De pluma ajena: El Episcopado argentino (09/25)

 




Ya hemos escrito sobre algunas burradas, pero era solamente una opinión. 
A continuación, una explicación del origen de las mismas.


I. La catástrofe y la negación de la realidad

La semana pasada, Mons. Sergio Buenanueva, obispo de San Francisco en Argentina, siempre muy activo en las redes sociales, recordó acertadamente en su cuenta de X un texto del Papa León XIV en el que advertía que la falta de sacerdotes en Francia (y el obispo pedía leer “Argentina”) es una gran desgracia. Razón tiene este obispo, como buen pastor, de estar preocupado: su diócesis, de 250.000 fieles, tiene solamente un seminarista; pasarán años o décadas antes de que la catedral franciscopolitana vea una ordenación sacerdotal. Reconozco que es reconfortante que un obispo argentino esté alarmado por una situación que amerita la desazón episcopal, no sólo en esa diócesis sino en todo el país. Lo muestran los siguientes gráficos realizados con datos del CELAM aunque no hay que prestar demasiada atención a la cantidad de seminaristas que se indican. Sucede que los obispos inflan artificialmente le número de sus seminaristas porque de ello depende el monto de los subsidios que reciben del gobierno nacional y de la iglesia alemana. Entonces, según el gráfico, en Argentina habrían en torno a los 500 seminaristas diocesanos; un generoso número más realista indica que no serían más de 200.


El problema es hasta qué punto los obispos argentinos son responsables de la catástrofe que muestran estas curvas. Muchos dirán con cierta razón que no lo son en absoluto porque la caída de las vocaciones es algo que se ha dado en toda la Iglesia a partir de los años '70. Sin embargo, lo son indirectamente porque, desde los años ’80, se dedicaron a sofocar y finalmente exterminar a todos los seminarios que poseían numerosas vocaciones y que, curiosamente, eran de carácter conservador. Los seminarios progresistas se vaciaron y nunca fue posible poblarlos nuevamente. Negando la evidencia de la realidad, o pecando contra el Espíritu Santo, los obispos prefirieron que los seminarios argentinos se vaciaran a que florecieran los que eran conservadores; prefirieron llevar al país a un punto de no retorno; se negaron a aceptar el dato incontrastable de que los jóvenes se entregan a ideales “rígidos” e “indietristas” y, en cambio, no se interesan, y mucho menos entregan su vida, por la religión mistonga del “todos, todos, todos”, de la "iglesia en salida" y del "hospital de campaña". Veamos el desarrollo de la catástrofe provocada por los obispos argentinos en relación con las vocaciones sacerdotales.

1. Seminario Arquidiocesano de Buenos Aires

Es uno de los más antiguos e importantes del país y en 1930 tenía 370 seminaristas. La curva de deserciones comienza en 1955. En 1960 había 156 seminaristas mayores, 116 menores y 44 en pre-seminario. Pero en esa década, debido a las corrientes ideológicas, especialmente el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo, se produjeron numerosas deserciones sacerdotales y el virtual vaciamiento del seminario. Se cerró el pre-seminario y el seminario menor.
Actualmente habitan el edificio que cubre 4 manzanas, sólo 36 seminaristas (para una arquidiócesis que tiene 3.120.612 habitantes. Ratio: 1 seminarista cada 104.000 habitantes). La mayor parte del histórico edificio se ha convertido en un museo y se hacen visitas guiadas. En 2024 se regaló o malvendió la mayor parte de la biblioteca, que era una de las mejores del país.

2. Seminario conciliar de Córdoba

El seminario más prestigioso de Argentina fundado en 1719. Como los otros del país, entró en crisis en la década del 60, en que los elementos subversivos de la teología de la liberación y los Sacerdotes para el Tercer Mundo hicieron de Córdoba uno de sus centros de operaciones, organizando desde adentro del seminario una revuelta de sacerdotes y pueblo que forzaron a renunciar al arzobispo Mons. Castellano en 1965. Siempre estuvieron estrechamente ligados a la organización peronista armada “Montoneros”.
En 1975 comenzó una restauración del orden con un plan de estudios, formación y disciplina acordes a los deseos de la Iglesia a cargo del P. Luis Alesio. En los años de su rectorado el seminario llegó a contar con 200 seminaristas entre los seculares de la arquidiócesis y las diócesis sufragáneas y los seminaristas de distintas órdenes religiosas. Esto se pudo mantener aproximadamente hasta 1983 en que comenzó a decaer, y mucho más a partir de 1994 con el cambio de profesores y planes de formación. En 1997 quedaban solo 70 seminaristas. Reformas más liberales y radicales en el plan de formación en 1999 y 2006 lo llevaron prácticamente a la extinción. Actualmente, bajo la gestión del cardenal jesuita Ángel Rossi, solo hay 5 seminaristas de Córdoba, San Francisco y la prelatura de Dean Funes y otros tantos de la diócesis de La Rioja. Una ratio para la región de un seminarista cada medio millón de habitantes.

