No
es necesario esperar a la falsedad de la dialéctica Siervo-Señor de
la Fenomenología del Espíritu, pues los judíos carnalizados en
cierto modo ya la conocen; y en cuanto Cristo declara que su "reino"
no es de este mundo, le odian absolutamente y por eso traman su
muerte. En
nombre de la inmanencia del reino de Israel terreno, rechazan la
trascendencia del Reino del Israel del espíritu.
Pero
hoy, en las
mismas venas de la Iglesia se ha instalado esta
reversión o este intento de reversión
de la Iglesia hacia el mundo;
esta vez, sin embargo, el intento es sistemático, total, absoluto.
Como efecto del Iluminismo, el
hombre intenta explicarlo todo por la razón,
y el hombre inmediatamente posterior percibe que entre Dios
trascendente y su propia vida en el mundo, puede existir un ámbito
de autosuficiencia en el cual Dios no tiene nada que hacer; el
hombre de la conciencia burguesa comprende que este mundo y sólo
este mundo es su mundo sin ninguna referencia inmediata al "otro"
mundo;
pero el hombre burgués (como el marxista de hoy) se
equivoca porque no percibe que para el Cristianismo (al cual
él todavía no ha renunciado) no hay oposición entre "este"
mundo y el "otro", ni existe una suerte de opción
entre un mundo de "aquí" y otro mundo (alienante, dirán
los marxistas de hoy) situado "más allá"; pues uno se
explica por el otro y el otro funda al primero. Tanto el burgués
como el marxista confunden los planos, pues el cristiano, cuando
habla del espíritu del mundo no "enfrenta" uno y otro
mundo, sino que habla del ámbito existencial del pecado en la
inmanencia del tiempo sobre el cual tiene cierta potestad el "padre
de la mentira". Pero hay más: así como hay un proceso que, con
toda coherencia, va del hombre burgués al hombre marxista,
del mismo modo este proceso se comporta como una progresiva
apostasía de la fe; el hombre
burgués aún conserva por lo común su fe cristiana (por eso envía
a sus hijas al colegio religioso pero es ateo de hecho en sus
negocios); en cambio, el hombre marxista es radicalmente ateo y ha
rechazado totalmente el contenido de la fe cristiana; empleo aquí la
expresión apostasía en una gradación de sentidos que empleó ya
Santo Tomás: En efecto, la apostasía se presenta, para el Aquinate,
en un primer momento, como el rechazo de la religión, o de las
órdenes sagradas, o de la sujeción a los preceptos divinos (de
hecho es lo que hace el hombre burgués que sigue creyendo que Cristo
es Dios pero ni le confiesa públicamente ni cumple totalmente los
preceptos divinos); estos modos de apostasía no llegan a ser
verdadera y formal apostasía mientras se conserve la fe. Pero,
cuando se rechaza la fe misma y todo su contenido, se logra la
apostasía absoluta y "per se" a la que Santo Tomás llama
también perfidia (1).
Por
todo ello, el
proceso de secularización o de conversión hacia la inmanencia del
"espíritu" del mundo, implica el proceso de apostasía o
de progresivo rechazo de la fe hasta su rechazo total.
La
razón es clara y muy lógica pues la
reducción de la existencia a la pura inmanencia de! mundo, deja sin
sentido a la totalidad de la misma existencia; la conciencia
cristiana se corrompe y deja de tener sentido para ella tanto su
propio contenido de fe como el mismo mundo.
Me explico: Su propia fe no tiene sentido porque ella le implanta,
por así decir, en el Dios Vivo y trascendente, en contradicción con
la reversión de su existencia al mundo de la inmanencia; pero este
mismo mundo tampoco tiene sentido para ella pues un mundo sin
referencia a nada es sencillamente absurdo. Ni la fe (que debe
rechazar de una vez) ni el mundo inmanentista tienen sentido. Todos
los caminos de la negatividad están ya abiertos.
Pero
obsérvese que en este proceso se ha corrompido, primero, la fe
sobrenatural; inmediatamente se ha corrompido también (al quedarse
sin sentido) el mundo natural. No
es posible, para la conciencia cristiana, pensar en una naturaleza
sana si de ella se rechaza lo sobrenatural. El rechazo de lo
sobrenatural, mella la naturaleza. También la inversa es verdadera,
pues una naturaleza corrompida en cuanto naturaleza hace casi
imposible la inserción de lo sobrenatural.
