
Por amor a la Patria, y a quienes nos precedieron forjando nuestro espíritu; festejemos la cultura criolla, católica e hispanoamericana, surgida de la comunión de regios católicos y aborígenes devotos.
Por amor a la Verdad, ¡Feliz Día de la Raza!
¡Qué Dios nos ayude a “pensar la patria”!
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“[…] debíais celebrarlo con una “mirada de gratitud a Dios, por la vocación cristiana y católica de América Latina, y a cuantos fueron instrumentos vivos y activos de la evangelización. Mirada de fidelidad a vuestro pasado de fe. Mirada hacia los desafíos del presente y a los esfuerzos que se realizan. Mirada hacia el futuro, para ver cómo consolidar la obra iniciada”. Obra que debía ser “una evangelización nueva: nueva en su ardor, en sus métodos, en su expresión.”
San Juan Pablo II, 09-03-1983
“Hace […] 500 años se iniciaba en estas tierras la obra que Cristo confió a su Iglesia: la evangelización de todas las gentes. […] Me alegra, […] en esta fecha que recuerda el encuentro entre dos mundos, entre el continente europeo y americano.”
San Juan Pablo II, 12-10-1984
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A continuación, un Resumen (disculpas por la falta de espacio y los errores involuntarios) y Extracto de Argentina Histórica - Período Hispánico
” Encuentro de dos mundos- España primera potencia-
Aspectos llamativos de las culturas aborígenes y
Las culturas prehispánicas en sus facetas negativas”
Héctor B. Petrocelli
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Encuentro de dos mundos
Los historiadores calculan que, cuando se descubrió el nuevo mundo, la cultura del Imperio Español superaba en 3.500 o 4.000 años a las culturas Precolombinas. Las culturas inferiores equivalían a las euroasiáticas del 4.000 AC y las superiores a las del 2.000 AC.
De igual forma, casi todos ellos coinciden en que, de no haberse producido la conquista, muy difícilmente estas culturas aborígenes hubieran evolucionado en forma y tiempo similares. Nunca hubieran llegado a los mismos niveles. Dada la barbarie que regía las organizaciones políticas, sociales y religiosas, y dado lo limitado de los principios morales, las leyendas religiosas y el “fatalismo cosmogónico” que las soportaban, jamás progresarían de forma similar.
Gracias a Dios, el descubrimiento fue realizado por la nación que fue superpotencia en el siglo XVI, la más desarrollada en lo político, económico, militar y también en lo intelectual, espiritual y artístico.
España primera potencia
Tribus Ibéricas que progresaron bajo las conquistas de Celtas, Roma y los Visigodos y resistieron 700 años al islam, se constituyeron, en frase de Menéndez y Pelayo, “en un pueblo de teólogos y soldados”, que se ordenó según el principio “Rey eres si respetas el Derecho, y si no, no lo eres” formulado por Isidoro de Sevilla.
La Fe y en la milicia caballeresca fue preparando a la Madre Patria para su destino de grandeza en un medioevo pleno de expresiones de santidad y bizarría que darían sus óptimos frutos en otros órdenes.
En lo político, se profundizó la herencia conceptual de San Isidoro: los reinos españoles fueron Estados de derecho con reyes que sabían que su oficio debía enderezarse al logro del bien común, y donde la participación popular tuvo cauce en las Cortes y en los concejos o cabildos.
En lo jurídico, esa concepción del reino como Estado de Derecho permite Incluso abrir senda al aporte popular en la conformación de la costumbre como fuente del Derecho y prepara él ambiente para el florecimiento de monumentos Jurídicos como el Código de las Siete Partidas de Alfonso El Sabio, de perdurable vigencia en el encuadramiento legal de la vida española y americana, que facultan calificar a la Madre Patria como hija dilecta de Roma en este campo.
En lo social, se advierte en la España del medioevo una más rápida liberación del hombre que en el resto de Europa y una mayor movilidad entre los sectores. La servidumbre, que suavizó la situación de la esclavitud heredada del mundo precristiano, va desapareciendo en España más aceleradamente que en el resto del continente y dando paso al campesinado libre.
En el campo cultural propiamente dicho, aparecen en esta etapa los distintos Idiomas ibéricos, uno de los cuales, el castellano, se transformaría en lengua nacional, instrumento del anónimo Cid Campeador, con el que se expresaron luminarias como Gonzalo de Berceo, el Arcipreste de Hita y el Infante Juan Manuel, entre otros, cuyas producciones son como un anuncio del Siglo de Oro Inmortal de la lengua de Cervantes. Catedrales, palacios y mezquitas, bajo el Influjo de los estilos románico, gótico y mudéjar, son aún testigos de un florecimiento artístico impresionante, mientras la pasión por la sabiduría, a partir del siglo XIII, iría sembrando de universidades el suelo Ibérico, donde se formarían expresiones destacadas del pensamiento y de la ciencia; todo, en un clima de libertad notable para la época, con centros como Toledo, donde supieron convivir sabios cristianos, hebreos y musulmanes.
Y en lo económico, el concepto de persona humana aceptado, que exige subordinación de lo material a lo espiritual, va logrando que el trabajo no sea considerado una mera mercancía más sujeta a la ley de la oferta y la demanda; así nació en las ciudades el principio del justo salario, que la original institución de los gremios, novedad medioeval, defenderá. También, los municipios y los gremios saldrán en defensa del consumidor, con lo que se abrió paso la noción del Justo precio. Economía de producción, y no de especulación, que abomina de la usura, a la que considera delito grave; economía de signo humano, que iría modificando el propio concepto romano, quiritario, de la propiedad, poniéndole primitivo fundamento a la idea de función social de la misma, que se agregaba a la tradicional función individual: esquema conceptual sobre el que trabajaría la escolástica.