3. El Seminario metropolitano de la arquidiócesis de Santa Fe de la Vera Cruz

Funcionó desde 1865 hasta 1976, cuando se debió cerrar por la infiltración marxista y guerrillera (tenían armas, fabricaban bombas molotov, etc.) ocasionada por el Movimiento de sacerdotes para el tercer mundo y contaba ya con muy pocos seminaristas. Se reabrió en 1978 y comenzó a crecer de a poco hasta llegar a tener unos 50 seminaristas, todos de la Arquidiócesis con una buena disciplina de vida y una buena formación filosófica. A partir del 2005 se cambiaron los planes de formación y se liberalizó la disciplina, política que se profundizó en 2018. Actualmente hay solo 12 seminaristas de Santa Fe y dos de Rafaela, con muchos abandonos de seminaristas y de sacerdotes jóvenes.
Conclusión apresurada: los obispos no tuvieron nada que ver. Los sacerdotes tercermundistas más el ambiente de la época provocaron el vaciamiento de los seminarios, dirán muchos. Sin embargo, se trata de una conclusión falsa: resulta claro, cuando se estudian las estadísticas y se observa la curva del segundo gráfico, que a comienzos de los años 80 el número de seminaristas sube de un modo abrupto, y de ese mismo modo cae. ¿Qué ocurrió en el medio? La liberalización de los planes de estudio y de la disciplina de vida promovida por obispos progresistas que poco a poco habían reemplazado a los anteriores de corte más clásico. Y, paralelamente, comienza la persecución hacia aquellos (pocos) obispos que decidieron mantener o fundar seminarios con una enseñanza clásica. Veamos los casos.

4. Seminario arquidiocesano de Paraná

En 1972 Mons. Adolfo Tortolo, arzobispo de Paraná, comenzó a reformar su seminario que había sido invadido por sacerdotes de la teología de la liberación y aliados a los movimientos terroristas. Puso buenos formadores de doctrina conservadora a cargo y comenzó a ordenarlo según los documentos de la Iglesia. En 1986 el seminario fue intervenido por el obispo coadjutor, el recientemente fallecido cardenal Estanislao Karlic. En ese momento tenía 120 seminaristas mayores y 120 menores. Karlic dijo explícitamente que su intención era destruir ese modelo de formación sacerdotal. Y lo logró. Los formadores fueron expulsados y reemplazados por otros dóciles a las nuevas corrientes teológicas sostenidas por el cardenal Karlic; particularmente se comenzó a enseñar la teología de Karl Rahner en lugar de la de Santo Tomás. Mas de 60 seminaristas dejaron el seminario, otros fueron expulsados. En la actualidad solo hay 17 seminaristas, de dos diócesis. El seminario menor se cerró por escándalos de abuso sexual por parte del formador que había sido nombrado por el cardenal Karlic.

5. Seminario arquidiocesano de La Plata

El seminario San José de la arquidiócesis de La Plata, en 2012, llegó a tener 97 seminaristas. En 2015 comenzaron las presiones sobre el arzobispo Mons. Héctor Aguer para que cambiara los formadores que eran de corte clásico. En 2018, al quedar Mons. Aguer emérito por edad, asumió como arzobispo el actual cardenal Tucho Fernández y el cambio en el seminario fue completo. Con las políticas del nuevo ordinario, los seminaristas descendieron a 40 y las deserciones continuaron. En la actualidad solo hay 3 seminaristas de La Plata (arquidiócesis que tiene 4 obispos), y 4 de la diócesis de Mar del Plata.

