
Estas palabras a modo de introducción tienen la apariencia de una densa y repetitiva perorata, y quizás lo sean, pero muchas veces me veo obligado a intentar explicar lo que no lo necesita, mil disculpas. Luego, les prometo que se pone interesante, cuando hablan los que saben.
Ser rebelde y esnob no son características inusuales en los jóvenes, ni son propias de este tiempo en particular, el hervidero hormonal inquieta y reclama inmediatez, y las ideas son construidas rápidamente con formato de slogans que tienden a soluciones mágicas con poco y nada de estudio, lógica y seriedad; recién cuando se alcanza la madurez se revelarán como lo que son, infantiles falacias.
Este pensamiento adolescente es muy fácil de influir, se debe ir contra todo lo establecido, argumentando (con algo de razón, claro) que son las causas de todos los males de la sociedad injusta y poco equitativa que nos tocó en suerte (todo a la misma bolsa: padre, madre, familia, el Estado, los políticos, la educación, la historia, la cultura, la tradición, los ricos, los empresarios, las multinacionales, los imperialismos, el FMI, las armas, los milicos, las guerras, Dios, el Vaticano, los curas, “la Biblia y el calefón”, etc.) y se debe ofrecer reemplazar todos esos símbolos del fracaso con ideas innovadoras que prometan una sociedad justa e igualitaria (donde “animales humanos” y “animales no humanos” vivan en armonía con sus respectivos “progenitores”, libres de explotación, sin Estado y sin políticos, con una educación librepensadora sin más dogma que el dogma de "la libertad”, sin corsés morales y sin importar ni la historia ni la cultura ni la tradición que deben ser destruidas por ser cómplices, sin ricos ni empresarios capitalistas ni multinacionales que son “la causa de la desigualdad”, sin imperialismos ni FMI, sin fronteras ni ejércitos ni armas ni guerras, sin cielo ni infierno, sin Dios ni Iglesia, ni nada).
“Cosas veredes Sancho”, este infantilismo, bruto por vocación negacionista, se enseñorea por sobre el auténtico pensamiento crítico y se mofa de la lógica, y logra convencer a muchos jóvenes con buenas intenciones mutilándoles el futuro. En el mejor de los casos, sólo idiotiza a una generación.
El sentido común indica que, si rompemos todo, no queda nada y que para solucionar un problema debemos conocer las causas, para aplicar y dosificar una medicina debemos saber cuál es la enfermedad y qué grado de avance tiene. Esto implica primero, sentarse y quemarse las pestañas estudiando muchos años para aprender a identificar y llamar a las cosas por su nombre, y segundo, sentarse y observar el mal en cuestión otra buena cantidad de años hasta descubrir de dónde procede y cómo se desarrolla; y recién después, aventurar una posible cura, que costará mucho desarrollar y que seguramente aplicará para las generaciones futuras. Muy pocas veces tiene la inmediatez que exige la adolescencia.
Este mundo “viejo, reflexivo y lento” y esta forma prudente y metódica de “hacer ciencia” debía cambiar, se necesitaba entonces una receta para un mundo “joven y dinámico”. Receta que hoy es tan vieja como la politiquería misma, ya tenía su forma a fines del siglo XIX y alcanzó su perfección durante el siglo XX.
El modernismo social y político (subjetivismo, relativismo, existencialismo, racionalismo, inmanentismo, falso humanismo <sin trascendencias>, falsa libertad <sin orden ni jerarquía>, partidocracia <y dictadura del número, relativizando el origen de la autoridad y legitimidad del poder>, laicismo <aislamiento o, mejor dicho, sometimiento de la Iglesia al Estado>, etc. ) se convirtió en el pensamiento “políticamente correcto” de la época, prometió un mundo feliz fruto de la razón pura y los avances tecnológicos, la paz, el consumo y el confort, y fracasó. El postmodernismo es todo pesimismo, crítica y lamento continuo, pero sin la inteligencia suficiente como, para al menos, revisar el rumbo.
Pero en el interín, la modernidad cambió al mundo. Algunos pensadores, defendiendo la modernidad, aún hoy argumentan que los avances científicos logrados son la consecuencia del cambio de pensamiento e insisten haciendo adaptaciones aún “más modernas” para intentar corregir errores, y otros, defenestran la modernidad, argumentando que los avances hubieran ocurrido de todas formas y haciendo apología de las eras anteriores. La discusión continuará y exigirá cada vez más académicos.
En mi pobre opinión, la discusión está terminada, los males del modernismo se generaron por las filosofías modernistas y los avances científicos son la consecuencia de los anteriores. No debemos aceptar tan mansamente el relato de los mismos modernistas e indagar un poquito en la antigüedad y el medioevo.
El error de raíz es siempre el mismo, los seres humanos somos buenos por naturaleza y “las estructuras” y “el entorno social” son los que deforman nuestras conductas, nosotros no tenemos la culpa de nada. Si ese “mundo opresor” que nos rodea no existiera, seríamos todos buenitos. Yo debo ser debo ser muy extraño, porque para ser buenito debo esforzarme en controlar mis instintos y tener una voluntad de fierro para sostenerlo, y la mayoría de las veces, no me sale. La verdad es que el ser humano cuando elige el "non serviam", ... bueno, ya saben como termina.
La receta moderna para un pensamiento “joven y dinámico” tomó su forma definitiva con las ideologías. Entiendo que las doctrinas buscan la verdad y comprender y desarrollar al ser humano y por lo general lejos del poder, y que las ideologías construyen un relato más o menos racional para provocar la revolución y acceder al poder para imponer su punto de vista. Si, los que hoy se dicen “humanistas” son los que realmente no les importa el ser lo humano y acomodan las definiciones según sus conveniencias.
Variantes más, variantes menos, y dejando de lado algunas muy delirantes que no hay forma de inventarles una lógica, todas las ideologías parten denunciando medias verdades con un tinte sentimentaloide y a partir de allí, todo vale.
Ya no es necesario estudiar nada, no se necesita una base científica, solo se necesita hacer volar la imaginación. “Seamos realistas, pidamos lo imposible”. La creatividad, libre de toda “atadura”, permitirá construir ideas con la suficiente racionalidad como para aplicarlas directamente, mucha imaginación y acción y muy poco estudio y reflexión.