Y completando este cuadro panorámico de los valores que el medioevo español desarrollaría, en el ámbito asistencial no pueden dejar de mencionarse, por un lado, las cofradías, verdaderas expresiones de solidaridad, especie de sociedades de socorros mutuos de aquellos tiempos, auxilio del hombre en sus múltiples requerimientos de índole corporal y espiritual; y, por otra, los monasterios, que desempeñaron simultáneamente funciones hospitalarias, de asilo, escolares, de biblioteca obligada, de albergue para el viajero; y no pocas veces de taller, granja, academia, leprosario.
Para evaluar objetivamente, con rigor científico-histórico, las circunstancias verdaderas de las distintas culturas encontradas por los españoles en Indias, se maneja una documentación suficiente y estudios serios y desapasionados, aunque es evidente que mucho les queda por hacer a la investigación y a la crítica. Lo primero que se observa es que los estados culturales eran sumamente variados. Las culturas andinas, maya, azteca y chibcha, que se hallaban ya en los comienzos de la edad de los metales, nos sorprenden con algunas de sus expresiones avanzadas. El resto de las comunidades precolombinas, esto es, amazónidos, plánidos y fuéguidos, con diversos matices de mayor o menor desarrollo, estaban en una situación de retraso cultural, en algunos casos considerable, quemando etapas del neolítico y aun del paleolítico. Recalcamos, pues, que en América los españoles no encontraron una cultura, sino una variadísima gama de situaciones culturales. (9)
Aspectos llamativos de las culturas aborígenes
Los incas fueron los únicos con poder centralizado similar a un estado, mayas y aztecas sólo llegaron a organizarse en ciudades y el resto solo era tribus más o menos aisladas, llegando al extremo descrito por P. Alonzo Sánchez: “Cada uno es señor de sí mismo y vive como le da la gana, sin reconocer en otro ningún legítimo derecho para que le mande cosa alguna... Es verdad que tienen sus caciques, y ordinariamente es el más valiente o el mejor hablador de cada nación: pero sacando de hacer guerra a sus vecinos o a los españoles, es título desnudo de toda autoridad para mandar... A los mismos términos está reducida la potestad y mando de los padres para con sus hijos”.(10)
Los mayas en monógamos, aztecas, chibchas e incas polígamos y cuanta más riqueza y poder más esposas, las mujeres eran consideradas inferiores. De la sodomía, el incesto y otras anomalías vinculadas con el sexo se darán referencias en este trabajo.
Las indias precolombinas en general no poseían escritura y por tanto no existían registros históricos, las excepciones eran los glifos mayas, un sistema pictórico de los aztecas, diversos sistemas de cuentas y cuerdas con nudos y colores y tamaños diferentes como el de los incas, y no mucho más. (12)
En matemáticas, los mayas tenían un sistema vigesimal que representaban con jeroglíficos, aztecas y chibchas la aritmética es más elemental: contaban con manos y pies; para los incas la numeración era decimal. Pero, para todos, las operaciones sumatorias eran de alcance reducido.
Sin embargo, asombran los conocimientos astronómicos de los mayas, logrados desde sus observatorios: además de establecer la redondez de la tierra, la altura polar y el lugar del horizonte donde se podía poner el sol tal día, detectaron las causas de los eclipses. Habían fijado la duración del año, y merced a ello confeccionaron un calendarlo de 360 días, divididos en 18 meses de 20 días cada uno, a los que se agregaban 5 días más, que eran considerados aciagos; en vez de agregar un día cada cuatro años, adicionaban 13 días cada 52 años. Poseían también un calendario sagrado y otro lunar. Los aztecas tenían conocimientos semejantes a éstos, poseían aparatos para aumentar el poder de la vista y manejaban el cuadrante solar o reloj de sol.
La medicina fue, en general, oficio de los hechiceros, aunque el conocimiento de las facultades terapéuticas de las hierbas fue utilizado; debe apuntarse que los incas practicaban trepanaciones. El arte del embalsamamiento de cadáveres humanos fue practicado por chibchas y quichuas, por ejemplo.
Quizás lo que más impresiona en las culturas aborígenes son sus realizaciones en materia de arquitectura. Los mayas sobresalieron en el conjunto, y Ballesteros afirma que fueron “Incluso superiores a los egipcios en algunos extremos técnicos”.(13) […] Las pirámides aztecas impresionan asimismo al estudioso, aunque no como las mayas. Los incas, por su parte, construyeron vastos poblados con adobe o con piedra, largas cercas de piedra llamadas pircas, pucarás o fortalezas, hechos con piedra de proporciones grandiosas, templos y palacios amplios. Pero las obras más admirables que hicieron fueron las osadas rutas que abrieron a lo largo y lo ancho de su accidentada geografía, con confluencia en Cuzco. Probaron así el carácter unificador del Imperio. Algunas de estas calzadas tuvieron más de diez metros de ancho; otras aparecen empedradas o arboladas. Los puentes colgantes de los incas, construidos con elementos vegetales sobre ríos caudalosos y montañas de apariencia inaccesible, son de una audacia sorprendente. Sus correos, o chasquis, portadores de mensajes y alimentos, se movieron por este aparato circulatorio a lo largo del cual se construyeron alternativamente unas especies de posadas llamadas tambos.
La yuxtaposición perfecta de las piedras en los muros construidos por los incas es otra de las novedades llamativas de sus realizaciones arquitectónicas, como así también las construcciones exigidas por una agricultura difícil: represas, embalses, extracción del agua subterránea, acequias.
En una palabra, las culturas precolombinas más evolucionadas no conocieron el arco, la columna y la bóveda, pero su arquitectura presenta aspectos de avanzada.