6. El Seminario diocesano de San Rafael

Fue fundado en 1983 en una de las diócesis más abandonadas del país por Mons. León Kruk. Mantuvo hasta 2020 un promedio de 30-40 seminaristas, sosteniendo un muy buen nivel académico. Gracias a esto, la diócesis que solo tiene 301.150 habitantes y 31 parroquias, cuenta con 106 sacerdotes (1 sacerdote cada 2.841 habitantes). En 2020, sin ninguna causa grave, el seminario fue cerrado por Mons. Eduardo Taussig, que solo dio como explicación que seguía órdenes”. En ese momento había 35 seminaristas. Algunos fueron reubicados en otros seminarios. Solo quedaron unos 15. A Mons. Taussig se le pidió la renuncia, posiblemente por causa de la fuerte indignación que suscitó el cierre del seminario en los laicos de la diócesis. El obispo que lo sucedió, Mons. Domínguez, tuvo que renunciar al ser acusado de comportamientos gravemente deshonestos a principios de 2025. Actualmente hay solo 9 seminaristas repartidos en tres seminarios.

7. Los seminaristas de la diócesis de Gregorio de Laferrere

En 2013, al terminar el pontificado de Mons. Juan Horacio Suárez, tenía 15 seminaristas estudiando en el seminario San José de La Plata. El nuevo obispo, Mons. Gabriel Barba (actualmente obispo de San Luis) los retiró de La Plata, seminario al que consideraba muy conservador, y los envió al de la arquidiócesis de Buenos Aires. Cuando dejó la diócesis, sólo quedaba un seminarista.

8. Diócesis de Santa Rosa en La Pampa

En 2008, al quedar emérito Mons. Rinaldo Fidel Brédice, la diócesis tenía 340.000 habitantes y 7 seminaristas estudiando en San Luis. Con el cambio de obispo, el actual cardenal Poli, fueron sacados de San Luis y trasladados a otro seminario. Desde que fueron ordenados en 2011 los últimos sacerdotes formados en San Luis, solo hubo 3 ordenaciones. Actualmente solo quedan 2 seminaristas.


Esta es la situación actual de las vocaciones sacerdotales del clero diocesano en Argentina. Y la catástrofe presente, y sobre todo futura, no puede atribuirse exclusivamente a un fenómeno mundial. En muy buena medida, los culpables han sido los obispos argentinos que se han dedicado sistemáticamente a destruir las iniciativas exitosas, por ideología, por envidia o por maldad. No lo sé. Y esto no es una suposición; ellos mismo lo admitieron públicamente hace dos años: "Hay seminarios numerosos de congregaciones muy conservadoras.... Nos preocupa que en estos lugares, con estructuras muy rígidas, hayan muchos más pibes".

Por eso mismo, sería interesante que, si Mons. Sergio Buenanueva desea que el número de vocaciones se acreciente, haga “la experiencia de la tradición”. Es muy posible, por no decir seguro, que si fundara un seminario de corte clásico en su diócesis, pronto tendría una buena cantidad de jóvenes dispuestos a entregar su vida a la Iglesia en el sacerdocio.

En el próximo artículo, profundizaremos en el caso de San Luis, ejemplo paradigmático de destrucción de una obra de décadas.



El paradigmático caso del Seminario de San Luis

Sobre Mons. Barba hemos hablado repetidamente en este blog. Aquí cuando fue nombrado obispo de San Luis por el Papa Francisco, aquí uno de sus primeros bochornos, aquí la escandalosa negación del nombre de Jesús en una ceremonia litúrgica y aquí su propósito de adoctrinamiento de los catequistas. A todo esto podríamos agregar la profunda enemistad y distanciamiento que tiene con su vecino, Mons. Marcelo Colombo, arzobispo de Mendoza y presidente de la CEA, lo que valió que no haya sido elegido para ninguna comisión episcopal. Como se ve, la trayectoria de Mons. Barba no es de las más brillantes y promisorias. Pero lo más grave de todo es la catástrofe que ha provocado en la otrora floreciente diócesis de San Luis y posee tales dimensiones que desafía incluso el principio establecido por Edmund Burke según el cual "el progresismo puede destruir en diez años lo que la civilización tardó siglos en construir". Mons. Barba logró la destrucción en apenas cuatro años.

Hace cinco años, la pequeña diócesis de San Luis contaba con una cantidad de clero elevado en comparación con las diócesis del país: 90 sacerdotes para 540.905 habitantes: 1 sacerdote cada 6.000 habitantes.

Si la comparamos con las diócesis vecinas, veremos que la arquidiócesis de Mendoza tiene 1 sacerdote cada 13.800 habitantes; la arquidiócesis de San Juan, 1 sacerdote cada 8.800 habitantes, y la de La Rioja tiene 1 sacerdote cada 9.600 habitantes. Hay que tener en cuenta, además, que San Luis es la tercera provincia de Argentina en incremento demográfico: 25 % en los últimos 10 años.