El resto se resuelve con “la militancia”, fanáticos dispuestos a imponer su discurso liberador de todo orden, incluido el natural. Siempre es más fácil cuando se puede echarle la culpa a algo o alguien. Todos los que no sueñen el mundo como ellos lo concibieron serán etiquetados como culpables de todos los males, enemigos retrógrados y opresores, y con los enemigos ... serán intolerantes.
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“El diablo sabe más por viejo que por diablo”
enuncia el saber popular, y en este caso aplica.
En los ‘60 nos atraía la rebeldía anárquica hippie y en los ‘70, un poquito más creciditos, queríamos cambiar al mundo de la mano de los montoneros. Vestíamos jean y lucíamos el pelo largo y desprolijo, escuchábamos música “extraña”, el Ché era un héroe y Cuba un ejemplo a imitar. Si, también fuimos jóvenes, pero gracias a Dios, alguien nos ayudó a descubrir la verdad, nos acercó algunos libros, nos obligó a estudiar antes que actuar y aprendimos a pensar. En mi caso, fue gracias a mi papá, quien a su vez fue protagonista de las luchas del ‘50 y ‘60, y le costó una vida arrepentirse.
Hoy me toca a mi advertirles a los míos. No hay nada nuevo, es la misma mentira renovada, es la misma basura que corroe las entrañas, comienza negando la trascendencia que nos hace personas y termina siempre en el odio revolucionario y destructivo.
La “juventud maravillosa” empezó soñando la patria socialista y terminó como una banda de terroristas asesinos viviendo de la rapiña, y el actual “progresismo”, que es la cepa seudo-democrática del mismo virus terminal, empezó criticando la "hegemonía cultural burguesa" como una construcción social artificial que nos oprime y terminará provocando un daño irreparable en las personas y en el tejido social, especialmente en las minorías a quienes dice defender.
Llamaban socialdemocracia a la versión democrática en contraposición y crítica al comunismo stalinista y al anarquismo terrorista, y llaman progresismo o socialismo del siglo XXI en contraposición y crítica a las democracias liberales y capitalistas. Pero la verdad es que unos y otros, ayer y hoy, todos son la misma ideología “intrínsecamente perversa”, renieguen o no del nombre de: ideología marxista.
El mejor truco que el diablo inventó
fue convencer al mundo de que no existía.
Pero existe, y toda lucha política es en el fondo una lucha religiosa. El liberalismo y su despreciable hijo el socialismo, pretenden recluir los crucifijos a los altares, y gobernar una sociedad sin Dios y sometida al arbitrio de las ocurrencias que estén de moda.
Las sociedades capitalistas de los países desarrollados han eliminado por completo la posibilidad de la lucha de clases, los obreros organizados participan de los beneficios empresarios y tienen acceso al desarrollo personal y familiar con educación, seguridad, trabajo, crédito y propiedad privada. ¿Cómo lograr entonces que estas sociedades se desmoronen y prefieran un régimen de izquierdas?
Por el contrario, los países del tercer mundo o subdesarrollados son más fáciles de influir, los poderes están en manos de corruptos y en la población, por lo general de baja instrucción, reinan la miseria, las necesidades y la disconformidad. Con unos pocos dólares se pueden comprar “iluminados” charlatanes y armar a los desesperados para que luchen por el poder. Luego, con un poco de prensa se puede convertir a los muertos en héroes, construir un mito y relatar los hechos sesgados en un tono melodramático que conmueva. Cualquier parecido con la realidad argentina de los ‘70 no es pura coincidencia.
Luego, en ambos mundos, los intelectuales y las ONGs salvadoras harán el resto acomodando el relato. Se empieza con "la defensa de los mártires" del subdesarrollo que lucharon contra la opresión capitalista (negando que eran fanáticos tirabomba y asesinos en pos de tomar el poder e imponer una nueva dictadura al servicio de un nuevo amo), continua con "la defensa de la mujer" (resignando la belleza y la feminidad en pos de una falsa igualdad que odia al varón) y con "la defensa de las minorías" y cuanto más extrañas mejor (negando desvíos, enfermedades y perversiones en pos de una falsa no discriminación que enferma aún más), y culmina siempre con "la defensa de un Hombre Nuevo" (y ya cuento decenas de hombres nuevos, o más bien decenas de caprichosos delirios fracasados).
Y a los snobs que creen que están construyendo una sociedad más justa e igualitaria con el socialismo del siglo XXI o con el romanticismo utópico de la anarquía, que creen que están superando al comunismo y al liberalismo con un mundo sin fronteras, sin opresiones y sin guerras, y que creen que están salvando al planeta de la autodestrucción y del calentamiento global, lamento informarles que sólo están cumpliendo con el plan de los realmente poderosos que finalmente reinarán sobre un mundo idiotizado.

Una vez más y como en toda revolución, la libertad que nos ofrecen en este nuevo mundo "más abierto y equitativo", no es otra cosa que:
“la obligación de ser la clase de hombre que ellos quieren que seamos”
A continuación, les dejo una nota de 1977 que los sorprenderá por su actualidad.

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HERBERT MARCUSE, O EL PROFETA DE LA SUBVERSIÓN
"El Enemigo tiene ya su 'quinta columna' dentro del mundo limpio: los rojillos y los hippies y sus semejantes, con el cabello largo y sus barbas y sus pantalones sucios: aquellos que son promiscuos y se toman libertades que les son negadas a los limpios y ordenados"
(H. Marcuse) (1).
Nuestra época respira un ambiente de disolución. Uno de los elementos más importantes y novedosos que integran su "Weltanschauung" es la "contestación permanente", el "Gran Rechazo de la Sociedad Opulenta", su rebelión artística, lingüística, erótica, su temática de la licitud de la violencia contra la "violencia institucionalizada", su nihilismo "enragé".
Pues bien, el noventa por ciento de esos tópicos han sido codificados por la "New Left" norteamericana, y expuestos por su Gran Maestro, el profesor judeo-germano-norteamericano Herbert Marcuse.
EL PERSONAJE
Con la guía ofrecida por el profesor francés Pierre Masset en su libro "El pensamiento de Marcuse" (2) presentaremos al personaje.