En
consecuencia, en la medida en la cual el mundo moderno inmanentista
ha corrompido lo sobrenatural y, por tanto, lo natural, ha producido
un progresivo (paralelo al proceso de apostasía) extravío del buen
sentido; es
decir, del buen juicio cotidiano, del sólido sentido común. En ese
respecto, el mundo contemporáneo es insensato,
carente
de sensatez, como un coherente resultado del largo proceso de
inmanentización o de exacerbación del "espíritu del mundo".
Luego, como todos sabemos, siempre irán unidos solidariamente el
espíritu del mundo, el afincamiento terreno definitivo, con la
insensatez más radical. Caín ha perdido el buen juicio, es un
insensato al matar a su hermano y responder a Dios que él no es
guarda de Abel, es decir, que nada sabe de él; Judas
no lo es menos cuando entrega a su Maestro con un beso y se suicida
poco después; de análogo modo, el mundo contemporáneo es insensato
y carente del buen sentido,
pues de qué valen los progresos de la técnica si, al cabo, debe
plantearse la posibilidad de la desaparición de la vida del planeta
por obra de la misma técnica; es insensato luchar denodadamente para
prorrogar efectivamente la vida del hombre sobre la tierra y
propugnar y distribuir eficazmente los anticonceptivos para que no
nazcan muchos otros nuevos hombres; es igualmente insensato aceptar
la cultura como un verdadero valor y luego corromperla hasta su
esencia misma en la mal llamada "cultura de masas"; y
podría así seguir casi indefinidamente mostrando el extravío y la
insensatez del mundo de hoy.
Es
suficiente leer el diario con atención y espíritu crítico. Se nos
dirá y con razón que esa incongruencia es también propia de la
finitud y falibilidad del hombre; pero se deberá reconocer, al mismo
tiempo, que nunca alcanzó la sistemática y casi minuciosa presencia
de hoy. Puede
decirse que el inmanentismo secularista, en la medida en la cual ha
corrompido lo sobrenatural y con él la naturaleza, ha producido este
nuestro mundo de la insensatez cotidiana. Por
momentos parece que la única coherencia de grandes multitudes de
gentes, es su cotidiana incoherencia. Parece demasiado simple, pero
la solución es así de simple: Solamente la restauración plena de
lo sobrenatural puede devolver al mundo su sensatez natural.
2.
El nuevo monofisismo y un verdadero "triunfalismo"
La
crisis de la sensatez, como resultado cotidiano del proceso del
inmanentismo, en cuanto significa una expresa o más comúnmente
una implícita reversión hacia el "espíritu del mundo",
tiende a subrayar fuertemente el aspecto "social" del
mensaje evangélico.
Naturalmente
que la predicación del Señor se dirige a la totalidad del hombre y,
por consiguiente, es insoslayable la misión de consagración del
mundo para el cristiano; pero es también cierto que desde la
aparición de la conciencia burguesa coherentemente llevada a su
radicalidad en el marxismo, se pone el acento en el aspecto social
del mensaje evangélico con exclusión progresiva del misterio
sobrenatural.
Es muy
difícil encontrar textos explícitos en los escritos de muchos
progresistas de hoy, pues, como decía San Pío X,
"despreciadores de toda autoridad" y
"atrincherándose en una conciencia mentirosa",
utilizan una táctica nunca clara, que consiste "en no
exponer jamás sus doctrinas de un modo metódico y en su conjunto...
lo cual contribuye a que se les juzgue fluctuantes e indecisos en sus
ideas cuando en realidad éstas son perfectamente fijas y
consistentes" (Pascendi,3).
De
todos modos, hoy es posible notar un predominio de los valores
"socioeconómicos" en la consideración de la realidad y,
paralelamente, del Mensaje evangélico.
Consiguientemente,
la imagen de, Jesucristo que nuestros
ultraprogresistas terminan por proponer parece subrayar casi
exclusivamente la naturaleza humana de Jesucristo. Cristo es
redentor "social".
Él es el que
guía el "cambio de estructuras", la revolución armada y
violenta (el Cristo guerrillero, por ejemplo) etc.; por eso, llamo a
esta actitud el nuevo monofisismo.
