
Desde ya que no esperaba una referencia a algún reconocido historiador dado que sólo era una charla improvisada durante un almuerzo, pero ingenuamente se me ocurrió preguntar donde lo habían leído o estudiado, y recibí como respuesta, precedida de expresiones de desconcierto y exclamaciones de reprobación a mi impertinencia, que no era necesario estudiarlo, que todos lo sabían, que era una verdad indiscutible y que lo “habían visto miles de veces en películas de época”. Abochornado, solo me animé a un "¡Ah sí, claro, por supuesto!". Estaba todo dicho, lo que yo pudiera añadir sería inútil.
Lo poquito que había leído del tema era que, existían algunas evidencias históricas de costumbres similares entre los reyes griegos del siglo IV y V a.C., y también entre los romanos, otras más de los pueblos germánicos de la antigüedad y algunas de los pueblos precolombinos de américa, pero que realmente no existía evidencia histórica alguna de la existencia de tal derecho de los señores feudales de La Cristiandad.
La única excepción en suelo europeo del medioevo, fue en la ocupada península ibérica. Los musulmanes sí tenían esta costumbre muy arraigada y en su legislación, para nada cristiana, no se penaba tal delito. La evidencia está en la legislación que los Reyes Católicos debieron aplicar tras La Reconquista: «que el señor no pueda dormir la primera noche con la mujer del campesino».
De lo que si existen evidencias, es del “ius primae noctis”, que no era otra cosa que un impuesto, o indemnización, que el esposo que quería desposar a una joven de otro feudo debía realizar para poder migrar a otras tierras. El nombre, un poco ingenuo e inapropiado, colaboró para la construcción del mito, pero solo fue un impuesto para desalentar la pérdida de trabajadores. La Iglesia protestó siempre por violar el derecho de familia.
De lo que también existen evidencias, es del delito de violación. Ayer, como hoy y mañana, existirán abusos de poder y algún déspota cometerá el delito de abuso sexual y/o el de violación aprovechándose de su investidura. Pero esto fue y siempre será un delito, jamás un derecho.
Sin embargo, mis compañeros, describían el derecho de pernada como al derecho que tenían los señores feudales de disfrutar a las jóvenes recién casadas en su misma noche de bodas, antes que el marido, mientras los oprimidos esposos debían soportarlo estoicamente bajo amenaza de tortura, destierro o muerte, o algo parecido.
El iluminismo (principalmente el francés) construyó esta, y tantas otras, “leyenda negra” que hoy sabemos carecen de sustento histórico.
Pero dejemos hablar a los que saben. Recomiendo leer la publicación ius primae noctis
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Empecemos por describir la situación que ameritaba el uso de semejante artilugio. El señor debía marchar a la guerra, se demoraría en campaña quizás meses o años, y no quería que nadie disfrute de los favores sexuales de su amada esposa. Y como la mujer en estos tiempos era un oprimido objeto de pertenencia del marido y este podía hacer lo que le plazca con ella sin que medie cuestionamiento alguno, este procedía a colocarle una armadura de hierro en sus partes íntimas y a cerrar el aparatejo con un candado o una cerradura y a guardarse la llave, naturalmente.
No hace falta ser muy despierto para intuir como terminaría semejante historia, cuando el señor regresaría le informarían que era viudo, dadas las nulas oportunidades de higiene y a las laceraciones y/o cortes producidos por el hierro oxidado, su amada esposa se habría muerto de una septicemia a las pocas semanas de su partida. Y si por algún suceso inaudito la señora lograría sobrevivir, no puedo dejar de imaginar cómo se incrementaría su devoción marital con el paso de los días, interminables ayunos y plegarias a la espera del regreso de su amado, … o de alguien que traiga la llave.
Y hace falta haber leído un poquitín para descubrir que la sátira, y la naciente picaresca, o bien no habrían dejado pasar las oportunidades de reirse en infinidad de relatos desbordantes de comicidad con el absurdo uso de tal artilugio, o bien no habrían tenido de que reírse si el cinturón de castidad hubiera resuelto las infidelidades que siempre existieron de hombres y mujeres por igual, y de las mujeres del medioevo en este caso en particular.