Esta situación favorable en cuanto a la ratio entre el número de sacerdotes por habitantes, se debe al buen trabajo de los obispos de San Luis que lograron superar la crisis sacerdotal de los años ‘60 y ‘70 siguiendo las indicaciones de los documentos de la Iglesia.

Cuando llegó Mons. Juan Rodolfo Laise en 1972, la diócesis tenía 30 sacerdotes —solo 5 nativos de San Luis— y un solo seminarista. Desde hacía 18 años no había ordenaciones sacerdotales (¿habrá tenido algo que ver el pontificado del progresista Mons. Carlos María Cafferata, de 1961 a 1971?). Mons Laise, capuchino, creó el seminario diocesano San Miguel Arcángel que mantuvo un promedio de 40 seminaristas a lo largo de su existencia, varios ingresos todos los años y un promedio de 4 ordenaciones anuales. Al quedar emérito en 2001, la diócesis tenía 77 sacerdotes y 40 seminaristas, además de 10 seminaristas de la diócesis de Santa Rosa estudiando en el seminario. Su sucesor, Mons. Jorge Luis Lona, continuó con esta obra sosteniendo el clero y el seminario hasta 2011 en que quedó emérito y asumió Mons. Pedro Daniel Martínez, el cual siguió la obra de sus predecesores.

En 2020 nuestra diócesis recibió una visita apostólica, se le pidió la renuncia al obispo diocesano y se nombró como nuevo obispo a Mons. Gabriel Bernardo Barba, hasta entonces obispo de la diócesis de Gregorio de Laferrere en el conurbano bonaerense. Las causas de la exoneración de Mons. Martínez nunca fueron explicadas a los fieles ni al clero.

El nuevo obispo realizó rápidamente numerosos e importantes cambios en la diócesis, ignorando la opinión en desacuerdo del clero y los fieles. El seminario diocesano, que contaba entonces con 22 seminaristas, fue modificado radicalmente. Se cambiaron todos los formadores y docentes, prefiriendo profesores de fuera de la diócesis, aún cuando en San Luis hay sacerdotes con licenciaturas y doctorados en Roma más que suficientes e idóneos para la tarea. El obispo, sin consultar al presbiterio, nombró rector a un sacerdote con serios problemas humanos y con dificultades para integrarse con el resto del presbiterio, sin ninguna experiencia en la formación de jóvenes, y carente de los estudios teológicos que la Iglesia pide para esta delicada labor.

Desde ese momento, disminuyeron abruptamente los ingresos. Muchos de los seminaristas y todos los que ingresaron en los últimos cuatro años, fueron expulsados o dejaron el seminario. Muchos de los que salieron presentaron quejas por malos tratos y manipulación de conciencia por parte del actual rector, pero fueron desoídas por el obispo, que lo sigue manteniendo y apoyando. En estos cinco años el obispo no ha consultado al clero ni al colegio de consultores en todo lo que se refiere al manejo del seminario ni al nombramiento de sus autoridades y profesores.

A comienzos del año académico 2025, había un solo formador, que es el rector, un solo seminarista en el año introductorio y ninguno en etapa de seminario propiamente. Sólo 2 seminaristas que ya han terminado sus estudios y están haciendo el segundo año pastoral sin fecha de ordenación. El rector, con el único seminarista supérstite, se ha instalado en un ex-monasterio benedictino ubicado en un lugar alejado y agreste que fue cedido a la diócesis por unas monjas benedictinas. Las instalaciones del seminario, construidas con un oneroso esfuerzo del pueblo de San Luis, han sido alquiladas a una residencia geriátrica privada. A mediados de agosto de 2025, el único seminarista que vivía en el monasterio-seminario, fue trasladado al seminario de Córdoba. Oficialmente el obispo no ha comunicado nada ni consultado a nadie al respecto. En los próximos 7 años por lo menos, no habrá ordenaciones en la diócesis, la primera vez que ocurre tal fenómenos desde la década de 1970.

Además, desde la llegada de Mons. Barba la diócesis perdió 20 sacerdotes entre los que murieron, los que se fueron espontáneamente, los que fueron expulsados y los que dejaron el ministerio. Y sólo hubo 5 ordenaciones de seminaristas que habían ingresado antes del cambio de formadores.