En cuanto a la agricultura, los quichuas nos sorprenden con sus cultivos en terrazas, la utilización de abonos animales como el guano, el descanso periódico de la tierra, la irrigación por medio de acequias, la habilitación de terrenos artificiales, etc. En el actual territorio argentino, los indios de la quebrada de Humahuaca-osas, paypayas, ocloyas, etc.- cultivaban en terrazas; éstos y los diaguitas irrigaron con acequias. Los aztecas contaron con una buena red de canales y dejaban recomponerse a la tierra, además de admiramos con sus pinturas catastrales de los lotes que luego fueron utilizadas por los españoles. Los omaguacas del norte hoy argentino, ademes de cultivar en terrazas, guardaban el producto de sus cosechas en silos subterráneos. (17)
Según algunos cronistas, los chibchas superaron la etapa del trueque utilizando una suerte de monedas de oro constituidas por tejos de ese metal. Apelaron asimismo a la sal como moneda en su comercio con mayas, quichuas y tribus de los alrededores. Los aztecas usaron canutitos llenos de granos de cacao y plumas de aves colmadas de oro en polvo. Pero en América prehispánica predominó el comercio de mero trueque.
Creemos con estos gruesos trazos haber puesto en contacto al lector con aspectos positivos, inclusive admirables, de las culturas aborígenes, lo que ha llevado a muchos analistas a sobrevalorar esas manifestaciones no solamente en relación con lo que eran al arribar los españoles, sino también por lo que habrían podido llegar a ser de no haber sido desbaratadas en tal oportunidad. Con todo, para brindar una vista completa que nos ayude a elaborar nuestros propios juicios de valor, es menester detectar y observar aspectos de esas culturas no tan favorables y laudables.
Las culturas prehispánicas en sus facetas negativas
En la América precolombina no existía el hierro, no se había descubierto la rueda, y no se utilizaban animales de tiro. Para las construcciones o transportes se utilizaba “el lomo del indio”.
No existía la escritura y se desconocían: la pólvora, el arado, las tijeras, el hacha y las herramientas de hierro, las pesas y medidas, la brújula y otros instrumentos náuticos.
“Pero la distancia más considerable entre ambos mundos culturales estaba en el plano espiritual”.
Aquí reinaba el “animismo” o “espiritismo” y se endiosaba a los objetos y las fuerzas de la naturaleza. Había espíritus buenos y malos, y la religiosidad se resumía a la magia del hechicero para agradar a los buenos y calmar a los malos. (18) (19) (20)
El holocausto de seres humanos como víctimas ofrecidas para apaciguar a los dioses fue puesto en práctica por aztecas, mayas, muiscas y quichuas; especialmente en las tres primeras culturas, y menos acentuado en la última.
Lehmann escribe: “El Sol siente hambre y sed; sólo lo alimenta la carne de los enemigos, sólo se refresca con la sangre de los enemigos; para saciarlo es necesario ofrendarle regularmente víctimas propiciatorias, elegidas entre los prisioneros. Queda explicado así por qué la historia de los aztecas consiste en una larga enumeración de contiendas: les era Imperioso renovar continuamente su provisión de cautivos”. […] Jean Dumont ha expresado últimamente: “Es Jacobo Soustelle mismo, historiador tan aztequista, quien lo señala en la revista Evasiones mejicanas, 1980: los aztecas estaban moral y físicamente al extremo de sus límites en sus sacrificios humanos masivos (25.000 jóvenes sacrificados para la sola inauguración del gran templo de Méjico). “Cabe preguntarse, escribe Soustelle, a qué les habría esto llevado si los españoles no hubieran llegado (...). La hecatombe era tal (...) que hubieran tenido que cesar el holocausto para no desaparecer”. Y es sabido que a la llegada de Cortés la civilización-religión maya, en el oriente mejicano, estaba casi enteramente muerta por ella misma.(22) Todo el mundo indio sabía que un cambio religioso se imponía”. Asimismo, se decapitaban mujeres mientras danzaban, se ahogaban niños, se quemaban seres humanos anestesiados previamente o se los asaeteaba; en oportunidades se les quitaba a los sacrificados el pellejo que vestían luego los sacerdotes.(23) Entre los chibchas se ofrecían preferentemente niños, a los que se criaba hasta los quince años en el templo del Sol, para ser finalmente muertos a flechazos atados a una columna.(24)
La antropofagia estaba vinculada también con el culto religioso; por razones rituales la practicaban iroqueses, aztecas, chiriguanos, guaraníes. De estos últimos ha escrito Canals Frau: “la antropofagia Iba sólo dirigida a los prisioneros de guerra, y aun así el acto tenía carácter ritual. A los prisioneros que no se mataba en el momento se les trataba bien; se les daba mujer y mucha comida, para que se pusieran bien de carnes. El sacrificio mismo se efectuaba en acto público, frente a una gran multitud, y uno de los guerreros era designado para ejecutar al prisionero con una macana. Después de muerto, se despedazaba el cuerpo y se repartían los trozos; todo el mundo debía tocar y probar la carne. Y dice el P. Lozano que, cuando ella no alcanzaba por ser varios millares los concurrentes, entonces se hacía hervir un buen pedazo y se repartía el caldo: hasta las madres daban un sorbo a sus hijos... La costumbre de la antropofagia desapareció pronto con la sola presencia del español”.(25) A veces, la falta de alimentos los llevaba a tal enormidad, como en los casos de hurones, botocudos, araucanos, etc. Los mohawks, en cambio, gustaban de la carne humana.(26)
No existía ninguna noción acerca de la persona humana, fueron los misioneros quienes trajeron el respeto a los derechos humanos.
Por ello, el mundo precolombino, desde el punto de vista político, ofrece un panorama de generalizado y cerrado autoritarismo, […] Del mundo quichua ha escrito Morales Padrón conceptos aplicables a todas las civilizaciones precolombinas: “El sistema político administrativo incaico se reducía, como ya ha quedado señalado, a la existencia de un gobierno autocrático que regía en provecho de una minoría. La autoridad de la casta dominante descansaba en la religión, bajo la cual yacía el pueblo sometido a la ignorancia y a continuo trabajo. Se castigaba la ociosidad, madre de todos los vicios... Todo conducía a una felicidad negativa: la reglamentación de la vida, la idéntica comida y traje, la centralización a través del clan y el ayllu, el colectivismo agrario... No había personalidad, ni concepto de propiedad individual, ni sentimiento de patria. No había progreso y sí despreocupación e ignorancia por parte del individuo, que tenía sobre sí al Estado para reglamentarlo todo. El individuo era una pieza de una máquina”.(28) El inca fue incluso divinizado considerándoselo hijo del Sol. Se llegó hasta el reparto de tierras y mujeres entre los indios por un funcionario especial llamado tocricoc.(29) Ni en el totalitarismo soviético se ha llegado al reparto de mujeres por medio del Estado...