A continuación, un extracto de otra lectura recomendada: ... cinturon de castidad
Ahora bien, lo cierto es que no existen referencias históricas anteriores al siglo XIX, siendo que ninguno de los cinturones de castidad que actualmente pueden exhibirse están datados más allá del 1800.
Ni la música los canta, ni el arte los ha pintado, ni la literatura contemporánea de aquella época los menciona, siendo, hoy por hoy, un mito desechable incluso por el más acérrimo crítico de la historia de la Iglesia o de la Edad Media. Sin embargo, como la repetición es madre de la ciencia (incluso de la histórica) cada cinco o seis años suele suscitarse un debate sobre el tema, para volver a repetir y corroborar el mito de los cinturones de castidad.
Esto es lo que sucedió, por ejemplo, hace algunos años atrás, cuando en Roma, en la Academia de Hungría, situada en el Palazzo Falconieri, se expusieron reproducciones de todos los tipos de cinturones de castidad bajo el título «La historia misteriosa de los cinturones de castidad. Mito y realidad».
Allí, el estudioso Efe Sebestyen Terdik, declaró que los mismos son «más mito que realidad porque las investigaciones históricas ya han demostrado que la historia de los cruzados y caballeros que habrían garantizado la integridad de sus mujeres gracias a un instrumento de tortura y sado-fetichismo ha sido en realidad, una gran mentira».
[…]
Algunos estudiosos ingleses y americanos, como James Brundage, historiador de la sexualidad medieval, Felicity Riddy y Albrecht Classen, entre otros, expresaron en esta muestra su desacuerdo con la veracidad de estos objetos, al punto que recordaba que algunos de los supuestos cinturones de castidad que se habían expuesto en grandes museos (como el British Museum de Londres, que desde 1846 exhibía un supuesto «original») acabaron por retirarlo por considerarlo una patraña histórica que desacreditaba al mismo museo.
Como decíamos, la veracidad de su existencia se pone en duda incluso a partir de la literatura crítica y picaresca del mismo Renacimiento, puesto que entre los siglos XIV y XVI ni siquiera se encuentra alusión alguna a los mismos (Bocaccio, Bardello o Rabelais, jamás los nombran).
Entre los siglos XVI y XVII su nombre reaparece en algunas obras satíricas como ejemplo de la estupidez masculina que, buscando ser el único varón de su esposa, intenta imponerle la castidad a la fuerza; pero será recién a partir de la Ilustración y durante el período pre-revolucionario francés, donde los pensadores «iluministas» como Voltaire y Diderot, se encargarán de difundir la leyenda como un símbolo de la «oscuridad medieval».
En fin, un mito más que, a fuerza de repetir y repetir, quedó grabado como una verdad indiscutible.
Recomiendo también leer la publicación: Gran mentira: cinturones castidad.
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Volviendo al comienzo, no soy quién para emitir un juicio sobre mis compañeros de trabajo, ellos como muchos, han sido, una vez más, engañados. Solo les puedo recriminar la falta de sentido común o del pensamiento crítico del que tanto se ufanan.
Los historiadores no dudan en denunciar la falsedad de “las operaciones de prensa” del iluminismo como una herramienta de desprestigio o “deconstrucción” del mundo cristiano medieval. Las fake news de la época permitieron la expansión del protestantismo denostando al catolicismo, de la ilustración denostando a la cristiandad y por supuesto, le otorgó a la burguesía un marco jurídico para guillotinar a nobles y reyes (que, dicho sea de paso, colaboraron bastante desbarrancando en el despotismo y la modernidad).
A partir de entonces, la Iglesia y el sistema feudal fueron los responsables del milenio “más oscuro” de la humanidad. Y a continuación, dado que el imperio español sobrevivía y crecía manteniendo vivo el espíritu de La Cristiandad, se necesitó convertirlo en el responsable del genocidio más grande de la historia masacrando a los pueblos originarios de américa.
Cuando el relato es sesgado y denota odio, lo lógico es que sea mentira.
¡Qué Dios nos ayude a “pensar la patria”!
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