De continuar esta situación, en pocos años más, el clero de San Luis, que incluye a sacerdotes ancianos y enfermos, tendrá una fuerte caída que lo dejará en el mismo lamentable estado de muchas diócesis del país. Por ejemplo, la diócesis de Gregorio de Laferrere de la fue obispo Mons. Barba y a cuyo modelo se quiere ajustar su nueva sede, tiene solo 1 sacerdote cada 16.500 habitantes con un territorio 53 veces menor al de San Luis. Otras diócesis del conurbano bonaerense y del resto del país están en el mismo estado o aún peor.

El clero y el pueblo de la diócesis de San Luis están sumamente descontentos con esta situación, pero no han sido escuchados, y los que se atrevieron a hablar o escribieron al Nuncio Apostólico no obtuvieron respuestas.

El actual obispo ha manifestado muchas veces y de distintas maneras su desprecio y oposición al trabajo de sus predecesores, y especialmente por la formación del clero y de los laicos de la diócesis, a veces de maneras muy irrespetuosas, y ha insistido en que todo debe cambiar ajustándose al modelo de una supuesta nueva iglesia del Papa Francisco que él representa. ¿Se habrá anoticiado que el Papa argentino está muerto y enterrado? ¿Permanecerá en su actitud de cerrazón, desprecio de sus fieles y sacerdotes y destrucción sistemática de la herencia recibida? Quizás le conviniera repasar la parábola del Hijo Pródigo: quienes malgastan la herencia, siempre son recibido por el Padre, pero deben arrepentirse y abrazar una nueva vida.
 
Publicado originalmente en Wanderer


II. Teología y eclesiología

Venimos advirtiendo desde hace varios años sobre el estado del episcopado argentino y, particularmente, sobre el proceso de degradación permanente al que lo sometió Francisco, nombrando obispos completamente innecesarios (San Juan tiene tres obispos y en La Plata hay más obispos que seminaristas, para dar sólo un par de ejemplos), elegidos de entre lo más marginal del clero, sin ningún tipo de formación y con el único mérito de tener «olor a oveja» según el olfato pontificio. En otras palabras, sin más mérito que la obsecuencia al pontífice. Estimo yo que la intención del Papa difunto habrá sido la de condicionar a su sucesor de modo tal que las próximas sedes vacantes debieran ocuparse con el lumpenaje mitrado que está haciendo cola.

Es probable que suceda eso, pero es probable también que no suceda. Se sabe que hace algunas semanas el Papa León tuvo una conversación con el nuncio apostólico en Argentina y le aseguró que los nombramientos, de ahora más, seguirán el curso normal: las ternas las elabora la nunciatura y Roma decide. En otras palabras, se acabó el proceso que se seguía desde 2013, según el cual Francisco nombraba obispo al que se le ocurría, o al que le aconsejaban sus amigos cercanos, sin tener en cuenta en lo más mínimo las sugerencias del nuncio y los antecedentes del candidato. Y recordemos que los nuncios, para elaborar las ternas de candidatos, siguen un cuidadoso proceso en recabar antecedentes y opiniones lo que garantiza una cierta idoneidad del candidato. Si se hubiera seguido este proceso, nos habríamos evitado un obispo degenerado como Dominguez, los bochornos sucedidos en Mar del Plata y en La Plata, o los varios elegidos que se vieron forzados a renunciar a sus nombramientos antes de la consagración por las amenazas recibidas de exponer los cadáveres que tenían escondidos en el armario.

Esta intención del Papa León, y me refiero a que los nombramientos episcopales sean cuidadosamente decididos, no se manifiesta solamente en el caso argentino. Se sabe que la semana siguiente a la elección pontificia, se apersonaron en el Vaticano los cardenales españoles Cobo y Omella, es decir, Madrid y Barcelona, y pidieron ser recibidos por Su Santidad. No les fue concedida la audiencia y, sin embargo, en esos mismos días recibió a Mons. Bernardito Cleopas Auza, ex-nuncio en Madrid exonerado por Francisco. Y el dato es significativo porque sabemos que los nombramientos en España seguían el mismo procedimiento que en Argentina: desprecio y desconocimiento de las ternas propuestas por la nunciatura, y nombramientos por recomendaciones de los paniaguados pontificios. El caso más clamoroso fue la sede madrileña: fue nombrado arzobispo, y luego cardenal, el padre José Cobo, que ni siquiera estaba en la terna, y razones habían de sobra para que no estuviera. Y el daño infligido está a la vista. Así se manejaban los asuntos episcopales más delicados en el felizmente terminado pontificado.