En
efecto, a mediados del siglo V, Dióscoro, sucesor de San Cirilo en
Alejandría y, después el archimandrita Eutiques, sostuvieron que en
la persona de Cristo, en la cual se unen misteriosamente la
naturaleza divina y la humana, la
naturaleza humana es absorbida por 'la naturaleza divina;
el citado Eutiques llegaba así de hecho, a sostener que únicamente
existe naturaleza divina en Jesucristo, tesis condenada en Calcedonia
en 451.
En consecuencia, el Evangelio quedaba reducido (por así decir) a una
especie de mensaje "angélico" sin contenido "social",
como se dice hoy.
El
fenómeno actual es también una suerte de monofisismo pero
invertido.
De
hecho, aunque no se encontrará un texto explícito sobre esto, surge
de la consideración de
los escritos ultraprogresistas una suerte de absorción de la
naturaleza divina de Jesucristo por la naturaleza humana, de
modo que no es nada difícil que muchos cuya fe es vacilante sean
conducidos a sostener la única naturaleza humana de
Jesucristo: un monofisismo invertido pero
siempre monofisismo.
De
ese modo, así como en el monofisismo del siglo V, el Mensaje
evangélico tiende a reducirse a una suerte de angelismo antihumano,
en el nuevo monofisismo del siglo XX, el Mensaje evangélico se
reduce a una doctrina exclusivamente social y humana.
Y
no tendría por qué ser de otro modo desde el momento que Jesucristo
es persona exclusivamente humana. Este nuevo monofisismo (camuflado
pero desgraciadamente real) es hostil a la contemplación y a la vida
mística y trata de resolverlo todo en la acción social; propone
poco a poco una imagen de Jesucristo tan "humana"
que el Señor comienza a perder su carácter divino
y, consiguientemente, conduce a suprimir la actitud de adoración por
parte de los fieles. No es ya más "Señor",
"Maestro", "Sacerdote", "Rey" (como lo
nombra el Concilio Vaticano II, Doc. sobre el ministerio y vida de
los Presbíteros, proemio) sino "Hermano" o, simplemente,
"el Flaco" como llega a decirse en algunos ambientes
plenamente "desprejuiciados" que padecen, sin embargo, del
prejuicio del desprejuicio que es el peor de todos.
Como
puede verse, no es mera fantasía hablar, hoy, de un nuevo
monofisismo que se ha extendido, insensiblemente al comienzo, después
rápidamente, en muchos sectores de fieles católicos afectados, al
parecer, de cierta extraña y mundana vergüenza de su Fe. Por otra
parte y como
consecuencia de lo dicho no es de extrañar que se llegue a hablar de
un "Evangelio sin mitos" en el cual no solamente se niega
(por mitica) la Resurrección de Cristo, sino que se niega,
precisamente, la divinidad del Señor.
Es la consecuencia lógica del "cristianismo" gnóstico de
Hegel y de la "desmitificación" de Bultmann. Se trata, como
se ve, del nuevo monofisismo que vacía totalmente al Evangelio de su
contenido mistérico.
Entre
las consecuencias de semejante secularización y pudrición de lo
sobrenatural, quizá la más curiosa, a mi modo de ver, sea la
aparición de una especie muy particular de triunfalismo en estos
campeones de un "cristianismo" verdaderamente
"actualizado".
En
efecto, el nuevo
monofisismo que se sigue de la reversión de la Iglesia al "espíritu
del mundo", implica con lógica de hierro la necesidad de una
realización terrena del aspecto "social" del Evangelio;
paradójicamente, el ultraprogresismo o modernismo de hoy ha lanzado
la acusación de "triunfalismo" contra el Catolicismo
tradicional, como si éste, sobre todo a partir del decreto de
Constantino, ya sea mediante la unión con el Estado u otros medios
análogos de poder ("opresor", por cierto), quisiera el
triunfo aquí y ahora, sobre personas y cosas.
En
la actualidad, naturalmente, mediante la alianza con el capitalismo.
Lo curioso de esta acusación no es solamente su falsedad doctrinal,
carente de seriedad científica, sino que se lanza como
acusación precisamente aquel rasgo que caracteriza al "cristianismo"
secularizado. El "triunfalismo" del "compromiso"
que exigen de la Iglesia con el siglo, con la destrucción de las
"estructuras opresoras", con la actividad política
orientada hacia ese fin, con la violencia ejercida no para
expandir la Fe (cómo pudo pensar un Carlomagno) sino para suprimir el
"opresor" dentro de la más pura dialéctica neohegeliana;
si todos estos propósitos se logran, esta curiosa Iglesia debería
sentirse "victoriosa", relativamente "triunfante"
en el mundo y, como ya se ha dicho, cierto clero lograría instaurar
el más odioso clericalismo de la historia. El nuevo monofisismo
conduce, pues, al más radical y mundano triunfalismo.