El sometimiento de los pueblos débiles y pacíficos bajo la férula de los más poderosos y belicosos es también un fenómeno habitual en la América prehispánica. Los imperios precolombinos siempre estuvieron asentados en la conquista, generalmente guerrera, de pueblos vecinos que se convirtieron en tributarlos. El azteca se edificó sobre los restos de las comunidades tolteca, chichimeca y tecpaneca. Si no dominaron a tarascos, mixtecos y zapotecos, fue porque éstos resistieron armas en mano. Los tlaxcaltecas, sus tributarlos, se aliaron a Cortés, que fue liberador de esta parcialidad. Soustelle afirma: “No hay duda de que puede interpretarse la historia de Tenochtitlán desde 1325 a 1519, sin incurrir en inexactitud, como la de un Estado imperialista que persigue sin tregua su expansión por medio de la conquista”.
[…] A su vez, el imperio inca se erigió sobre la base del sometimiento de los aymarás, yuncas y otros grupos. Sus conquistas fueron sangrientas e impusieron hasta su idioma a los subyugados.
Y si queremos ejemplificar con grupos menores, allí estaban los carios paraguayos, asolados por tapes y agaces; los omaguacas, sometidos a los ocloyas; los tonocotés, acometidos por los lules; los pampas y otras de nuestras parcialidades, subyugados por los araucanos chilenos, que, con Calfucurá, edificaron un verdadero imperio; en el Caribe, los siboneyes, habitantes de las Lucayas y Antillas mayores, debieron soportar a los feroces caribes, y éstos a su vez a los incas; en Ecuador, los quitos sometieron a los caras, pero a su vez los primeros bajaron la cerviz ante los incas; y así sucesivamente...
Debemos comenzar diciendo que la esclavitud de un sector de la población es una realidad permanente y común a todas las culturas autóctonas prehispánicas.
Las diferencias son irritantes. Entre los chibchas, la saliva del Zipa era sagrada: se la recogía respetuosamente; y nadie podía osar mirarlo a la cara. Al Inca solamente se le podía acercar descalzo y portando una carga de leña; estaba prohibido mirarlo de frente y solamente utilizaba utensilios de oro y plata. La Coya, esposa del Inca, no podía ser mirada, y se cuidaba que sus pies no tocaran el suelo, al cual efecto, constantemente, se le tendían alfombras. En este imperio, sólo usaban tejidos de llama o alpaca los nobles; y estaba permitido dentro de este estrato social el incesto entre hermanos, o con los padres, para evitar la cruza con miembros plebeyos y mantener así cerrada la casta. Existía asimismo un idioma especial, secreto, en clave, usado exclusivamente por el Inca y sus allegados.
Mientras el emperador azteca podía discernir entre trescientos platos diariamente, la dieta popular era monótona y harto frugal; y en tanto la nobleza usaba calzado, plebeyos y esclavos iban descalzos. En el calpulli azteca y en el ayllu incásico, el cultivo de la tierra era obligatorio. Como la sociedad azteca era guerrera, siendo en determinados momentos imposible dedicarse a la lucha y al cultivo simultáneamente, era necesario esclavizar a los derrotados para forzarlos a realizar esas tareas agrícolas;(35) y ya se ha dicho que, no habiendo animales de carga, hubo que apelarse a esos esclavos para el transporte a lomo de indio. Esta forma de transporte también se generalizó en Perú a pesar de la existencia de la llama.
Como ocurrió en la etapa del paganismo pre-cristiano, en muchas de las culturas aborígenes la mujer se hallaba en una situación de inferioridad. Esto es notorio entre los mayas, donde hombres y mujeres comían separados, y si llegaban a cruzarse en su andar la mujer debía apartarse bajando la vista. Los aztecas podían arrojar de sus hogares a las mujeres de mal temperamento, haraganas o estériles; aunque las mujeres maltratadas, o no debidamente mantenidas, podían separarse de sus maridos. La mujer viuda solamente podía casarse con el hermano del difunto. Había prostitución, y dice Lehmann que frecuentemente los plebeyos cedían a los nobles sus hijas como concubinas. (38)
La poligamia era posible en la medida de la fortuna del varón. Entre los quichuas, el Inca, cuya esposa, diremos oficial, debía ser su hermana, podía tomar otras mujeres, así como disponer como mejor le pareciera de las vírgenes consagradas al Sol, que vivían en una especie de monasterio;(39) también los nobles podían practicar la poligamia, vedada a los plebeyos. Los muiscas admitían la poligamia y había nobles que poseían un centenar de mujeres. (40)
Entre los mapuches, a la muerte del hombre, la mujer pasaba al hijo mayor o pariente más cercano. Mientras el hombre se entregaba a la ociosidad, la guerra o el alcohol, la mujer era la que trabajaba todo el tiempo, incluso en el laboreo de la tierra. Ballesteros admite que la horticultura estuvo en América precolombina en manos de la mujer, a menos que los cultivos fueran intensivos. (41) Era costumbre de los chibchas que el tributo al cacique se pagara con mujeres, que, esclavizadas, tenían hijos con aquél; esos niños se convertían en manjar de su padre en actos de canibalismo repugnante. (42)
En muchas tribus habitantes del actual territorio argentino, la mujer que Iba a contraer nupcias era comprada; así, entre los patagones, puelches o pampas, abipones, pehuenches y mapuches. […] Y gozar sexualmente de la novia por caciques e invitados, antes que el propio marido, en las ceremonias matrimoniales, era costumbre de los charrúas. Entre los huarpes y cácanos era común el sororato, esto es, el derecho del esposo, al casarse, de unirse también con todas las hermanas menores de su mujer.