"Nacido en Berlín en 1898, representante del freudo-marxismo alemán de la década del treinta, cuya condición de marxista y judío lo obligó, ante la llegada del nazismo al poder, a refugiarse fuera de su patria, primero en Europa y luego en los Estados Unidos, país en el que por fin —desde 1934— quedó establecido y en una de cuyas universidades — la de San Diego, California— enseña actualmente, tras haberlo hecho en varias otras". Su extensa producción intelectual era sólo conocida en ciertos ambientes restringidos, y aun en ellos sus lectores "sentían por ella un soberano desprecio, considerándola una horrenda mixtura de freudismo fantasioso y da marxismo heterodoxo, tan reprobable para los discípulos de Marx como para los devotos de Freud. Por lo demás, ¿cómo tomar en serio a este soñador sexagenario, a este supérstlte del socialismo utópico fourierista, extraviado en la segunda mitad del siglo XX? Pero, de pronto, estalló Mayo. Y sobre las barricadas, lo mismo que desde los muros de la Sorbona, señorearon, dueñas indiscutidas de la Revolución, las tres M: Marx, Mao, Marcuse. Ignorado hasta entonces, Marcuse se elevó súbitamente hasta la altura de los dos gigantes. Sus libros, que hasta ese momento habían conocido tiradas muy modestas, comenzaron a tener éxito" (3).
Así, pues, la fama de Marcuse es reciente y escandalosa. Nace en Mayo de 1968 por la acción de los rebeldes de Nanterre y de los discípulos de Rudi Dutschke (Rudi el Ro¡o). Antes de eso, él había aspirado a otro tipo de celebridad más respetable. Presidente de la División del Pacífico de la Asociación Filosófica Norteamericana, había publicado trabajos de cierta consistencia filosófica como "Razón y Revolución. Hegel y el nacimiento de la teoría social", "Marxismo soviético", "La caída en desuso del marxismo", "Pesimismo. Un estado de la madurez", "Cultura y Sociedad", etc. Pero, advertido de la presencia de ese "Lumpenproletariat" profesional y universitario, gira en su actitud y produce un "cambio cualitativo" en su producción con: "E! fin de la utopía", "Eros y Civilización", "El hombre unidimensional", "Tolerancia represiva" y "Un ensayo sobre la liberación", con los que alcanza la fama y el escándalo.
En verdad, si consideramos globalmente el conjunto de sus obras, aun cuando en el fondo la línea dialéctica-negativista de su pensamiento permanezca inalterable, como lo demuestra su temprana crítica al partido socialdemócrata alemán por su posición frente a la revolución espartaquista de 1918, se pueden trazar tres períodos en su producción literaria.
En el primer período, su etapa alemana, de 1928 a 1932, efectúa al análisis de Hegel en su tesis doctoral desde una perspectiva heideggeriana existencialista. A esa misma época pertenece su estudio de los "Manuscritos económicos-filosóficos de 1844", de Carlos Marx, comentario que hace bajo la inspiración de Georg Lukacs, ensayos que recoge en su obra "Filosofía y Revolución".
Su segundo período (1933-1944), de su estadía en Suiza, cuando se vincula a la denominada "Escuela de Francfort" de Horkheimer y Th. Adorno, y al "hegelianismo de Izquierda", al mismo tiempo que rompe con Heidegger. Las obras más destacadas de ese período son "Cultura y Sociedad" (4) en que ya plantea la filosofía como "praxis" social, y "Razón y Revolución", en la que establece como tarea fundamental de la reinterpretación de Hegel el resaltar la importancia esencial del "poder del pensamiento negativo, es decir, del pensamiento dialéctico", que es el "leit motiv" de toda su producción ulterior.
El tercer período (1945-1968) es el más definidor de su obra. Su tarea se realiza en U.S.A., como profesor de sociología en la Universidad de Columbia (1950-1952); de 1952 a 1956 es miembro del Centro de Investigaciones Soviéticas de la Universidad de Harvard; de 1956 a 1965 se desempeña como profesor de filosofía y ciencias políticas en la Universidad de Boston; y desde ahí en adelante, en la Universidad de San Diego, en California, como profesor de ciencias políticas. Pero lo más interesante para la ficha de este revolucionario de gabinete es que en los años de la Segunda Guerra Mundial trabaja en la "Oficina de Servicios Estratégicos" y en la "Oficina de Inteligencia" del Departamento de Estado, es decir, en los organismos antecesores de la denostada C.I.A. Durante ese tiempo se van publicando sus libros más conocidos: "El hombre unidimensional" (5), que contiene su crítica de la sociedad "represiva" norteamericana, de las costumbres y mentalidad de la civilización industrial avanzada y de la alienación que produce la abundancia; "Eros y Civilización" (6), en que desarrolla su utopía de la "civilización no-represiva"; "El fin de la utopía" (7), libro que contiene sus conferencias de la Universidad de Berlín de julio de 1967, discusiones en las que participó Rudi Dutschke y otro tipo de agitadores. Su idea es que hay que "considerar un camino que vaya de la ciencia a la utopía, y no, como creyó Engels, de la utopía a la ciencia". En esta utopía instala a la "new left", la nueva izquierda de los estudiantes y los negros norteamericanos; "Tolerancia represiva", en que amplía las mismas consideraciones a todos los contestatarios y minorías radicalizadas, a quienes concede el derecho a la intolerancia; "La sociedad industrial y el marxismo" (8); ''Humanismo socialista" (9); "La Sociedad Carnívora" (10); "Libertad y agresión en la sociedad tecnológica" (11); "El envejecimiento del psicoanálisis", "Cambiando el mundo" (12); "Marx y el trabajo alienado" (13), etc., estudios todos que no hacen sino repetir lo de las obras anteriores.
Podríamos decir que su pensamiento se resume en el libro "Un ensayo sobre la liberación", obra que, por aclarar los implícitos del resto, nos servirá como guía. En este ensayo redondea su defensa de los "marginales" como elementos decisivos en la lucha revolucionaria. Escrito en 1969, al analizar los sucesos del Mayo parisiense expresa: "La coincidencia entre algunas de las ideas sugeridas en mi ensayo y las formuladas por los jóvenes militantes fue sorprendente para mí. El carácter utópico radical de sus demandas sobrepasa con mucho las hipótesis de mi ensayo ... Los militantes han invadido el concepto de 'utopía': han denunciado una ideología viciada. Revuelta o revolución abortada, su acción es un viraje decisivo. Al proclamar la 'impugnación permanente' (la contestation permanente), la 'educación permanente', el Gran Rechazo, reconocen la marca de la represión social, aun en las manifestaciones más sublimes de la cultura tradicional, incluso en las manifestaciones más espectaculares del progreso técnico. Ellos han erguido otra vez a un fantasma (y esta vez es un espectro que no sólo espanta a la burguesía, sino a todas las burocracias explotadoras): el espectro de la revolución... para crear la solidaridad del género humano, para abolir la pobreza y la miseria más allá de todas las fronteras, y los ámbitos de interés nacional, para obtener la paz. En una palabra: ellos han sacado la idea de revolución fuera del continuum de la represión, y la han situado en su auténtica dimensión: la de la liberación" (14).
