De pluma ajena: Para una educación humanista (01/2024)

 




Para una educación humanista


Siendo tan vasto el tema sólo podemos dar algunas pautas y puntos de vista.

Distinguimos Humanismo (concepto y desarrollo del hombre) de Humanidades ("Litterae Humaniores"), contenido antropológico de forma cultural; aunque ambos son inseparables nos interesaremos más por lo antropológico.

Pensamos que la educación más que un dar es una presencia viva: un "tradere" y un "educere". Más que el experto en "pedagogía" es el hombre rico en virtudes y generoso en valores el que es capaz de educar. Por eso interesa que el educador, el humanista, comprenda el momento que vive y viva lo eterno.

Como cosmovisión y forma interior, el humanismo tiene mucho de permanente en cuanto el viejo Adán no muere y los siglos acumulan experiencias; pero es cambiante en cuanto que cada época descubre nuevas dimensiones del ser y del hacer, o pone el acento sobre virtudes o modos de ver que a lo largo de los siglos dan nacimiento a "nuevos" hombres. La historia es pasado y futuro. El presente es libertad y responsabilidad.

Desde este presente formulamos nuestra visión del hombre.

I

El humanismo es tan difícil de definir como el hombre mismo.

Hay una larga serie, histórica y personal, de planteos y soluciones. Y algo permanente, el hombre y su inquietud: Este hombre es, fundamentalmente, dialéctico: cuerpo-alma, tiempo-eternidad ...

El problema del hombre es que es "más-que-hombre"; su razón de ser está más allá de sí mismo. Es que toda dialéctica no tiene explicación sin un supuesto ontològico: un tercero que sea plenitud. Por eso el hombre es difícil, inefable, porque pende de Dios y Dios es espíritu, la verdadera hondura del hombre es el misterio.

Precisamente el hombre se torna cuestionable después de una previa desarticulación con su Creador. El hombre no puede tener conciencia de su dignidad si no se aferra a los ámbitos profundos del ser. Y esto porque sólo lo superior explica —fundamenta— lo inferior. Y no al revés. (Si no se quiere apelar al Creador, piénsese en los mitos que lo sustituyen — v. gr. Estado, Imperativo categórico, Ciencia, Progreso).

Cuando se desarticula la Jerarquía de los seres, se cae en el Caos. Cuando el hombre aplica al espíritu la categoría de debilidad entitativa, por fuerza ha de conceder todo peso ontològico a la energía vital de las realidades inferiores (véase el irracionalismo contemporáneo). Eso es el desequilibrio; y ahí está la cuestión. Porque la pregunta acerca de lo que es el hombre se reduce en último término al problema de la relación entre espíritu y vida.

El espíritu, precisamente por ser lo más noble, es lo más vital. El espíritu posee un género de vida superior que, de modo eminente, integra todos los estratos de la vida humana. En las formas inferiores se expresa ontològicamente lo superior. La vida, en el hombre, es expresión del espíritu. Y la expresión es el dominio ontològico de lo superior.

Por eso lo permanente, en todo verdadero humanismo, es la primacía del espíritu y el cuidado concedido a las formas, en especial a la palabra.

Si se trata de delinear el humanismo hay que comenzar por una resuelta afirmación del espíritu y su expresión, el "logos".

Ello implica una actitud básica, la reverencia (amor-reverente al misterio de las cosas), porque lo que constituye al hombre como tal es relación de dependencia: su ser creatura.