De esta manera entonces hay alguna esperanza de que la situación del episcopado argentino comience a revertirse paulatinamente. En Argentina, el Papa León podría dejar a los obispos amontonados como están en sedes intrascendentes y, cuando se produce la vacancia de alguna, elegir para ocuparla a buenos sacerdotes. No sería necesario que fueran muchos los obispados ocupados de este modo o que fueran de importancia. O bien, podría hacer indicaciones sutiles o no tanto. A pesar del juramento que hicieron de continuar cueste con lo que cuesta con la «iglesia de Francisco», como veremos más adelante, poco a poco los obispos se irían convenciendo de que los aires soplan definitivamente en otra dirección y ellos también se orientarían hacia los nuevos vientos, ya que una de las características de la casta episcopal argentina es la sumisión; son personajes menores y, como tales, sin principios más que los que le dicta la propia conveniencia.

E indicaciones hay. La más clamorosa fue la que hizo el 27 de agosto: nombró miembro del Dicasterio para el Clero al obispo de Jujuy, Mons. César Daniel Fernández. El caso es interesante porque este Fernández, hecho obispo por Benedicto XVI, había sido previamente apartado de su cargo de formador en el seminario arquidiocesano de Buenos Aires por el entonces cardenal Bergoglio y aparcado en un puesto sin importancia. Cuando fue elegido Francisco, Fernández ya era obispo de Jujuy y se convirtió en el líder del pequeño y asustadizo grupo de obispos anti-bergoglianos, a sabiendas de que eso significaría quedar eternizado en la sede jujeña. Y así fue. En síntesis, el Papa León XIV ha colocado en uno de los dicasterios claves del Vaticano, que entre otras cosas se ocupa de los seminarios, a un obispo antibergogliano que fue desechado por Bergoglio como formador de seminaristas.

En todo caso, deberíamos soportar algunas excepciones para bien de la Iglesia universal. En los corrillos vaticanos se habla, por ejemplo, de que León está decidido a desembarazarse cuanto antes de dos cardenales: Mauro Gambetti, arcipreste de la basílica de San Pedro (los franciscanos de Asís ya le han hecho saber que no lo quiere de regreso allí) y Tucho Fernández –de allí las presiones que éste está ejerciendo con torpeza para permanecer en su puesto– quien sería destinado a la sede de Buenos Aires, desplazando a Mons. Jorge García Cuerva al arzobispado de Salta, que se liberará próximamente. Al no-cardenal García Cuerva no solamente no lo quiere nadie –ni sus colegas obispos ni sus sacerdotes– sino que las quejas sobre su gestión en Buenos Aires se amontonan en los escritorios de los dicasterios romanos. Así, León mataría dos pájaros de un tiro, para desgracia de los fieles porteños y salteños. Cuestiones de la primacía del bien común sobre el bien particular, aunque si yo fuera alguien de importancia, sugeriría a Su Santidad aparcar a Fernández en Roma con algún cargo honorífico como capellán de la Orden Constantiniana o de la Orden de los canaricultores de la Real Casa de Saboya. Veremos, sin embargo, si la información se confirma o si no es más que un trascendido sin fundamento.

Se trata, entonces, de tener paciencia. Resulta claro que Prevost no toma decisiones impulsivamente ni a tontas ni a locas, sino que se toma su tiempo (quizás demasiado). Y se trata también de rezar, porque estos cambios, ni el Sumo Pontífice ni nadie puede hacerlos sin la asistencia y el auxilio de Dios.

La eclesiología

Los aires en la Iglesia están cambiando apaciblemente; no a modo de tromba o huracán como muchos quisiéramos quizás imprudentemente, sino como una brisa fresca, leve pero permanente, que seguramente se irá robusteciendo con el paso de los meses, aunque debamos soportar de vez en cuando algunos chubascos. Por poner algún ejemplo, hace pocos días el Papa León pronunció un discurso ejemplar sobre el sacerdocio, recordando la doctrina más rancia y tradicional: el sacerdotes es para la Misa; le recordó a los políticos que la esquizofrenia maritainena es un error y que no pueden separar su ser católicos de su ser políticos (es decir, contradijo «apaciblemente» a Francisco, para quien un político que apoyara el aborto podía comulgar) y nombró en el dicasterio del Clero a Mons. Varden y a Mons. Fernández. Y todo esto ocurrió en el lapso de una semana.