Revolución y Liberación vienen así a identificarse en la causa intemacionalista.
LA REBELION LIBERADORA: PROPULSORES Y ANTAGONISTAS
Marcuse nos dirá además quiénes están, a favor y en contra de ese proyecto. Lo auspician, en primer término, los estudiantes. Desenvolviendo ideas de Fourier ellos han presentado una novedad: es "la primera rebelión poderosa contra la totalidad de la sociedad existente". En Francia, ' las leyendas pintadas en las paredes por la 'jeunesse en colére' reunían a Karl Marx y André Bretón; el lema ‘l’imagination au pouvoir' se llevaba bien con 'les comités (soviets) partout'". Así es como el "movimiento estudiantil" se transforma en una "nueva clase trabajadora", aunque ello sea todavía potencial (15). Esta es la nueva "vanguardia revolucionaria" que viene a desempeñar el rol abandonado por el Partido Comunista. Marcuse sabe que tampoco en ese sector es oro todo lo que reluce: "sin duda, se encuentran allí los meros revoltosos. . ., los escapistas de todo tipo de misticismo, los tontos de buena y mala fe, y aquellos que no les importa lo que suceda"; pero eso no interesa, ya que lo que cuenta es el gesto, "la desobediencia incivil de los estudiantes de París" (16).
Mezclado con el primero aparece el segundo elemento propicio a la revuelta: los marginados de los "ghettos”. "La comprensión, la ternura recíproca, la espontaneidad, incluso el anarquismo" de los hippies es algo que enternece a Marcuse. Y también su protesta 'amoral, anarquista... fantasmal y bufonesca". 'Los que hoy se rebelan contra la cultura establecida también se rebelan contra lo bello en esta cultura, contra sus formas demasiado sublimadas, segregadas, ordenadas, armoniosas. Sus aspiraciones libertarias aparecen como la negación de la cultura tradicional: como una desublimación metódica". Eso explica su rechazo de la Novena Sinfonía de Beethoven y su apasionamiento por el "living theatre" y los "happenings" no-convencionales. Aunque, por desgracia, algunas de estas actividades tan subversivas se presten a la comercialización y dejen de expresar "el ethos estético del socialismo". Pero lo más bello de esta liberación se encuentra en el plano del lenguaje, con "la ruptura con el universo lingüístico del orden establecido. . . Esta es la subcultura Hippie: 'viaje', 'yerba', 'pot', 'ácido', e t c., ... He aquí una rebelión lingüística sistemática". Subcultura que alcanza su propia sublimación con los denuestos e improperios. "Las obscenidades —anota Marcuse — familiares en el lenguaje de los radicales blancos y negros deben ser vistas en este contexto de subversión metódica del universo lingüístico del sistema establecido..., las obscenidades sólo realizan esta función dentro del contexto político del Gran Rechazo. Si, por ejemplo, los más altos ejecutivos del estado o la nación son llamados, no Presidente X o Gobernador Y, sino cerdo X o cardo Y se les 'redefine' como lo que realmente son a los ojos de los radicales... El uso metódico de obscenidades en el lenguaje político de los radicales es el acto elemental de dar un nuevo nombre a los hombres. Y si la redenominación invoca la esfera sexual, ello está de acuerdo con el gran designio de la desublimación de la cultura, que, para los radicales constituye un aspecto vital de la liberación". Por otra parte, el concepto mismo de "obscenidad" merece ser puesto en tela de juicio, ya que "no es obscena en realidad la fotografía de una mujer desnuda que muestra el vello de su pubis; sí lo es la de un general uniformado que ostenta las medallas ganadas en una guerra de agresión … , no el ritual hippie sino las declaraciones de los dignatarios de la Iglesia" (17). El folklore rastrero, la "búsqueda psicodélica", el teatro sexual libre, el exhibicionismo, etc., vendrían a ser, pues, símbolos todos de esta "desalienación" humana, emprendida por estos "puercos" (si así se nos permite "redefinirlos") y aconsejada por su gran padre putativo (si así también se nos concede "redenominarlo").
El tercer elemento constructivo de esta "negación radical" son los "Frentes de Liberación Nacional" de los países del Tercer Mundo. "En Vietnam, en Cuba, en China, se defiende y se lleva adelante una revolución que lucha por evitar la administración burocrática del socialismo. Las fuerzas guerrilleras en América Latina parecen animadas por este mismo impulso subversivo: la liberación" (18). Es lo que Marcuse denomina "la lucha contra la violencia institucionalizada". Lucha en la que todos los golpes están permitidos, y cuanto más bajos sean mejor. "Las fisuras de la sociedad establecida están abiertas todavía y es un deber primordial utilizarlas". ¿De qué manera? Por el Terror. Como hay todavía quienes se escandalizan un poco por esta expresión, Marcuse aclara: "El terror revolucionario es diferente del blanco porque implica, precisamente como terror, su propia trascendencia hacia una sociedad libre, al contrario del terror blanco" (19). Además, y gracias a la bondad innata de estos neo-revolucionarios, no hay peligro que el nuevo terror rojo se codifique a perpetuidad, como sucedió con la Cheka de la calle Lubianka, pues este último caso fue sólo un accidente, una "perversión de la revolución", que ya no se repetirá. Por eso Marcuse los autoriza a matar, secuestrar, raptar, incendiar, violar, vejar, etc., etc., todo ello en nombre de la "Liberación". . .
Esbozados los tres elementos positivos de la "Nueva Izquierda", corresponde ahora delimitar al Enemigo.