Los mismos huarpes condenaban a muerte, pena que se cumplía inexorablemente, a las mujeres que osaban mirarlos cuando ellos se hallaban entregados a sus prolongadas borracheras. […] Los capayanes poseían la costumbre por la cual el hermano, hijo o pariente heredaba la mujer que fue de su hermano, padre o deudo fallecido, pudiendo hacer vida marital con ella, sin perjuicio de seguirla haciendo con su propia esposa.(43)
Mansilla expresa acerca de la triste suerte de las mujeres casadas entre los ranqueles: “La mujer casada depende de su marido para todo. Nada puede hacer sin permiso de éste. Tiene sobre ella derecho de vida o muerte. Por una simple sospecha, por haberla visto hablando con otro hombre, puede matarla. ¡Así son de desgraciadas! Y tanto más que, quieran o no, tienen que casarse con quien las pueda comprar”. (44) No era mejor el destino de las ancianas: “Gualicho (espíritu maligno) es muy enemigo de las viejas, sobre todo de las viejas feas: se les introduce quien sabe por donde y en donde y las maleficia. ¡Ay de aquella que está engualichada! La matan. Es la manera de conjurar el espíritu maligno. Las pobres viejas sufren extraordinariamente por esta causa. Cuando no están sentenciadas andan por sentenciarlas. Basta que en el toldo donde vive una suceda algo, que se enferme un indio, o se muera un caballo; la vieja tiene la culpa, le ha hecho daño. Gualicho no se irá de la casa hasta que la infeliz muera. Estos sacrificios no se hacen públicamente, ni con ceremonias. El indio que tiene dominio sobre la vieja la inmola a la sordina”. (45)
También, como en la era pre-cristiana, se puede decir que el modo normal de relaciones entre las distintas tribus o grupos más evolucionados era la guerra; “La guerra es un modo constante de vida con los vecinos, ya sea para adquirir lo que ellos poseen (razón económica), o por motivos de venganza tribal, o simplemente para la adquisición de prisioneros y trofeos (cazadores de cabezas sudamericanos y escalpeladores norteamericanos)”. (46)
Menéndez Pidal transcribe conceptos del famoso misionero Fray Toriblo de Benavente, conocido en Méjico como Motollnia, referente a los aztecas: “Pero la mayor impresión que nos deja es sobre la crueldad sin ejemplo en otros pueblos, desplegada en los muy abundantes sacrificios de los prisioneros de guerra; multitud de prisioneros medio quemados o aspados y asaeteados antes de sacarles el corazón vivo; enemigos principales desollados para que con su sangriento cuero se revistiese Moctezuma u otro gran señor, o para comer sus carnes y usar sus canillas como trompetas; ídolos cubiertos de una espesa costra de sangre de las víctimas, feos, sucios y hediondos; fiestas de embriaguez en las que los devotos consumían increíble cantidad de bebidas, unas letárgicas, otras enfurecedoras, sanguinarias y suicidas”. (47)
Luis Alberto Sánchez destaca que, al llegar los españoles, el mundo americano era un conjunto de campos de batalla: aztecas enfrentados a toltecas en Méjico; en Colombia, el odio del Zipa y el Zaque; en Perú, la guerra civil entre Huáscar y Atahualpa; y en otros lugares, caribes contra siboneyes, panches contra caribes, mayas contra aztecas y caribes, diaguitas contra incas, mapuches contra incas, charrúas contra pampas, arahuacos contra incas y calchaquíes, etc. Esas luchas adquirieron ribetes de un salvajismo extremo: los vencidos eran muertos o esclavizados. En el primer caso, ciertas parcialidades, como los caribes, los guaycurúes y los jíbaros, cortaban sus cabezas y las exhibían como trofeos de guerra; los últimos, luego de reducir sus dimensiones al tamaño de una pelota. Los incas, pueblo que con el lenguaje actual hubiésemos tildado de imperialista, pues dilató sus fronteras a fuerza de hostilidades expansivas y crueles sufridas por sus vecinos, construían tambores con la piel de los vencidos y quenas con sus huesos, al son de los cuales los avasallaban. Mientras, los guerreros chibchas se inferían perforaciones en nariz, labios y orejas, utilizadas para colgar objetos alusivos al número de enemigos que habían inmolado. Ya se sabe que los malones de borogas, pampas, ranqueles, etc., en nuestras pampas. Incendiaban pueblos, mataban a todos los varones y se llevaban a las mujeres, como cautivas, las que debían prestar toda suerte de servicios en la toldería, aun los más degradantes.
Es menester que sigamos ejemplificando respecto de costumbres que nos pongan de cara con las realidades de atraso, y salvajismo de los primitivos habitantes de América.
Salvo en las culturas donde el trabajo era forzoso, caso de los aztecas y de los quichuas, el cuadro de desidia, indolencia, imprevisión y, a veces, hasta de holgazanería, era común a las diversas parcialidades, con excepciones que no hacen sino confirmar la regla. Entre los mocobíes, hacer estrictamente lo que a uno le venía en gana, era lo normal. […] Entre los habitantes de nuestras pampas, querandíes, pampas, puelches, etc., trabajar era cosa de esclavos. Sierra acota: “Zonas hubo, como la que integra la actual Argentina, en las que sus naturales, de vida selvática y nómada, resistieron por temperamento, por hábito y hasta por depauperación fisiológica, todo esfuerzo metodizado”.(50)
La imprevisión era asimismo patente: se vivía al día, sin norma alguna de ahorro, en muchas parcialidades. Sierra recuerda que, cuando los jesuitas entregaron bueyes a los guaraníes para sus trabajos agrícolas (téngase presente que él buey de aquella época equivalía a un tractor actual), hubo que hacer esfuerzos denodados para que no se los comieran. (51) Otro tanto pasaba con la ración de yerba que debía ser entregada en períodos cortos, para evitar el dispendio.