Todas las tendencias filosóficas actuales hacen referencia a este misterio y a este ser-creatura. Quienes Io rechazan hablan de desarraigo, ser-arrojado, náusea; quienes lo aceptan, hablan de piedad y esperanza (como decía Fichte en carta a Jacobi: "Comenzamos a filosofar con altanería y perdimos con ello la inocencia; entonces reconocimos nuestra desnudez y en adelante filosofamos por necesidad de encontrar la salvación"). Una época ahita de poder y seguridad vuelve a preconizar la sencillez, la piedad y la reverencia. Si se reflexiona con seriedad se llega a estas categorías. O a su contraria la náusea. Es la dialéctica del espíritu. Las últimas cuestiones metafísicas se hallan en íntima relación con los fenómenos psicológicos profundos. Los problemas, pues, se comprenden analizando las actitudes fundamentales del hombre: sencillez, ingenuidad, piedad, orgullo, desarraigo, etc. No deja de ser sugerente que lo que hoy más se exalta es lo instintivo, lo irracional, lo cuantitativo, y lo más denigrado es el espíritu y su palabra.

Toda la problemática metafísica contemporánea gira en torno al hombre, pero en cuanto que éste se relaciona con Dios. En actitud de aceptación o de rechazo, toda la literatura de nuestro tiempo está transida de lo religioso.

Es que el hombre, a medio camino entre la pura naturaleza y el puro espíritu, es un "oaminador", viator; por lo tanto, un ser en libertad y consiguientemente amenazado.

De lo dicho podemos sacar ya algunas conclusiones:

1. Se impone una defensa del "Ordo Rerum"; o sea lograr que la reflexión sobre lo que es el hombre tenga una orientación trascendente y jerárquica. (Sólo las realidades superiores, por su densidad ontológica, prestan al cosmos unidad y orden).

2. Se impone una defensa de lo perenne en el hombre. ("Lo inmutable en el hombre es superior a lo mudable": Th. Haecker); o sea distinguir el valor o peso ontológico del hombre y de los seres de su utilidad práctica.

En síntesis: defender el espíritu frente a lo meramente vital y defender lo orgánico contra las masas (Haecker y G. Marcel). Para eso es necesario recobrar el sentido de la palabra viva como expresión del espíritu, palabra que apunte a lo real y no mera fórmula de evasión. (Quizás sea oportuno citar aquí la frase de Nietzsche: "Me temo que no vamos a deshacernos de Dios, porque todavía creemos en la gramática": Opúscula) .

I I

El hombre es un ser "religado".

El Nihilismo y toda la problemática moderna tiene su origen en la negación de la Fe revelada. Prescindiendo del hecho religioso, no se puede pensar seriamente sin terminar en el nihilismo. O el pensamiento se vuelve pura palabrería, un laberinto sin salida, un absurdo.

O somos pura materia y no hay problemas o somos algo más y entonces he aquí el problema: compatibilizar ese algo más con nuestro ser en el mundo.

Aristóteles y Santo Tomás hablaron de esencias, entelequias; pero por debajo de sus filosofías corría una creencia que daba substancia a sus conceptos, una realidad más real que donaba realidad al lenguaje humano. Para Aristóteles era una Razón primera; para Platón una Idea primera; para Santo Tomás era el Verbo, Hijo de Dios Encarnado.

El Nominalismo rompió ya inicialmente la relación entre realidad y representación (entre esencia y creencia) y abrió paso al Racionalismo.

En Hegel — que conceptualiza la creencia en una teología hecha filosofía— la razón no es más que razón: la realidad ya no existe como tal. Queda sólo el hombre, no ya como "capax Dei" sino encerrado en sí mismo (a pesar de todas las astucias de la misma razón), todo se vuelve antropología; un "puro" lenguaje.

Es la era de la Utopía que pretende forzar la realidad; un intento vano de enlazar la palabra y la acción con el mundo pero desplazando la solución del más-allá (trascendencia) hacia un más-adelante intramundano.

Freud inicia el buceo hacia el interior del hombre; allí encuentra el caos y propone como liberación la renuncia al peso de lo humano, a la libertad que implica responsabilidad.

Marx saca al hombre afuera —lo condiciona desde afuera —, lo vuelca a la acción y propone como liberación la dictadura hecha colectivización.

Ambos vienen de Hegel —liberación mediante la palabra, acción o técnica — , pero siempre en el orden intramundano. Como estas dialécticas no muerden sustancialmente la realidad, producen el absurdo: la libertad se vuelve carga y culpa.