Como es sabido, el Gran Rechazo es contra la Sociedad Opulenta, el "establishment". Pero aun allí hay un sector especialmente adverso: el proletariado. La masa trabajadora, "clase revolucionaria en sí, pero no para sí", ha repudiado el radicalismo izquierdista. El proyecto de la "New Left" es hoy "impedido por la integración de las clases trabajadoras organizadas (y no sólo las organizadas) al sistema del capitalismo avanzado ...; la mayoría de las organizaciones sindicales comparten las necesidades estabilizadoras, contrarrevolucionarias, de la clase media, como lo evidencia su comportamiento en tanto que consumidores de mercancía material y cultural, su repugnancia emocional de la 'intelIigentsia' no conformista". En Francia, la revolución "no fue iniciada por los trabajadores sino por los estudiantes"; y en el resto del mundo los ultraizquierdistas "se topan con la vociferante y a menudo violenta hostilidad del 'pueblo' y de las organizaciones obreras" (20).
De esa manera la antigua lucha de clases preconizada por Marx se ha alterado notablemente. Ahora la dicotomía beligerante se da entre la "Nueva Izquierda" de los estudiantes, los marginales y los guerrilleros, y la "Sociedad Establecida", con todos sus componentes. Ello obliga también a cambiar la táctica bélica, porque esta Revolución "es muy diferente de la revolución en anteriores etapas de la historia, esta oposición se dirige contra la totalidad de una sociedad próspera y que funciona bien. . . Esta nueva conciencia y la rebelión de los instintos aíslan tal oposición respecto de las masas y de la mayor parte de las organizaciones obreras, la mayoría integrada, y propician la concentración de la política radical en minorías activas, principalmente entre la ¡oven 'intelligentsia' de clase media y entre los habitantes de los ghettos". Este es el papel histórico de los revolucionarios pequeñoburgueses y del "Lumpenproletariat", que aunque todavía desorganizados como "clases" ya han roto sus vínculos con los opresores. En particular: "al ir contra el mandato de clase y los intereses nacionales que suprimen ese interés común, la revuelta contra las viejas sociedades es auténticamente internacional" (21).
En estas últimas palabras está la esencia del renovado socialismo: un internacionalismo absoluto, a lo Bakunin. Esa nueva "sensibilidad" reniega de las fronteras, e instala su conducción ecuménica en los centros de las metrópolis más avanzadas: "Las precondiciones para la liberación y el desarrollo del Tercer Mundo deben surgir en los países capitalistas avanzados". Por eso, si bien los "F.L.N." cumplen con su tarea destructiva, su importancia real proviene de la repercusión que sus "hazañas" adquieren en las metrópolis. "En este aspecto ideológico, la revolución externa se ha convertido en una parte esencial de la oposición dentro de las metrópolis capitalistas. Sin embargo, la fuerza ejemplar, el poder ideológico de la revolución extrema, sólo pueden dar frutos si la estructura y cohesión internas del sistema capitalista empiezan a desintegrarse. La cadena de la explotación debe romperse por el eslabón más fuerte" (22). Cuba, el Che, Vietnam, etc., son "imágenes" para motivar a los rojillos de las metrópolis. Una pancarta con la foto de Guevara muerto en Bolivia, no interesa por Guevara, que ya está finado, ni menos por Bolivia, que nadie sabe dónde demonios queda, sino por la inspiración que le produce a un hippie cuando se levanta de la cama a las ocho de la tarde. Porque entonces, el susodicho roñoso se encasqueta una boina negra con una estrella roja y lleno de energía se irá a la Sorbona a organizar el "poder joven estudiantil". Allí, en la infaltable asamblea, lanzará un violento discurso contra la opresión del Tercer Mundo, con efusivos recuerdos para las madres de Nixon, De Gaulle, Walt Disney y Brigitte Bardot, acrisolando así su "solidaridad internacionalista". Porque, Marcuse dixit, "la solidaridad (internacional) sigue siendo el factor decisivo; también a este respecto tiene razón Marx" (23).
Tal el resumen de este novedoso catecismo de la "Liberación", violenta, pornográfica, antiobrera e internacionalista. Sus jóvenes discípulos se miran allí como en un espejo, y la charca les devuelve la imagen que mejor les cuadra.
HEGELIANISMO FREUDO-MARXISTA
Claro que detrás de ese esquema hay todo un aparato conceptual. En términos generales, el sistema ideológico de Marcuse se compone de tres ingredientes: el conflicto freudiano, la alienación marxista y la negatividad hegeliana, lo que origina el método de las "tensiones". Naturalmente, para llegar a esta reducción, él ha tenido que inventar una historia "subversiva" de la filosofía, que desemboca en Hegel. "Con la impertinencia de los hegelianos —anota Michel Ambacher— pretende volver a escribir la historia a su manera: comprender a Sócrates o a Platón mejor de lo que ellos se comprendieron a sí mismos". Llega así a la dialéctica, entendida como "la forma de una 'negatividad' inmanente a las cosas. Es una 'contradicción' viviente entre la esencia y la apariencia, en virtud de la cual las cosas van (y en caso necesario se las hace ir) desde lo que no son hacia lo que son". De la filosofía lo que le interesa es la hostilidad que en ella pueda encontrar contra la civilización. En particular contra la sociedad norteamericana que ha albergado su trashumancia, y que por sus anteojeras no conoce sino superficialmente. Marcuse propone a la juventud toda esta mezcla de marxismo y psicoanálisis, como una receta salvadora. "Sería muy doloroso —concluye Ambacher— que, a través de la ideología de un hombre que niega un mundo que ni siquiera fue el suyo, la juventud dejara de adaptarse a un mundo que, de todos modos, será el suyo" (24).
Para completar nuestro esquema sobre el pensamiento de Marcuse seguiremos a los otros dos únicos libros aconsejables que en nuestro medio circulan: el ya citado de Pierre Masset y el de Elíseo Vivas, "Contra Marcuse" (25). Podríamos decir que su tema básico —el de "El hombre unidimensional"— es el de la negación cualitativa.
"Si el marxismo quiere seguir siendo la teoría critica de la sociedad que fue hasta ahora, debe admitir el escándalo de la diferencia cualitativa. No contentarse con el mejoramiento del mal orden existente, sino redefinir la libertad, de manera tal que no se la pueda confundir con nada de lo que pasó basta ahora". Y para ello, "la idea que acude espontáneamente al espíritu ... es la de la dimensión estético-erótica... Por lo tanto, la ruptura radical, la 'negación total' del orden existente. . . señalan un verdadero giro histórico en la orientación del progreso; la existencia humana será transformada totalmente, incluidos el mundo del trabajo y la lucha contra la naturaleza" (26).