La desidia era también un factor de estancamiento, aunque quizás pocas como la de los indios pastos, habitantes del sur de Colombia, sometidos a los incas, que eran obligados por éstos a pagar el tributo en piojos para que no se dejasen morir comidos por ellos....(52) Del indio peruano expresaba Juan de Matienzo: “Conteníanse con lo que han menester para una semana; son enemigos del trabajo, amigos de la ociosidad y de beber y emborracharse e idolatrar”.(53) Y el padre Eder escribió; “Su natural desidia es increíble, y ni el hambre, ni la suma necesidad de la mujer y de los hijos, ni el más grande peligro de la vida se la hará sacudir, y sólo se considera bienaventurado y dichoso cuando puede pasarse el día tumbado y holgazaneando, aunque le falten las cosas más indispensables para alimentarse. […]
La ebriedad fue un azote en casi todos los grupos aborígenes, causa de degeneración moral y factor de mortalidad de primer orden. Vicio que superaron los guaraníes, por ejemplo, por obra de los padres jesuitas. Algunas parcialidades produjeron notas desgarradoras al respecto. Los vilelas, en nuestro Norte, hombres y mujeres, acostumbraban emborracharse durante tres días con sus noches, mientras los hijos pequeños, abandonados durante esas jornadas, padecían gran hambruna. (55) De los mocobíes, el padre Canelas escribió que “pudiera contarse entre sus ocupaciones, por una de las más precisas, la borrachera”. (56) Cosa parecida puede decirse de los tonocotés y de casi todos los naturales de Indias, como dice Sierra. (57)
Gálvez ha escrito estos párrafos significativos al referirse a los toldos de los aborígenes de las pampas: “Eran sucios y malolientes los toldos. En cada uno vivían diez o doce indios: toda la familia. También dormía algún perro. Aparte del olor a potro del indio, que es fuertísimo, agregúese que no se lavaban, excepto en verano, época en que se bañaban en los ríos y arroyos, y que seguramente, los niños, por lo menos, no salían del toldo para hacer ciertas cosas. Además, dentro de los toldos, sobre todo al regreso de un malón, se emborrachaban y luego echaban fuera lo que habían comido. Las cautivas barrían el suelo y limpiaban algo. Pero no solían ser muchos más prolijas que las mujeres pampas, porque la realidad espantosa, más fuerte que su voluntad, les había hecho olvidar a esas infelices la vida civilizada”. (58)
Pero específicamente del vicio de la ebriedad, Lucio V. Mansilla nos ha dejado, respecto de los ranqueles, un testimonio valioso pues relata hechos que él presenció: “Se acabó la comida y empezó el turno de la bebida. Pero ellos no beben comiendo. Beber es un acto aparte. Nada hay para ellos más agradable. Por beber posponen todo... Mientras tienen qué beber, beben; beben una hora, un día, dos días, dos meses. Son capaces de pasárselo bebiendo hasta reventar...
No nos sobrecoge solamente la ingestión de carne humana que practicaban tantas agrupaciones, sino también otras costumbres alimenticias. Los mocobíes comían las langostas voladoras asadas o cocidas; los pampas las tostaban y molían para hacer con el polvo una especie de pan. Los querandíes apagaban su sed con sangre de venados. Los californios ambulaban comiendo hojas, escarabajos, huesos, lo que hallaran a mano. Los jíbaros ingerían tierra, y en la zona caribeña muchos naturales se alimentaban con piojos, arañas y gusanos. Entre nosotros, los pámpidos “comían principalmente carne de yegua. Les gustaba medio cruda. Cuando mataban una yegua y le abrían las entrañas, los que estaban cerca se precipitaban para beber la sangre”. (61) Por su parte, los chibchas no cortaban un árbol y se abstenían de tomar agua en los bosques consagrados.
La sodomía era generalizada en algunos pueblos. Fray Tomes Ortiz, conocedor de la región de Cumaná, escribió: “Los hombres de Tierra Firme de Indias comen carne humana y son sodomíticos más que generación alguna; ninguna justicia hay entre ellos, andan desnudos, no tienen amor ni vergüenza, son como asnos, abobados, alocados, insensatos, no tienen en nada matarse ni matar”. (62) A su vez, los esmeraldas o atacamos fueron despreciados por los incas por ser sodomitas, con lo que se salvaron de su dominación. El incesto, la poligamia, la desnudez total, el levirato, esto es, la costumbre que obliga al hermano del que murió sin hijos a casarse con la viuda, el sororato, fueron comunes en numerosas parcialidades.
Otras costumbres bárbaras impresionan al estudioso. El padre Florián Paucke, misionero entre los mocobíes chaqueños, escribió que “cuando la mujer del indio ha dado a luz y el padre no puede detenerse en el lugar del alumbramiento, bien sea por carencia de alimentos o por un próximo largo viaje, ordena a su mujer matar el niño, orden que ella observa puntualmente”. (63)
Citas:
1. “Los dos grandes imperios de Méjico y Perú se hallaban, durante el siglo XVI, en los comienzos de una edad prehistórica eneolítica, pues conocían el cobre, pero aún no hacían con él armas ni instrumentos, usando sólo los de piedra y los de palo tostado” (Menéndez Pidal, Ramón, El padre Las Casas. Su doble personalidad, Madrid, 1963, pág. 237). Este autor asevera que la Europa mediterránea, ya dos mil años antes de Cristo, había superado el estado de incas y aztecas a la llegada de los españoles (pág. 237).
2. Vasconcellos, José, Breve historia de Méjico (Méjico. 1944) cit. por Ballesteros Gaibrois, Manuel. Historia de América (Madrid. 1954). pág. 132.