3.
Un pseudo profetismo y la praxis revolucionaria
El
nuevo monofisismo subyacente en el proceso de secularización,
orientado como está hacia la realización de valores socioeconómicos
en la historia del hombre, necesita cierto criterio de interpretación
del presente para poder visualizar el horizonte del futuro.
Por ese motivo
tiende también a secularizar y a proponer una nueva, curiosa y
"existencial" idea de la profecía.
Pero
antes, tengamos
presente el recto concepto de profecía para
poder medir el grado de desacralización de la profecía en diversos
sectores del pensamiento contemporáneo. Sin olvidar que el pueblo de
Dios participa del don profético de Cristo (profecía ordinaria), la
profecía se refiere al futuro y se muestra en una predicción, que
reposa en la autoridad infalible de Dios que revela; por eso no puede
confundirse con la mera predicción. Todavía, de modo lato, puede
decirse que se
trata de una manifestación de la voluntad divina a los hombres; pero
semejante manifestación es estrictamente sobrenatural, es verdadero
conocimiento que se ha de comunicar (I Cor.
12,8) por medio
de la locución; esta locución debe ser acompañada, como
confirmación de su origen divino, por el milagro (p.e.,
Deut. 34, 10-11).
La
profecía, en cuanto orientada al futuro, es escatológica y
efectuada por el lumen
divino
que se extiende a la universalidad de las cosas; pero, en este caso,
ese futuro al cual se refiere la profecía está allende las
posibilidades de nuestro conocimiento natural. En
cuanto se funda en la autoridad de Dios, no puede haber profecía
falsa y, repito, no se confunde con el pronóstico, porque la
profecía es siempre revelada; se trata, pues, de un conocimiento
sobrenatural que se ha de comunicar, obtenido por revelación de Dios
y acompañada o confirmada por el milagro.
Santo Tomás
distinguió grados en el conocimiento profético (especio muy
interesante para ser meditado en otra ocasión) pero, para él, la
profecía es el conocimiento de una verdad sobrenatural obtenida por
medio de una visión determinada (en el dominio de la imaginación)
ya se dé en forma de sueño o de simple visión (2). Naturalmente,
la profecía es esencial para el conocimiento del fin de la historia
del hombre. Pero, para que no se nos diga excesivamente adheridos al
pensamiento escolástico, he aquí la definición del profeta que nos
propone Rahner, teólogo nada sospechoso de reaccionarismo: "(del
griego = que habla por otro). En un sentido general propio de la
teología fundamental, puede llamarse así al hombre que,
acreditadamente, es portador de la revelación divina, y lo es de tal
manera, que no sólo experimenta la autocomunicación 'graciosa' de
Dios al hombre, sino que también la objetiva (la explica),
correctamente y sin error, bajo la dirección y confirmación de Dios
(—milagro), de forma acomodada a la situación que viene pre dada
tanto en él como a su ambiente, y, obedeciendo al impulso divino, la
anuncia a su mundo" (3).
El
nuevo monofisismo metido en las entrañas de la Iglesia,
necesita, como dije antes, de un criterio de interpretación del
presente; en efecto, por eso se piensa que la profecía es
"interpretación" en el sentido de "comprensión de un
sentido de la realidad" desde el momento' que está
veladamente anunciado en lo presente; el futuro es, pues, para estos
"teólogos" un "progresivo horizonte escatológico,
cómo progresiva realización del hombre"; naturalmente esa
progresiva realización es "proceso de liberación".
De este
modo, la profecía es "interpretación", pero
interpretación es también hacer, es decir, "producir el
acontecimiento" y, para el profeta, en terminología tomada del
"profeta" Marx, la "interpretación surge de una praxis y está orientada a una praxis". De tal modo,
"desconsagrando" las diversas épocas (en cada una de las
cuales funciona la dialéctica oprimido-opresor, calco fiel de la
dialéctica siervo-señor de Hegel) la historia es "proceso
de cambio y transformación" hacia la epifanía de "un
nuevo hombre".