Ese cambio total se concreta en el "Hombre Nuevo":
"Parece, entonces, que para cambiar la civilización es necesario, en primer lugar, cambiar al hombre y la organización de sus instintos. La instauración de una civilización no represiva supone una liberación de los instintos reprimidos por una civilización de dominación ... Esta reorganización de los instintos, con reactivación de ciertos dominios tabúes del goce, sería una verdadera reestructuración de la psiquis y modificaría totalmente la existencia humana" (27).
De manera que la civilización se transforma si se cambia al hombre, y al hombre se lo cambia si se cambian sus instintos, y éstos, a su vez, se transforman cuando los actos sexuales, en lugar de practicarse como hasta ahora se ha hecho en la sociedad opresora, se orienten hacia un nuevo campo imaginativo. En tal sentido Marcuse es bastante explícito.
Lo primero que hay que desechar es el machismo, porque éste implica siempre "la tiranía de lo genital". Luego corresponde redefinir esos actos que la Sociedad Represiva ha denominado "perversiones sexuales". Dentro de ellos encuentra una gama de matices muy esclarecedora. Así, en "Eros y Civilización", al analizar el comportamiento de viejos modelos (Eros, Agape, Thanatos, Orfeo, Narciso, etc.), explica:
"En el interior de la dinámica histórica del instinto, la coprofilia y la homosexualidad, por ejemplo, ocupan un papel muy diferente".
"La función del sadismo no es la misma en una relación libidinosa libre y en las actividades de los S.S. (nazis)".
"Por lo mismo, sin duda, se condenará el strip-tease del music-hall burgués mientras se saludará como una liberación el del Living-Theatre. . . uno es explosión, el otro es expansión".
En definitiva: "lo que condena al libertinaje occidental es el ser aún demasiado tímido y conservar todavía algunos tabúes" (28).
Este es el capítulo que Marcuse denomina como "radicalismo moral" y que tiene tanta incidencia en toda su construcción pues, como afirma, "todo radicalismo político supone un radicalismo moral" (29). Tal es el consejo de un septuagenario a los jóvenes socialistas de hoy: si quieren ser buenos liberadores deben evitar el acceso carnal directo y en su lugar desplegarse en juegos eróticos sin objetivo definido ... Es claro que este proyecto hedonista y polisexual está tomado de Freud. Pero el maestro del psicoanálisis se aplicó al estudio de la vida del inconsciente, en tanto que Marcuse lo traslada al orden de los fenómenos conscientes individuales v colectivos. Por oirá parte, es un mensaje que no siempre es bien recibido por sus destinatarios naturales: los jóvenes estudiantes. Su polimorfismo erótico, anota Vivas, es generalmente "malentendido por los chicos que no están demasiado ansiosos de liberarse de la tiranía de lo genital" (30). Como sea, lo cierto es que el neoerotismo es el punto de partida del filosofar de Marcuse.
Por este camino Marcuse "quiere liberar al hombre por medio de una transformación radical de la sociedad". Según la expresión del Che Guevara "construimos al hombre del siglo XXI". Es un proyecto que encuentra algunas resistencias: "Las formas tradicionales de lucha, los medios clásicos de protesta dejaron de ser eficaces —dice — Las clases populares ya no son revolucionarias, la sociedad de consumo las condicionó y anestesió. Quedan los outsiders, los marginales, los parias del sistema" (31).
Su análisis apunta después a una revisión del marxismo.
"Como ustedes saben —escribió en "El fin de la utopía" — sigo creyendo que he trabajado en una línea marxista". En todo caso, como hegeliano de izquierda que es, ubicará su teoría como una "crítica". "La teoría de Marx — dice — es una crítica en la medida en que cada uno de sus conceptos condena el orden existente en su totalidad"; pero, "quizás todavía no representa o ya no representa esta resuelta negación del capitalismo que debería constituir". Con sus añadidos sí se dará "un socialismo construido sobre una base verdaderamente popular, cuya posibilidad demostraron la revolución cubana, la guerra de Vietnam y la revolución cultural china" (32). En verdad, ya antes Onán y Lesbos habían sido profetas de una revolución erótica. Pero no confundamos los planos. Estos últimos deben ser traídos como aporte freudiano; freudiano heterodoxo. En cuanto al marxismo de Marcuse, estima Masset que aquél "fue siempre marxista, desde el despertar de su conciencia política (a diferencia del freudismo al que llegó tardíamente). Además, como no hay un marxismo, sino marxismos, parece muy difícil que se pueda impugnar su fidelidad a Marx, lo cual evidentemente no impide criticar al marxismo que le es propio. Ya vimos que Marcuse no es un marxista 'ortodoxo'. Critica el marxismo soviético. Niega al proletariado el papel de elemento revolucionario. No hay que asombrarse, pues, de que 'Pravda' haya arremetido contra él en muchas ocasiones" (33).
Hasta aquí su freudismo sui generis y su marxismo revisionista. ¿Cuál es el resultado de tales elucubraciones? La crítica negativa de la sociedad establecida. Nosotros ya hemos dicho lo esencial sobre el asunto; pero nuestro suscinto examen resultará mejor iluminado si exponemos las consideraciones que a su propósito ha escrito Elíseo Vivas, profesor también de universidades norteamericanas.
MARCUSE DESMITIFICADO
La crítica de Vivas se basa en un adagio que puede resumirse en esta especie de destrabalengua: el que desmitifique al gran desmitificador, mejor desmitificador será.
Vivas asume la defensa de la sociedad enjuiciada y contrataca. Estudia todos los tópicos gratos al paladar marcusiano: el erotismo, la crítica del arte, del lenguaje, de la libertad, el determinismo, el mecanismo de los placeres, la denuncia de la tolerancia, la filosofía de la historia, etc., y le aplica el cauterio indicado. "Marcuse — dice — es partidario de lo que él llama unas veces 'pensamiento crítico' y en otras ocasiones 'poder de pensamiento negativo'. Usa de este método para atacar lo que denomina 'el infierno de nuestra sociedad opulenta'. Su ataque es radicalmente parcial, completamente selectivo, absolutamente inhumano, cruel, sin caridad. . . He tratado de aplicar el método de Marcuse a su propia obra" (34).