3. Ballesteros Gaibrois, Manuel, op. cit., pág. 133.
4. Morales Padrón. F., Manual de Historia Universal, t. V, Historia general de América (Madrid,1962), pág. 301.
5. Terrero, José, Historia de España (Barcelona, 1977), pág. 187.
6. Ubieto, Antonio y otros. Introducción a la Historia de España Barcelona. 1963), pág.
309.
7. “Con Carlos V, España se convierte en la primera potencia de Europa. En los primeros años de su reinado hay actividad intelectual variada y libre; con gran interés en los problemas religiosos (es la época de las cálidas discusiones que suscita Erasmo), políticos (es la época en que Francisco de Vitoria y sus discípulos sientan principios fundamentales de derecho, entre ellos el de autodeterminación de las naciones), filosóficos (es la época de Luis Vives), científicos (la curiosidad se dirige especialmente hacia las matemáticas, la física y la biología), lingüísticos (Antonio de Nebrija había publicado en 1492 su gramática castellana, la primera gramática de idioma moderno escrita en Europa, y en 1493 su primer diccionario; Juan de Valdés escribió hacia 1535 su “Diálogo de la lengua”), literarios (comienzan entonces los llamados “Siglos de Oro”) y artísticos (es época de gran arquitectura, y en la escultura florece Berruguete). (Henríquez Drena, Pedro, Historia de la cultura en la América hispánica (Méjico, 1966), pág. 24). Parece no compartir estos conceptos Eduardo Galeano: Carlos V era “monarca de mentón prominente y mirada de idiota” y “España habría de padecer el reinado de los Austria durante casi dos siglos” (en Galeano, Eduardo, Las venas abiertas de América Latina, Lanús, 1974, pág. 35). Olvida decir que durante el primer siglo, por lo menos, el Imperio español fue la superpotencia universal, a pesar de la estolidez de la percepción del Emperador...
8. Maeztu, Ramiro de, Defensa de la Hispanidad (Buenos Aires, 1952), págs. 114 y sigs.
9. Galeano se esmera en poner de relieve, todos los avances de las civilizaciones azteca, maya e inca, lo cual es científico (Galeano, Eduardo, op. cit., págs. 64/5). Pero de las lacras de estos pueblos, que ya mencionaremos en este trabajo en términos generales, poco, poquísimo, casi nada. Olvidó que la justicia tiene dos orejas. Y la ciencia histórica, también.
10. En Sierra, Vicente D., Historia de la Argentina, I (Buenos Aires, 1864). pág. 156.
11. Sánchez, Luis Alberto. Breve Historia de América (Buenos Aires, 1978). págs. 33-4.
12. “Para gobernar este enorme Imperio con este sistema económico resultaba indispensable llevar cuenta minuciosa de la población y de sus necesidades; los incas llevaron las estadísticas a un grado de precisión que hoy mismo no existe, como práctica oficial, en
ningún país civilizado... Los kipus les servían a los incas para sus complejas estadísticas” (Henriquez Uraña, Pedro, op. cit., págs. 21-22).
13. Ballesteros Gaibrois, Manuel, op. cit., pág. 112.
14. Sánchez, Lula Alberto, op. cit., pág. 38.
15. Ibídem, págs. 43-4.
16. Ibídem, pág. 38.
17. Canals Frau, Salvador, Las poblaciones indígenas de la Argentina (Buenos Aires, 1986), págs. 509-510.
18. Ballesteros Gaibrois, Manuel, op. cit., págs. 73-4.
19. Ibídem, págs. 132/3.
20. Morales Padrón, F., op. cit., pág. 60. Con su proverbial seguridad, Galeano acota cuando hace referencia a la etapa borbónica: “Continuaban en pie el oscurantismo y el fatalismo” (Galeano, Eduardo, op. cit., pág. 42). Calificar de fatalismo al catolicismo, que en Trento precisamente afirmó la libertad humana contra las tendencias fatalistas de la predestinación, nos parece demasiado. Tanta oscuridad hay en esto, que parece rayano precisamente en oscurantismo. En cuanto al oscurantismo de la Iglesia, contestamos con los últimos capítulos de este trabajo.
21. Lehmann, Henri, Las culturas precolombinas (Buenos Aires, 1986), págs. 52/4.
22. Dumont, Jean, La primera liberación de América, en revista “Verbo”, Nro. 267 de octubre de 1986, pág. 85.
23. Morales Padrón, F., op. cit., pág. 62.
24. Ibídem, págs. 88/9. En su meritorio trabajo “Los campos del Venado Tuerto”, Roberto E. Landaburu relata hechos presenciados por Santiago Avendaño y protagonizados por los indios ranqueles: “En el año 1847 falleció el gran cacique Paine Guor, siendo sucedido en el cacicazgo general de Leuvucó su primogénito Callvalú Guor, también llamado Galván, que fue quien ordenó las tremendas exequias de su padre, que llenaron de horror a la tribu ranquel. En el enterratorio del gran cacique, una procesión popular conducía el cadáver a lo largo de un camino de seis kilómetros hasta la sepultura, y reunidas todas las mujeres de la nación rancul, encerradas en un círculo de lanceros, formaban parte del cortejo. Cada dos kilómetros se hacía una estación y el cacique heredero, el atávico Callvalú, designaba ocho mujeres que eran muertas de un golpe seco de bola en el cráneo. !Fueron así inmoladas veinticuatro víctimas para castigo de las brujas que habían influido en la muerte del cacique...! Y así lo relató un cristiano refugiado, presente en los horrendos hechos. Esta abominable matanza a la faz de los hermanos, maridos y padres de las mujeres sacrificadas, fue completada con el asesinato de la más joven de las esposas de Painé, que tenia una criatura en el pecho; ello para que acompañara, con cinco caballos, diez perros y veinte ovejas, al finado en el valle de la Otra Vida...” (Landaburu, Roberto E., Los Campos del Venado Tuerto [Venado Tuerto, 1985] págs. 70/1 citando a Zeballos, Estanislao, Callvucurá y la dinastía de los Piedra, Edit. Hachette, 1961, pág. 101; y a Avendaño, Santiago, Revista de Buenos Aires, t. XV, pág. 76).