La tecnocracia apunta también hacia un más-adelante como solución; pretende dominar la materia, el mundo, pero lo aleja del hombre: la 'Robotización" del hombre es el emparejamiento del espíritu con la materia. Eso es Freud y Marx y tecnocracia.

No hay metafísica. No hay alma. Este creer sólo en sí mismo constituye la alienación del hombre.

El existencialismo no puede ser el "verdadero" humanismo. Camus lo comprobó, porque la aceptación desesperada de la contradicción desemboca en el nihilismo.

El verdadero humanismo tendrá que tener como base una metafísica que termine en teología, si queremos que el verbo nuestro tenga carnadura, que alcance a las cosas sin alienar al hombre; habrá que creer en el Verbo encarnado como "estatura del varón perfecto".

Ese es el problema: tenemos palabras —y un modo de ser— que no dicen nada y traducen desazón, náuseas y absurdo; y tenemos una técnica de efectos tremendos y que lo mueve todo pero no explica nada.

Sin embargo el sentimiento de solidaridad, sobre todo frente a la injusticia, al que es tan sensible nuestro tiempo, es un punto a favor de la recuperación del sentido metafísico. La solidaridad es un valor que indica una común-unidad, es decir, señala la existencia de una naturaleza humana; una realidad, cualidad, deseo o exigencia común a todo hombre (cf. el intento de A. Camus en "El Hombre rebelde"). Por supuesto hay que evitar que dicha tendencia a la solidaridad no sea fruto del resentimiento rebelde. Sólo así, refiriéndose a lo auténticamente humano y no a elementos individualistas o puramente formales, ofrecerá un sólido punto de apoyo para la restauración del verdadero humanismo. Sólo así la "conciencia social" podrá orientarse hacia una solidaridad más profunda, más metafísica, y de ésa a la Comunión o Caridad sobrenatural.

El absurdo del nihilismo contemporáneo toca fondo y allí lo espera la Razón y la Fe.

I I I

Históricamente la evolución del Humanismo ha conocido tres momentos: el greco-romano, el de tes Santos Padres, el del Renacimiento hasta hoy.

Lo griego no nos interesa como arqueología ni como retórica, sino como manifestación de una dimensión espiritual abierta, donde ya encontramos apuntadas las tres dimensiones básicas del hombre cristiano.

En Hesíodo se da la interioridad como inspiración (musas), espíritu abierto a la gracia de la oración. En Píndaro se expresa la conciencia social en la función del coro, abierto a la liturgia del sacrificio. En Esquilo se subraya el sentido del límite, es decir de la ley, abierta, a la noción cristiana de servicio. Añadamos la filosofía y el arte y nos toparemos con el hombre total, lo mejor que pudo haber concebido antes del Advenimiento del Logos revelado. En síntesis e! hombre griego es el "homo theoreticus", abierto a la contemplación "ex auditu et ex visu", es decir "capax Dei et capax scientiae". Tal humanismo fue asumido por los Santos Padres.

Por el contrario, el humanismo que nace con el Renacimiento, está centrado exclusivamente en el hombre. Progresivamente se va cerrando a la Revelación para desembocar en el Ateísmo.

El Cardenal Newman vio claramente que el "hombre nuevo renacentista" no se encuentra, con relación al cristianismo, en la misma situación que el "bárbaro", ignorante de Ia Revelación al que aquél consideraba inferior y superado. El tipo de hombre que ha nacido del espíritu renacentista ya no tiene la disculpa de la ignorancia, ha conocido el evangelio y lo ha rechazado. Está vacunado contra la "mala nueva", contra la "enfermedad" cristiana. Tal rechazo implica para nosotros una imposibilidad de aceptarlo como humanismo. Su desemboque es la demencia; su epígono es la "pasión inútil" del existencialismo ateo, las cámaras de gas y los archipiélagos Gulag.

Homo homini lupus.