Y en verdad que el experimento vale la pena. Veamos:
Se transcriben dos párrafos de Marcuse, que dicen: "El presente, o sea el mal, es la apariencia; el futuro, o sea el ideal, es la realidad". "La teoría crítica de la sociedad no posee conceptos que puedan tender un puente entre el presente y el futuro: no sostiene ninguna promesa ni tiene ningún éxito; por lo que sigue siendo negativa" (35). Luego se le aplica la lógica formal a esas dos proposiciones contradictorias y se destaca la falsedad del ideal indefinible del marcusismo. Pero, añade, desde el punto de vista dialéctico marcusiano, esa contradicción lógica no cuenta. Lo que pasa, dice Vivas poniéndose en lugar de Marcuse, es que "los esclavos no pueden concebir la felicidad verdadera", porque no han podido "desalienarse" todavía. Entonces, ¿quién podrá atisbar ese porvenir venturoso, aunque neblinoso? Marcuse, sólo Marcuse; "sólo un mestizo, mezcla de materialismo dialéctico y freudianismo, puede concebir la felicidad verdadera". Así ahora los hombres "parecen felices, se consideran felices, son relativamente libres. Y, sin embargo, según Marcuse, no son, no pueden ser, no deberían ser libres ni felices. ¿Por qué no? ... ¿Por qué debería tener sentimientos, capacidades, reacciones sensibles que no tengo?". Porque Marcuse lo dice. Y entonces carga Vivas: "Por eso no voy a soportar que un viejo atrabiliario, escupiendo odio, me diga que no he realizado mi humanidad, que no seré completamente humano hasta que él no destruya mi mundo y en su lugar nos llene de escombros y cadáveres putrefactos. Debido a que su concepto de la esencia del hombre (para usar otra de sus palabras favoritas) es una 'difamación' de nuestra humanidad, encuentro insufrible su desfachatez con que niega nuestra humanidad". Y concluye su argumentación: "La condenación de Marcuse no nos alcanza... nos liquidaría si pudiera, pero no nos convencería... Nos juzga mal: lo sabemos y nos reímos de él. Porque su juicio es válido sólo para quienes están de acuerdo con él" (36).
Aplicando el mismo procedimiento desmenuza diversos aspectos de la teoría marcusiana. Señala cómo esas tesis están "viciadas" (término caro a Marcuse) de nihilismo, de torpe hedonismo, de ignorancias técnicas y epistemológicas, etc. Que la crítica de la sociedad occidental se ha hecho infinitas veces, algunas de ellas con genuina perspicacia, tino y agudez, al lado de las cuales, las objeciones de Marcuse —como la existencia molesta de los "coches grandes"— no son otra cosa que trivialidades.
Pero la fuerza del alegato de Vivas radica en su embate contra el utopismo. Destaca que la futurología marcusiana "lo único que puede darnos es una idea muy rudimentaria del futuro reino del cielo en la tierra. Y cuando llegue el día, camarada, mejor que te guste". Como utopía que es, se asienta sobre la negación de la historia: "Que el pasado es inútil es algo que el revolucionario da por sentado sin expresarlo, sin examinarlo, pero que está siempre presente en sus sueños milenarios. En este sentido Marcuse es un revolucionario típico... Marcuse repite con frecuencia que su análisis crítico de la sociedad es 'histórico'. Pero no quiere decir que haya consultado archivos, examinado documentos amarillentos, estudiado inscripciones y monedas o realizado excavaciones, ni tampoco que haya leído la obra de hombres que hayan llevado a cabo actividades de este tipo. A él no le interesa el proceso real de los acontecimientos tal como lo refieren los historiadores. Cuando él dice historia, quiere decir filosofía de la historia, y es desde este punto de vista que interpreta el desarrollo de la sociedad. Le permite decir de manera apriorística cómo ocurrirán los hechos...; las frecuentes referencias de Marcuse a la historia subrayan el fluir, y nunca su valor como fuente de inspiración o sabiduría. Si Marcuse se ocupa del efecto poderoso del pasado sobre el presente es para deplorarlo, para condenarlo por irracional, para denunciar sus iniquidades. Para él el pasado es algo que hay que superar, no que utilizar sabiamente. La razón se ocupa de sus crímenes para suprimirlos y asegurarse de que no se repitan" (37).
'Esta paradoja lingüística de mentar la historia para negarla —por otra parte propia de todos los utopistas— es, en el caso de Marcuse, una constante generalizada. Así, este "maestro de la polémica oscura", como lo ha llamado Robert W. Marks, habla de la "tolerancia" para predicar el terror. En su ensayo sobre la "Tolerancia represiva" afirma que para los ilustrados franceses de 1789 "la tolerancia no implicaba justicia para todos los partidos existentes. Significaba, en realidad, la abolición de uno de los partidos". En consecuencia, para su propio proyecto "la realización del objetivo de tolerancia exigiría intolerancia. . . la tolerancia liberadora, entonces, implicaría intolerancia hacia los movimientos derechistas y tolerancia a los movimientos de la izquierda. En lo que respecta al alcance de esta tolerancia y de la intolerancia... se extendería al campo de la acción como al de la discusión y de la propaganda, del hecho y también de la palabra" (38).
Esta brutal contradicción, este sectarismo desenfrenado, encuentra su réplica adecuada en los conceptos de Vivas:
"Marcuse lo dice muy en serio. Tolerancia para el pensador negativo y sus seguidores, los destructores... ¿Y los que no están de acuerdo? Al paredón, por supuesto... Estos obstruccionistas son enemigos de la humanidad... No se debe dar cuartel a la oposición. Fíjense que este es el programa considerado de un hombre que lucha bajo la bandera de la 'razón', cuyo programa lleva el lindo nombre de 'tolerancia liberadora'. ¿Y de qué libera a quien tiene la imbecilidad de disentir? Cuando a uno lo ponen contra el paredón está enteramente liberado, liberado de más dolor, ansiedad, disensión, trabajo: uno está liberado de la vida". Es por esto que Vivas reclama que no se le conceda el trato de "fair play": "No merece — dice — nuestra cortesía, nuestra caridad, nuestra tolerancia. Ha proclamado por escrito el principio de intolerancia hacia aquellos que no están de acuerdo con él. No hay ninguna razón... para tratarlo de un modo distinto de aquel con que él trata a sus antagonistas. Si tuviera el poder por un momento sería más terrible que Robespierre o Saint-Just; sería una especie de Stalin y Hitler fusionados, porque ello es una parte explícita, meditada y fundamental de su ideología" (39).