25. Canals Frau, Salvador, op. cit, pág. 347.
26. Sánchez, Luis Alberto, op. cit., pág. 28.
27. Sierra, Vicente D., Así se hizo América (Buenos Aires, 1977), págs. 59/60.
28. Morales Padrón, F., op. cit., pág. 108.
29. Pereyra, Carlos, Breva historia de América (Méjico. 1949). pág. 139.
30. Galeano expone: “Los conquistadores practicaban también, con refinamiento y sabiduría, latécnica de la traición y la intriga. Supieron aliarse con los tlaxcaltecas contra Moctezuma” (Galeano, Eduardo, op. cit., pág. 26). Al no explicar, como lo haría cualquier historiador probo, que los tlaxcaltecas, como otras parcialidades, soportaban los desmanes aztecas, el español aparece como felón y artero.
31. Soustelle, Jacques, La vida cotidiana de los aztecas en vísperas de la conquista (Méjico, 1970), pág. 106.
32. Ibídem, págs. 57/8.
33. Sánchez, Luis Alberto, op. cit., pág. 66. Galeano es rápido para asegurar, habría que vercon qué fundamento, que “la conquista rompió las bases de aquellas civilizaciones. Peores consecuencias que la sangre y el fuego de la guerra tuvo la implantación de una economía minera. Las minas exigían grandes desplazamientos de población y desarticulaban las unidades agrícolas comunitarias” (Galeano, Eduardo, op. cit., pág. 65). Pero de las erradicaciones odiosas de pueblos practicadas a punta de lanza por el inca todopoderoso, no se encuentra en su libro una palabra.
34. Soustelle, Jacques, op. cit., págs. 83/6.
35. Respecto de la posesión de la tierra en Méjico, Soustelle, que califica al régimen político azteca anterior a la llegada de los españoles como monarquía aristocrática e imperialista (pág. 53), especifica: “En tanto que el macehualli (plebeyo) se contentaba con su parcela, los altos funcionarlos disfrutaban de bienes considerables en muchas provincias, a imitación del emperador, que poseía en diversos lugares casas de campo y jardines de recreo. Esta desigualdad de fortunas no era menos notable en lo referente a los bienes «muebles»“ (Op. cit., págs. 89/90).
36. Galeano traza este idílico cuadro: “Tanto las terrazas como los acueductos de irrigación fueron posibles, en aquel imperio que no conocía la rueda, el caballo ni el hierro, merced a la prodigiosa organización y a la perfección técnica lograda a través de una sabia división del trabajo, pero también gracias a la fuerza religiosa que regía la relación del hombre con la tierra, que era sagrada y estaba, por lo tanto, siempre viva” (Galeano, Eduardo, op. cit., pág. 66). Confunde “prodigiosa organización” y “sabia división del trabajo” con trabajo forzado o esclavo que los de abajo debían brindar a las castas superiores. Las monumentales obras del imperio incásico se lograron a lomo de indio, no precisamente noble ni sacerdote. En cuanto a la “fuerza religiosa, que regía la relación del hombre con la tierra”, en realidad los trabajos faraónicos se hacían en virtud del culto al todopoderoso inca, descendiente del Sol y amo absoluto.
37. Cit. por Ramos Pérez, Demetrio, Historia de la colonización española en América (Madrid, 1947). pág. 338.
38. Lehmann, Henri, op. cit., pág. 46.
39. Ibídem, pág. 114. 40. Ibídem, pág. 132.
41. Ballesteros Gaibrois, Manuel, op. cit., pág. 69.
42. Ibídem, pág. 124.
43. Canáls Fray, Salvador, op. cit., págs. 180, 199, 227, 310, 365, 545, 158/9, 246, 382. 482, 382/3, 418. 454, 498/9.
44. Mansilla. Lucio V., Una excursión a los indios ranqueles (Buenos Aires, 1977). pág. 127.
45. Ibídem. pág. 145.
46. Ballesteros Galbrois, Manuel, op. cit., págs. 66/7.
47. Menéndez y Pidal, Ramón, op. cit.. pág. 251.
48. Sánchez, Luis Alberto, op. cit., pág. 74.
49. Sierra, Vicente D., Historia de la Argentina, t. I, pág. 142.
50. Sierra, Vicente D., Así se hizo América, pág. 20.
51. Ibídem, pág. 62.
52. Morales Padrón, T., op. cit., pág. 91.
53. Ibídem, pág. 495.
54. Eder, P. F. X., Descripción de la Provincia de los Mojos en el Reino del Perú, lib. IV, cap. 2, cit. por Bayle, Constantino, España en Indias. Nuevos ataques y nuevas defensas (Vitoria, 1934). págs. 177/8.
55. Sierra, Vicente D., Historia de la Argentina, t. I, pág. 156.
56. Ibídem, pág. 142.
57. Ibídem, pág. 157.
58. Gálvez, Manuel, Vida de Ceferino Namuncurá, el santito de la toldería, (Buenos Aires, 1976), pág. 18.
59. Mansilla, Lucio V., op. cit., págs. 98, 100, 110 y 111.
60. Ramos Pérez, Demetrio, op. cit., págs. 384/8.
61. Galvez, Manuel, op. cit., pág. 19. También Mansilla acota respecto de los ranqueles: “Le entregaron la yegua, la carnearon en un santiamén y se la comieron cruda, chupando hasta la sangre caliente del suelo” (Op. cit., pág. 67).
62. Menéndez Pidal, Ramón, op. cit., pág. 48.
63. Sierra, Vicente D., Así se hizo América, pág. 62.
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