Como ve
el lector, el aspecto sobrenatural de la profecía como conocimiento
ha casi desaparecido, diluido en una terminología imprecisa; nada se
dice (por cierto) del carácter de revelada que tiene la profecía y
mucho menos del necesario acompañamiento del milagro. Este concepto
peregrino de "profecía" no solamente cercena lo esencial
de la profecía reduciéndola a "interpretación" de la
realidad en el horizonte del futuro escatológico, sino que altera su
real sentido. Haciendo de la profecía un instrumento de la praxis
transformadora de lo real (para emplear la terminología marxista).
Se trata pues de una "interpretación" que surge de la
praxis y genera una praxis; no es ya más una especial revelación
sobrenatural de Dios confirmada por el milagro.
Este
falso profetismo se autoafirma con una seguridad digna de una causa
mejor; sus representantes ¿han recibido una revelación de Dios para
que nos sea comunicada? ¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Qué signos nos ofrecen
para que asintamos a su "revelación"? ¿Cómo saben que
los ilumina el lumen
divino?
No era necesario tanto aparato teológico ni tantas afirmaciones
gratuitas para concluir en "doctrinas" tan simplistas. De
hecho, no ha servido más que para justificar la producción de
"hechos proféticos" (sic) como, por ejemplo, en Navidad,
suprimir la celebración de la Misa de medianoche con el fin de
"mentalizar", con ese gesto, a la pobre gente que sufre una
estructura de opresión... La supresión
de
la Santa Misa, un "hecho profético"!
Si
este "profetismo" surge de una praxis y genera una praxis debe preguntarse para qué sirve. Pues sirve para "denunciar las
injusticias" (cosa que ha hecho la Iglesia desde su fundación
sin esperar a estos nuevos profetas); también sirve para "hacer
política", en el pleno sentido de la palabra (y que) significa
optar y luchar por un sistema (ya veremos cuál) que realmente haga
surgir un 'hombre nuevo' y una 'sociedad nueva'.
Desde
ese punto de vista, el nuevo monofisismo cree legítimo hacer
política, pero se opuso escandalizado a la consagración de
la Argentina al Inmaculado Corazón de María (30 de noviembre de
1969) por inadecuado y porque ese acto "iba a ser instrumentado
políticamente". Es decir, eso era también "hacer
política", pero desde otro punto de vista diverso del de ellos.
Luego, sin detenerme a analizar el acto, lo importante es la
contradicción en que se cae. Es política legítima denunciar
(con hechos "proféticos") las llamadas "estructuras
de opresión" y propugnar el compromiso político concreto; y es
también "política" (pero ilegítima) la consagración del
país a la Virgen María. Tratemos de ver, entonces, los motivos
profundos de esta actitud general para descubrir los objetivos
verdaderos de este nuevo y falso profetismo.
4.
Al fin, e! verdadero objetivo: el socialismo marxista
Todo
católico medianamente instruido sabe que la Iglesia ha condenado al
capitalismo liberal y a! socialismo marxista.
Pero
el pseudo profetismo que me ocupa parece identificar todas las formas
políticas no coincidentes con el marxismo bajo el rótulo de
capitalismo (al cual condena) y no se acuerda ni una sola vez
de condenar al socialismo marxista.
Esto es
una constante. En efecto, la reducción del Mensaje evangélico a
la inmanencia del mundo, ha conducido a la necesidad de partir de la
"realidad económica, social y política" del país y a la
necesidad postulada de "definirse personal y colectivamente".
Pero esta definición tiene más de la acción y compromiso exigido
por los marxistas a sus aliados, que de la entrega de amor silencioso
y cotidiano del hombre cristiano; por ese motivo, como se ha
propuesto en una reunión de sacerdotes cuyos nombres son, por lo
común, mantenidos en el anónimo, cada delegado diocesano debió
exponer "un cuadro socioeconómico de su región y las
situaciones de sometimiento que padecía la población";
este cuadro socioeconómico es siempre explicado por la dialéctica
(en el fondo tan facilona) de oprimido-opresor;
es lo que pasa con la educación explicada por la "contradicción
educador-educando" superada en la "liberación en comunión"
de los hombres entre sí, mediatizados por el mundo, como dice el
brasileño Paulo Freire, cuyos libros, particularmente Pedagogía
del oprimido se venden por
centenares en Universidades católicas y nacionales. A
partir del espectro "socioeconómico" del medio, siempre
explicado por la dialéctica oprimido-opresor (en pugna con el
Evangelio) reaparece (en la cada vez más increíble terminología
que sustituye al verdadero pensamiento creador) la necesidad de
"mentalizar" a la gente reconociendo que en el aquel cuadro
existen diversos "niveles de concientización".