Ya no se trata, entonces, de pura exterioridad de trapos y de sitios de residencia. Los autoproclamados vaticanistas como Austin Ivereigh o Elizabetta Piqué, que gritaban extasiados que León era la «continuidad absoluta» con Francisco, deben estar decepcionados, por decir lo menos. Y también lo están, y mucho, los obispos argentinos. La designación de Mons. César Fernández, obispo de Jujuy, en el dicasterio del Clero cayó a muchos de ellos como un baldazo de agua fría que los terminó de espabilar; basta ver la escueta y helada nota que publicó la CEA felicitándolo. No los ha tomado por sorpresa y se han venido preparando, al menos el grupo de los bergoglianos de paladar negro. Se sabe que ellos se han juramentado mantenerse fieles a la «iglesia de Francisco» más allá de los cambios que pueda promover el Papa León XIV. «Aunque sea un Papa similar a Benedicto XVI, nosotros permaneceremos fieles a la iglesia de Francisco», desafiaron en una tenida que tuvieron no hace mucho tiempo en Buenos Aires. De allí las demenciales medidas del obispo de Gregorio de Laferrère y del arzobispo de San Juan: son desafíos o pruebas para ver hasta dónde pueden defender la colina francisquista.

Más allá de estas bravuconadas que habrá que ver qué efecto y duración tienen, lo más grave es la eclesiología a la que estos obispos adhieren. Ya no se trata de seguir en la Iglesia de Cristo, sino en la iglesia del caudillo de turno; una suerte de monstruoso ultramontanismo según el cual, cada Papa fundaría una iglesia distinta, y gravemente distinta, a la cual los obispos adherirían según su buen parecer y simpatía.

Algunos podrán pensar que exagero, que en todo caso se trata de expresiones parciales que se han filtrado de conversaciones episcopales que debían permanecer en reserva. Y sin embargo, no es así. Veamos algunos casos que revelan claramente la eclesiología a la que adhiere buena parte de los obispos de la CEA.

Según fue reportado en varias redes sociales, en mayo del año pasado, el P. Ricardo Mauti, profesor de eclesiología en la Facultad de Teología de la Universidad Católica Argentina (seminario de Buenos Aires), enseñaba en sus clases que en la iglesia de Francisco –la iglesia vigente en ese momento– hay lugar para «todos, todos, todos», y escribía en un costado del pizarrón quiénes eran esos todos, además de los clásicos y aburrido católicos: los «diversos» sexualmente, los protestantes, los musulmanes y aún los ateos. Todos son parte de esta nueva iglesia. Y luego, trazando una línea, anotaba quiénes no eran parte de ella: los tradicionalistas y los ultraconservadores, consignando sus nombres propios. Lo primero que llama la atención es que el P. Mauti comenzó siendo un profundo estudioso del cardenal Newman, sobre quien tiene numerosas publicaciones. No se entiende entonces la asombrosa pirueta de su teología porque, si en la iglesia entran todos los todos posibles, ¿cómo se justifica la conversión de Newman, con lo doloroso que fue este paso para él? En fin, un misterio de las evoluciones teológicas que sufren ciertos clérigos afectados por los vientos calenturientos que bajan de Roma y que, a veces, traen una mitra de regalo.

No discutiré aquí la novedosa eclesiología de Mauti, tan distinta de la que enseñaron los grandes Padres y Doctores de la Iglesia, porque yo no soy teólogo aunque como bautizado, poseo ese sensus fidei del que tanto habló Newman, que me dice que se trata de un error gravísimo y que esa enseñanza, y que quien la enseña, no son católicos. Lo que sí quiero señalar es que para este docente, un Papa, sea Francisco o el que sea, pueda fundar una nueva teología y una nueva eclesiología, según sus gustos y berrinches. ¿En qué cabeza (católica) cabe que un pontificado tenga la potestad de cambiar la Tradición, de ignorar o distorsionar la enseñanza de los maestros en la Fe y de proponer una nueva doctrina que pretenden hacer pasar por apostólica… adaptada a los nuevos tiempos? Puedo entender que Goebbels, Mólotov hayan sido los serviles propagandistas de las políticas de Hitler y Stalin, pero ¿puede concebirse que algo similar ocurra en la Iglesia? Dicho de otro modo, ¿cómo puede un pretendido teólogo, con títulos académicos de cabotaje, es verdad, afirmar en una universidad católica que la teología cambia según lo determina el cacique de turno? Es que no se trata solamente de una herejía; se trata de una burrada a la que cuesta dar crédito y que, por supuesto, tenía las patas muy cortas, tal como quedó demostrado el 21 de abril de 2025.