Como decía Nietzsche, una vez que Dios ha muerto, el que no puede mantenerse en el nivel conquistado, más allá del bien y del mal, tiene que encontrar otra ley o la demencia. Desde el momento en que no cree en Dios, el hombre se hace responsable de todo. (Cuando Cristo cargó con todo, sudó sangre). La libertad no es una comodidad. El caos es una servidumbre. La responsabilidad de Nietzsche es tremenda: secularizó todo, puso al revés el Evangelio. Nietzsche con el superhombre y Marx con la dictadura del proletariado (del Partido) reemplazaron el más-allá por el más-tarde. Pero ni Hitler ni Stalin tuvieron tanta paciencia.

La Areté griega es difícil, como lo es la ascesis cristiana. Ambas requieren no sólo voluntad de piedad (fortaleza en el respeto) sino sobre todo reverencia y sabiduría. Mas quien rechaza toda determinación que no sea la del individuo y su deseo, toda primacía que no sea la del inconsciente, toda instancia que no sea lo irracional, tiene que rebelarse al mismo tiempo contra la sociedad y contra la razón. Surrealismo, anarquismo ... la teoría del acto gratuito corona la reivindicación de la libertad absoluta. Es el triunfo de lo irracional donde la violencia acaba por ser el único modo de expresión. Hay tanta violencia en Sartre, contra el ser, en su mentada visión de "La Náusea", como en el que mata para probar su libertad (cf. "El extranjero", de Camus) o el que pone una bomba desesperada. Del "Dios ha muerto" a "el hombre debe morir" no media distancia.

Todos, herederos del superhombre, quisieron rehacer el mundo con su propia fuerza y razón: por el deseo o el poder corrieron al suicidio o a la locura o cantaron el apocalipsis sin Dios, o por la fuerza eligieron la vana exhibición o la trivialidad, o el asesinato y la destrucción.

Han decidido excluirse de la Gracia y construir un mundo cerrado a Dios. Pero, ¿no es acaso "construir la prisión de sus crímenes"? Ese es el problema: después de la rebelión viene la revolución, hasta que llega un tiempo en que la presunta "justicia" exige la suspensión de la libertad. "El terror, pequeño o grande, viene a coronar la revolución" (Camus). En eso estamos.

IV

Obsesionado por este mal cósmico sin solución, el hombre contemporáneo pide a la Gnosis rediviva el consueto de un sueño absurdo. La Gnosis es ta pesadilla del hombre "lógico", donde se concilia misticismo y sensualismo. Es la conciencia del mal, pero enferma; Gide y su moral y Sartre y sus náuseas se, concilian. Es bueno recordar que ya Marción decía —antes que los existencialistas ateos— que "el tiempo es el espacio de 'la caída libre"... una metafísica de la desesperación. Alucinación de la impureza que no reconoce su falta sino que la "vomita" (Sartre). El hombre está preso, arrojado, es viscoso. Para el gnosticismo contemporáneo, al no haber eternidad el tiempo pierde toda significación.

Este recurso al abismo que es la gnosis, reaparece en épocas de desesperación.

La salvación se intentará mediante una reestructuración de formas: el estructuralismo, la última palabra del humanismo moderno, la más terrible por inocente de cara e insidiosa de alma.

No se trata de teoría gramatical sino de filosofía implícita. El positivismo ha dado la certeza de que las ciencias no se interesan por el hombre, sino por relaciones objetivas y estructurales. Así el positivismo y el estructuralismo anteponen sistemáticamente lo objetivo a lo subjetivo, poniendo en peligro la hegemonía de la existencia personal y comunitaria. Si solo es comprendido el lenguaje de las relaciones objetivas, ¿qué sentido tiene lo intersubjetivo, no verificable, o la acción de Dios?