Pero
lleguemos al meollo del propósito no siempre denunciado y sobre el
cual bien podrían "profetizar": El
objetivo del nuevo monofisismo es la instauración de la sociedad
socialista y, por tal, entiéndase el socialismo marxista; en
efecto, en un documento de sacerdotes publicado con motivo del
secuestro y asesinato de un ex-Presidente argentino, y la destitución
de otro, se sostiene que los hechos mismos deben ser explicados por
"las contradicciones internas" del sistema; por eso
(supuesta la realidad como contradicción) no se trata de sustituir
unos hombres por otros, sino de un "cambio
radical de todas las estructuras socio-políticas y económicas,
sustituyendo al sistema capitalista vigente por un auténtico
socialismo", poniendo
el poder en "manos del Pueblo". Como
semejante cambio (de las relaciones de clase, diría un marxista)
puede implicar la violencia ("vía de las armas") el más
vulgar terrorismo es considerado como una actividad ejercida por
"elementos sanos y limpios de una juventud revolucionaria".
En
toda la historia del pensamiento, solamente el marxismo propone esa
explicación que supone la realidad social como oposición de
contrarios; además, salta a la vista el atroz abstractismo
del socialismo marxista (que tanto horroriza a Marcel) que
se constituye luego en verdadero opresor y destructor de la persona;
salta a la vista, en efecto, en la exaltación de la palabra "Pueblo"
(con mayúscula siempre); semejante "Pueblo" no ha existido
nunca (como no existe "la masa") sino esta comunidad
concreta constituida por cada una
de las personas en las cuales debo reconocer la imagen de Dios. Todo
lo demás es, para un cristiano, un conjunto de meras abstracciones
que tienen la mala costumbre de fagocitarse a la persona concreta.
Sostengo
que el "hombre nuevo" que anuncian los nuevos "profetas"
no es ya el hombre cristiano sino el hombre marxista que aparecerá
al final de este proceso de "liberación" (o desalienación)
como se expresa el utopismo de Marx y sus "cristianos" y
tardíos discípulos de hoy.
Así,
pues, se hace necesaria la revolución como paso de un tipo de
sociedad antiguo (capitalismo) a otro nuevo (socialismo). Esta
revolución debe destruir el sistema que no es otro que el "sistema
liberal capitalista".
Pero para esta sustitución del liberalismo no se propone, ni de
lejos, la doctrina social de la Iglesia que Ella ha propuesto a sus
hijos con todo el peso de su Autoridad, sino la sociedad socialista;
para que ello sea posible "consideramos
necesario erradicar definitivamente y totalmente la propiedad privada
de los medios de producción" (27
de junio de 1969, Documento de los Coordinadores Regionales del
Movimiento Sacerdotes para el Tercer Mundo). Hacia
el marxismo (sin decirlo claramente) se encamina este nuevo
monofisismo;
no otra cosa será el proféticamente esperado "socialismo
latinoamericano". Ante la evidencia de la contradicción entre
la supresión de la propiedad privada de los medios de producción y
la enseñanza de la Iglesia (léase, entre otros múltiples
documentos, las Encíclicas Quadragesimo anno y Rerum novarum y muy
especialmente la Constitución Gaudium et spes del Concilio Vaticano
II n?s 69-73) alguno ha querido inútilmente distinguir entre el
derecho "abstracto" a la propiedad privada y el derecho
"concreto", tal como se da en la sociedad capitalista...
Pero no valen disimulos: La Iglesia, cuando habla de derecho, menta
no un derecho "abstracto" sino aquél que surge,
concretamente, de la misma naturaleza del hombre, aunque tengamos
(como a todas las cosas) que expresarlas mediante la abstracción.
Lo
real y verdadero es que el nuevo monofisismo modernista propone la
supresión de la propiedad privada como medio para lograr !a sociedad
homogénea "profetizada" por Marx, Engels y Lenín, autores
de los "evangelios" sinópticos de muchos "cristianos"
de hoy.
ALBERTO
CATURELLI
Revista
Mikael
Año
2 – N°4
Primer
Cuatrimestre de 1974
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