Podrá argüirse que no se trata más que de la disparatada idea de un teólogo obsecuente con el arzobispo y con el Papa de turno. Pues no; es la eclesiología que sostiene buena parte del episcopado argentino. Aquí pueden escuchar la respuesta que daba en el mes de mayo Mons. Raúl Martín, apenas nombrado arzobispo de Paraná. Su eclesiología se sintetiza en «hacer lo que la Iglesia en Roma nos está pidiendo». Es decir, la Iglesia es lo que Roma, en este momento concreto de la historia, decide que sea. La iglesia que propugnan (y a la que pertenecen) Mons. Martín y el P. Mauti, entre otros, es la iglesia del Papa, no la Iglesia de Cristo; una iglesia que sigue al caudillo de turno y no a su Fundador. Esta nueva iglesia no es católica, es decir, universal en el tiempo, porque se ha desprendido de toda la teología y de todas las enseñanzas acumuladas a lo largo de veinte siglos, y ha sido renovada (para siempre o hasta el advenimiento del próximo Papa, no lo sabemos), por Francisco. Veremos el tratamiento que hace Mons. Martín de lo que ahora «Roma nos está pidiendo», que va siendo cada vez más distinto de lo que nos pedía hace algunos meses, lo que será confirmado por buenas noticias que se conocerán dentro de poco.

El caso de Mons. Martín no es el único.

El 24 de mayo pasado, tuvo lugar en la arquidiócesis de Mercedes - Luján una asamblea eclesial, de la que participaron más de cien personas. Allí, el arzobispo Jorge Scheinig, uno de los bergoglianos más rancios, dijo con tono futbolero: «Si esta no es la iglesia ¿la iglesia dónde está? Tendría que venir el Papa y ver que acá está la iglesia… y que vamos a continuar haciendo lo que ya venimos haciendo, aunque el nuevo Papa marque otra cosa… acá está la iglesia». Notemos que habían pasado apenas dos semanas desde que el Papa León asumiera la cátedra petrina, y él ya planteaba el desafío: «Aunque usted nos marque otra cosa, nosotros seguiremos como venimos siendo con el Papa Francisco». Esto es en el fondo lo que dijo, a viva voz y frente a un importante grupo de fieles. Éstos, que conservan el sensus fidei, se quedaron de una pieza al escuchar el exabrupto episcopal y se produjo un palpable silencio; Scheinig se dio cuenta que se había ido de boca y que hay cosas que se dicen en privado y a oídos discretos. Fue así que, al terminar, la asamblea, en sus palabras de cierre aclaró: «Lo que dije antes del Papa… hay que ver qué sucede, qué hace, está recién empezando… Y si hace otra cosa, no quiero estar fuera de la comunión con Roma». Tarde se acordó de mostrar su adherencia a la sede romana; los fieles ya habían tomado nota y las expresiones episcopales se comentaron con asombro y aún con escándalo en todas las parroquias de la arquidiócesis.

No puede exigírsele a Mons. Scheinig lo que se espera del P. Mauti. El prelado de Luján es un técnico mecánico de Carapachay que alcanzó una licenciatura en teología pastoral, es decir, zaraza con reconocimiento académico, y nada más; el típico obispo de la época, elegido por su tufo a oveja y su adhesión al líder. Pero aunque no podamos esperar doctrina, bien podría esperarse al menos sensatez, sentido común católico. La Iglesia está efectivamente en su diócesis, como está en todas las diócesis del mundo, y como estaba en el siglo XIX, o cuando Luján no era más que una posta en medio de la pampa virreinal, o como estaba en Cartago en el siglo III o en París en el siglo XIII. La Iglesia es la misma, y sostiene la misma fe enseñada por los apóstoles a lo largo de veinte siglos. Y no cambia de acuerdo al humor de cada Papa o de cada concilio. La Iglesia es una –es el espacio y en el tiempo– en Cristo: In illo Uno, unum.

La situación del episcopado argentino es gravísima, y no solamente por la catástrofe y destrucción que han producido en sus diócesis hipotecando el futuro a largo plazo, sino porque muchos de ellos sostienen una eclesiología, y una teología, completamente distinta a la que enseña la Iglesia. Sería importante que el nuncio apostólico en Argentina informe al Papa León XIV de esta lastimosa situación. Él, asistido por el Espíritu Santo, podrá encontrar quizás una solución.

 

Publicado originalmente en Wanderer



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