El estructuralismo pretende ser un método, pero ese método que se presenta como útil a todas las ciencias, engendra una filosofía en la que prima lo puramente formal sobre los contenidos; de modo que el método conduce a una ideología. Podemos encontrar cuatro puntos negativos en el estructuralismo: 

a) énfasis determinista en las estructuras inconscientes que reduce a la nada la capacidad humana de elegir y liberarse; 

b) las estructuras objetivas del lenguaje no tienen posibilidad de significado subjetivo único; 

c) la praxis como factor de cambio es definida como "prisionera de estructuras últimamente inalterables"; 

d) la historicidad y el futuro son ilusorios.

Todo esto conforma una base negativa para el hombre.

Por la destrucción (reducción a simple estructura) de la palabra como expresión se destruye al hombre como expresado. No en vano el marxismo lo eligió como arma contra el resto de la inteligencia que queda en Occidente; cuando logren destruir la gramática (recordemos al profeta Nietzsche) no sólo terminarán de borrar al Dios personal sino que posibilitarán la erección de un Baal inmenso donde el hombre se diluirá.

Pero todo lo puramente humano tiene pies de barro.

Un retorno a las fuentes, a los Santos Padres, que lograron integrar la claridad griega y el orden romano en el misterio de salvación cristiano, nos permitirá, con la voluntad de síntesis que ellos enseñaron, enfrentar las exigencias de los nuevos tiempos, y formular un auténtico humanismo.

Habrá que comenzar por salvar la palabra. Divina y humana. La palabra no es un mero continente estático de una significación sino la intercomunicación viva de dos sujetos a través de la transmisión de un contenido significativo. Es una realidad dialógica. "El misterio de la palabra es el misterio del espíritu" (F. Ebner). En ella los sentidos, caminos del espíritu, encuentran su espiritualización. Sensibilidad y razón se encuentran en la palabra. Es menester rehabilitarla, como medio de expresión de lo metafísico, como fenómeno espiritual.

Toda palabra, por implicar comunicación personal, es un acto de amor. Como tal es la base de todo humanismo. Amar al prójimo es realizar la palabra, rechazando así la vacía soledad.

Si la palabra verdadera traduce lo ontológico, lo llama y lo trae, el amor le concede su vivencial densidad espiritual. Gracias a la palabra movida por el amor, la irreductibilidad de las personas queda intervinculada, objetiva y subjetivamente. La palabra, expresión del amor, funda comunidad, funda verdad.

Humanismo es pues, relación con el otro, sobre todo con el Otro Trascendente, situado fuera, por encima y finalmente dentro del hombre, por el cual y en el cual éste existe: el Tú divino que se revela en la Palabra encarnada.

La palabra humana asumida y plenificada por el Verbo divino es el contenido y la forma de todo verdadero humanismo.

V

"Es propio del hombre definir su acción en relación con ciertas exigencias que van más allá de todo comportamiento, la más imprescindible de las cuales toma cuerpo en la idea misma de Verdad" (G. Marcel: Filosofía para un tiempo de crisis).

Dar formas no es crear formalismos, sino realizar la libertad sobre bases firmes o seguridades existenciales. Si lo primero es la verdad, su consecuencia es el testimonio, que lleva implícito un compromiso.

El verdadero ser humano no es algo que está todavía por venir. Un historicismo de ese estilo, basado en la abstracción, es lo que ha permitido "justificar" tantas arbitrariedades como hoy se afirman acerca del hombre. Lo mismo la idea abstracta de "liberación absoluta", quimera que destruye el auténtico humanismo.

El hombre verdadero es un ser encarnado de modo que todo humanismo debe fomentar y respetar las seguridades o exigencias existenciales que brotan de esa encarnación. Tales seguridades son principalmente cuatro.

1. El hombre y el espacio en que vive se intercomunican. Es decir que la Patria, la familia, el trabajo, el paisaje, etc., en cierto modo constituyen al hombre (en contra de las erradicaciones masivas, campos de concentración o de "reeducación", etc.). La primera seguridad es, pues, el enraizamíento. Aquí se abre un ancho campo al ejercicio de la 'libertad personal, tanto en lo que toca a la elección como a la emancipación. Existe un "lazo original" umbilical, que une al ser humano con todo el mundo en general" (G. Marcel). Tal lazo funda su libertad y postula que rechace todo intento de planificación masiva.

