infinita Misericordia de Dios. Dios viene al hombre, para llevar al hombre a Dios, y para que el hombre pueda reconstruir su humanidad en la plenitud de su ser.
Y por eso Dios ha unido a Él, en la persona del Hijo, la naturaleza humana. Y ahí está, en la Santísima Trinidad, nuestra naturaleza humana, integrada a ella, en la persona del Hijo. Y por la mediación de Nuestra Señora, la Santísima Virgen María.
No hay más que la caridad de Dios derramándose e impulsando al corazón del hombre al olvido de sí mismo por el prójimo. Entonces el hombre ama generosamente. Con un amor generoso que es donación, ofrenda hasta el extremo de sacrificar la propia vida. Es amar en Cristo y por Cristo, como el nos amó. Por eso dice en el discurso de despedida a los discípulos, «Amaos los unos a los otros, como Yo os he amado».
Y en ese mismo discurso insiste a sus discípulos, «nadie tiene amor más grande que el que da la vida por su amigo». El la dió por nosotros, a quien consideró sus amigos. Ser amigo de Cristo es obrar lo que nos manda, y es el camino de la verdadera grandeza humana. Nosotros no tenemos otro camino, lo mismo en el orden personal, que en el familiar, que en el orden educacional, que en el jurídico, que en el orden político, no tenemos otro camino que Cristo.
Ese es el Camino que debe transitar el cristiano, Cristo. Su Sabiduría Divina y su sabiduría humana, porque era Hombre verdadero y era Dios verdadero, y debemos permanecer, debemos ser en la Verdad de Él, y la vida verdadera es permanecer en esa Verdad, en todo. A Cristo no le podemos retacear nada. Cristo es para la intimidad, para la vida personal, para la vida familiar, y para la vida social y política. O reina Él, o reina el diablo, no hay otras realezas que esas dos.
JORDÁN BRUNO GENTA
Mártir de Dios y de la Patria
“Asalto Terrorista al Poder” Pag 271-275
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"O la Patria sumergida en esa cosa monstruosa y satánica, que es el Estado socialista,
o la Patria restablecida en Cristo, para contribuir a Su Reinado.
Esta es nuestra esperanza y empeño."
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