2. Para operar su crecimiento el hombre necesita de la intersubjetividad, "progresiva conquista sobre todo lo que puede llevar a cabo uno de nosotros o centrarse o encerrarse en sí mismo" (ib.). Esta seguridad se sitúa más allá de todo formalismo. Es la experiencia de la comunión en lo humano o espíritu de universalidad.

3. No puede el hombre olvidar que en el horizonte de su vida está la muerte. Es la experiencia de la mortalidad. No es una experiencia petrificante: "Mi muerte no puede nada contra mí si no es por la colusión de una libertad que se traiciona a sí misma". Dicha traición está en el origen de la desesperación o pesimismo nihilista.

4. Pero más allá de la muerte está la vida. "Experimur nos aeternos esse" (Spinoza). Por eso en la base de todo auténtico humanismo debe estar el "gaudium essendi" como seguridad existencial originaria o sea la esperanza, y esto porque el Verbo se hizo carne, y nosotros hemos visto su gloria. El determinismo científico es antihumano porque conduce a la fatalidad.

Sobre estas cuatro seguridades se erige el humanismo como forma. Lo que implica ciertas prioridades o supuestos.

A. En el campo de la política la era tecnicista se guía más por estrategias que por metas; y programa la educación según funciones no teniendo en cuenta la idea de la autofundamentación del hombre que es precisamente el supuesto de todo rendimiento.

Primero, entonces, prioridad de lo humano sobre lo material y por lo tanto prioridad de la política de metas sobre lo estratégico o programático de lo inmediato. Lo que implica desarrollar la substancia de lo humano, es decir la libertad, que no es simple emancipación. Libertad es ante todo una ética: señorío sobre el instinto para que la vinculación con los otros no sea una forma de dominio o uso.

Cultura es, pues, lo que se exige de los hombres "y no tanto lo que éstos reciben por ella" (Saint-Exupery). La política debe ayudar a mantener este nivel ético; es responsable en gran medida de la creación de imágenes o prototipos, ya que el hombre se comprende casi siempre como reflejo de un prototipo. O es "imago Dei", o de otro ... hasta llegar el momento actual en que, rebelde, se comprende como "retrato de sus propias imágenes".

Frente a Freud y el inconsciente, la propaganda (a veces subliminal), las imágenes programadas, los totalitarismos y sus slogans, los instintos y sus proyecciones, los medios masivos de comunicación y sus preposiciones, frente a todo ello, a toda esa "cultura dirigida" se levanta sola la libertad. Pero es la verdad la que libera; y la verdad es que el hombre ha sido hecho a imagen de Dios. La primera meta de toda política humanista es proponer una imagen o prototipo cuyo contenido fundamental! sea la libertad, aunque no el individualismo.

B. No hay libertad sino en la confraternidad o Cuerpo Místico.

La relación del yo al tú es el nosotros. Pero esto antes de ser político — idea del ciudadano— debe ser religioso. De otro modo será una abstracción, o será colectivismo que es donde muere la persona.

Al fin y al cabo sólo la religación abre el diálogo, y no la dialéctica idealista que, como en Hegel-Marx, termina siempre en el anonimato del rebaño manejado.

El humanismo cristiano tiene como base a la libertad, condicionada al nosotros, que es llamado a amar a Dios y al prójimo. El individuo no es 'la medida de todo, sino la persona cuya vocación es la relación o re-ligación. Este es el "ethos" social, político, familiar. Porque la libertad se alimenta más que del yo-interés, de la relación con el tú desinterés. Esta es la forma común en cuanto se realiza lo propio en común-unión. La forma es heterónoma, supramundana, trascendente, y por lo tanto capaz de llamar (vocación) a la libertad sin presionarla ni premoldearla. La libertad está solamente determinada espiritualmente (no terminada). Son las ideologías las que "terminan" ...

Eí mensaje, llamado, forma o imagen, base del humanismo, no debe ser tramado por los hombres. Ello conduciría al fracaso porque en ese caso el hombre sería "imagen-de-sí-mismo" y, en última instancia, imagen del Estado, partido u "hombre único". El mensaje-vocación debe venir de arriba y de afuera. Después de todo, como dijo San Agustín, Dios es más joven que todo lo demás. Que la política, y en especial la educativa, adopte ese sentido de trascendencia es cuestión de vida o muerte.

En síntesis, humanismo es llamar a la libertad a su responsabilidad. Una configuración personal y no "ingeniería social".

V I

Dar forma es la función del humanismo. Preparar a la juventud para ser y para trabajar en el mundo contemporáneo. Recordando, sin embargo, que el problema íaboral-técnico (función) no puede ser el problema central de la educación.

La formación profesional tiene hoy la preferencia sobre la formación cultural. Esto es mate. Se podría argüir que la educación puede darse dentro de la formación profesional, atribuyendo a las ciencias un poder educativo (de "educere"), sin embargo ello sería sólo preparación politécnica, o ilustración, indispensable, sin duda, pero que no alcanza para elevar la substancia humana a humanidad. Educar es alimentar y elevar la substancia humana.

Las ciencias no pueden asumir la función educativa total. El haberlo pretendido es lo que condujo a la actual crisis que pide una vuelta al humanismo. Las ciencias informan: sólo el humanismo —en cuanto "litterae humaniores" y en cuanto contenidos trascendentes — es capaz de formar.

No es, pues, el humanismo una visión del mundo, ni un sistema de valores, ni una colección de conocimientos (también es todo eso) sino más bien un estado, un modo de ser. Y éste consiste en que "el hombre desarrolla un ser humano despierto y elevado, del cual vive y por el cual actúa, de tal forma que toda su existencia y toda su actividad están entretejidas con esta humanidad desarrollada" (cf. Hanssler).

Es una vocación a ser-más-hombre, liberando las nobles fuerzas interiores por el arte, la poesía y la educación lingüística, que lo capacita para participar en lo humano y percibir su destino en la tierra y en la eternidad.

La educación lingüística y su vivo contenido literario, como un todo estructurado donde aflora el mundo entero, evita la miseria de lo parcial y particular (cf. Hegel y su teoría de la lejanía por la lengua).

El mundo del lenguaje es el mundo del hombre. Frente a la parcialidad de las ciencias, la lengua abre al todo, y como acto social conduce a la solidaridad. Solamente el lenguaje llega al corazón de las cosas. Las ciencias enseñan las leyes de las cosas, amplían el saber y dominio, pero no educan. Con ellas eí hombre no pasa de ser un funcionario.

Las ciencias no son configuraciones del hombre. Y lo que importa es formar al hombre, despertarte el gusto por lo bello y lo noble, hacerte exigente frente a toda ordinariez. La estética conduce a la ética, "predispone el alma para recibirla" (Newman), para percibir el orden de los valores, para aceptar su jerarquía, el orden de las cosas, la virtud.

El humanismo es "enthusiasmos" griego y "carisma" cristiano.

O sea una educación para y por las formas: principios substanciales del obrar teleológico, fundamento esencial interno, peculiar y específico, del ser y del obrar.

La vileza y el caos, tan propios de la masificación actual, provienen de esa incapacidad para la forma que no es solamente un valor estético sino principalmente el acto de la libertad, o consciente realización de sí mismo.

Desde el modo de pensar hasta el modo de caminar y vestir, todo es en el hombre producto de actos libres, aun teniendo en cuenta todos los condicionamientos y limitaciones provenientes tanto del ser recibido como de lo que se respira en el medio ambiente.

Ef humanismo tiende a liberar y fortalecer esa libre voluntad, capaz de formar al hombre según un ideal o forma trascendente (ningún humanismo ni ningún tipo de educación deja de proponer ese ideal aun cuando aparentemente no proponga ninguno, como el nihilismo). Añadamos que el uso -de la ciencia presupone esa libertad (por eso no son tan formativas; por eso también el hombre moderno, esculpido en base a las ciencias, cuando está en el poder es terrible, de donde el actual y legítimo temor a la tecnocracia). La masificación es la negación de esa libertad.

Una cosa es, pues, dar informaciones —cosas hechas para repetir— y otra dar formas o capacidad para obrar como corresponde y expresar dichas formas.

Las formas son, así, expresión del ser que se manifiesta. El informatismo —uno de Jos males de nuestro tiempo— es el signo del fracaso o frustración de la libertad que tiene miedo de ser, un dejarse-estar-y-llevar que puede llegar al cinismo que esconde la angustia de una falta de forma personal, o ideal, capaz de unificar el ser y el vivir. Por supuesto que a su vez el puro "formalismo" es negativo en cuanto aceptación pasiva de lo dado: sería como el endurecimiento de un humanismo invalidado e inválido.

Formar es dar capacidad educiendo la libertad hacia su plenitud; y la libertad se expresa a través del cuerpo y de la palabra, del porte y del semblante. Formar es unificar lo que aparece como dialéctico, es alentar el espíritu para que se manifieste, y el espíritu está hecho para lo bueno, lo verdadero y lo bello (la tríada que nos hace libres). Tal es la consigna y el contenido del eterno —y por eso actual— humanismo. Toda carencia de formas en el habla o en el porte, es carencia de forma interior, carencia de principio rector, carencia de substancia, vacío.

El humanismo moderno debe buscar con el estudio de los "liberalia" evitar el pantagruelismo de los "realia", enorme cantidad de material sin unidad, medida ni ritmo. Pero cuidado con favorecer una mentalidad esteticista y descomprometida. Hay que evitar todo formalismo o reducción a un registro muerto de la Antigüedad, para que realmente pueda hacerse revivir lo mejor del pasado mediante el logos y la libertad creadora. La técnica favorece, si hay espíritu (el "alma" que pedía Bergson) este florecer humano.

V I I

La libertad nos ha sido dada para "alcanzar la estatura del varón perfecto" (San Pablo).

El Verbo es la forma. La palabra, el medio.

El Bautismo nos pone en camino; la Fe es el fundamento y la Caridad su fuerza. Eso es lo nuestro. Que otros "humanismos" inventen su propio verbo. . .

Humanismo no es, pues, adiestrar, sino principalmente --y hasta únicamente— despertar ai hombre en el hombre, para que vuelva su rostro al interior donde habita la verdad (San Agustín) y acepte la .libertad de ser libre, la responsabilidad de ser semejanza de Dios.

Se trata de que el hombre busque "primero el Reino de Dios" (y todo "humanismo" tiene sus dioses y sus reinos de utopía) y todo lo demás le será dado por añadidura.

El Verbo de Dios, Encarnado, es la forma del hombre y quienes han visto su gloria son llamados a gozar de su gloria, el perpetuo "gaudium essendi".

Pero es el Sí o el No, la libertad, lo que da ámbito en el hombre para que la forma se implante en él.

Humanismo es la libertad que busca, porque ha sido llamada, la forma, el pleroma, que le fue prometido.

Humanismo es dar formas para que la libertad se haga semejante, dinámicamente, a la Libertad que la creó.

Humanista es el hombre que cree en la Palabra.

Y esa Palabra afirmó: "ego dixi: dii estis".

El humanismo auténtico podría tomar como divisa las palabras de San Pablo: "todo es vuestro, vosotros sois de Cristo, Cristo es de Dios". Y como método aquello que se lee en el Evangelio acerca de Jesús: "crecía en edad, sabiduría y gracia delante de Dios y de los hombres".

En síntesis: es el Teandrismo lo que proponemos. La Teología de las Bienaventuranzas.



P. TEODORO SCROSATI

Revista Mikael
Año 6 - N°. 16
Primer Cuatrimestre de 1973

(los destacados son de esta edición)




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