En el fondo de esa intolerancia radical que Marcuse siente por la sociedad donde vive está el odio, un odio químicamente puro. De ahí, señala Vivas, que la lectura de este "erudito nihilista hinchado de odio despierta la contra-ira". ¿De dónde provienen todas esas negaciones tan irracionales?, pregunta. "Algo —se responde— lo ha herido profundamente. Un odio tan intenso, tan implacable, tan puro, debe tener una raíz profunda en su alma... ¿No hay nada de esta época, de este mundo, que le parezca bueno? ¿Alguna pieza de música, poesía, amigos, una buena comida con buen vino, una mañana clara y fresca en el campo, un atardecer junto al mar?... Si se juzga por sus libros, el lector no tiene ni la menor sospecha de que Marcuse haya pensado alguna vez que vale la pena vivir. Si pueden tomarse como prueba sus libros, especialmente "El hombre unidimensional", Marcuse no ha vivido ni una hora que atesore o que le gustaría volver a vivir". Es un hombre sin "piedad", en el sentido clásico del término. Es el Torquemada de la Nueva Izquierda.
Sin embargo, en Norteamérica, por lo menos, lo han llenado de sinecuras y distinciones universitarias, y jamás ha existido la "censura" contra la que continuamente escribe: "¿Cuándo, dónde y por qué medio oficial, bajo qué circunstancias se le ha impedido a Marcuse que disemine su odio?". Por el contrario, lo ha rodeado un grupo de seguidores que aplauden su labor por todos los medios de la propaganda. "Hay muchos intelectuales que están completamente de acuerdo con esta actitud completamente negativa de puro odio, hombres educados que experimentan extáticos, el vértigo de la destrucción total. La mayoría de estos nihilistas no pertenecen a la clase más desheredada de nuestra sociedad. El grupo está integrado por profesores universitarios y por los estudiantes que ellos pervierten al convertirlos a su destructiva visión, maestros de escuelas primarias, miembros del clero y profesionales del derecho e incluso de la medicina e ingeniería. . . Son los soñadores de la. libertad 'in vacuo', los de las consignas abstractas y las teóricas fórmulas políticas de los miembros de la Cosa Nostra intelectual de la Nueva Izquierda, con sus causas fabricadas, sus histriónicas quejas y su humanitarismo abstracto ... lo peor de lo peor ... los termites intelectuales del mundo occidental". En tal sentido si bien "la realidad abstracta de Marcuse es estrictamente la realidad abstracta del marxista ... que confunde sus sueños del milenio con una probable realidad", resulta peor que el marxismo tradicional. "Un fantasma frecuenta nuestro mundo, el espectro del nihilismo. El fantasma que Marx y Engels dejaron suelto en su mundo fue una amenaza calamitosa. Pero tenía una gracia redentora. Ellos querían la destrucción de nuestra sociedad con el fin de crear, decían, un mundo sin iniquidad y sin explotación. El fantasma que frecuenta nuestro mundo no se propone otra cosa que la destrucción. El nihilismo contemporáneo no tiene planes para construir un mundo mejor y se jacta de no tenerlos. Está empecinado en destruir por destruir... Todo lo que existe sirve únicamente para la botella incendiaria, y luego para la bomba y la dinamita". De tal gente, Marcuse es el maestro; y a este megalómano, se pregunta Vivas, "¿debemos darle un cheque en blanco, firmado por todos, para que después descargue sobre nosotros mismos su ponzoñoso odio?" (40).
Lo peor de todo es que esa iniquidad ha hecho escuela; se ha convertido en la bandera de los marginales del "poder estudiantil". Rudi Dutschke, apodado "El rojo", lo proclamó uno de los miembros de su "Santísima Trinidad". Marcuse es un profeta de esos contestatarios berlineses a quienes el ministro Franz Joseph Strauss calificó como un "moderno jardín zoológico en el cual todos se alimentan de estupefacientes, de maoísmo, de amor libre" (41). Para ellos (o sus colegas yanquis), anota Vivas, Marcuse ha tenido que mejorar su anterior oscuridad conceptual, dada "la condición bilingüe de los 'chicos', que sólo conocen dos idiomas, inglés americano y el de las malas palabras". Y les ha proporcionado parte de su "idiolecto", un argot de polisílabos que no pertenece a la familia indoeuropea, con expresiones tales como "desprivatizarse", "internalizarse", "implementarse", etc. Cuando Marcuse habla de "la brutalización del lenguaje" —apunta Vivas— aparentemente no se da cuenta de que una frase como la,"brutalización del lenguaje" contribuye a la brutalidad del lenguaje que ataca. Lo cierto es que la cosa les gusta "a los chicos ... criados en la abundancia, sin serias responsabilidades, habiendo aprendido que no hay normas objetivas que guíen la conducta, la autoritaria condenación del mundo que hace Marcuse reconforta a los chicos. Es dudoso que tengan la fortaleza necesaria para descifrar el pensamiento del maestro. Pero entienden la tendencia general y muchos slogans. Concuerdan con la tendencia y usan los slogans. Saben más o menos claramente que fomenta sus quejas y protege sus sueños". Y él, a su vez, "expresa todo en blanco y negro para ellos, como les gusta: todos los amigos de un lado, los enemigos del otro.
Algo así se puede manejar sin pensar, coléricamente. Lo que él no simplifica o lo que pasa por alto, ellos también pasan por alto. Insinúa que ellos representan la esperanza del mundo y como son ignorantes, arrogantes y crédulos, le creen". Y se ponen a destruir las universidades que es su medio ambiente. Y están los mayores, que los disculpan, los apañan, porque "los jóvenes siempre se rebelan contra la opresión". En verdad, afirma Vivas, ellos "se rebelaron porque no querían prepararse para las responsabilidades, obligaciones y frustraciones que impone la vida adulta". Y porque es más fácil insultar que estudiar (42).
Ese es el saldo de la teoría de Marcuse. Una doctrina que se basa en el odio y la difamación. "Nada más fácil que 'difamar', como diría Marcuse, la oposición, tirándola al inodoro psicoanalítico". Porque, claro, quien no concuerde con su polimorfismo sexual, será necesariamente, un "sadomasoquista", un "autohumillado", etc. Una teoría que propone una felicidad "soñada por alguien que ama al hombre pero que odia a los hombres". Que se proyecta hacia la "liberación", cuando "en realidad a Marcuse no le interesa la libertad o libertades del hombre. Le interesa la libertad de regresar, aunque se quiera o no, a un estado de sexualidad polimorfa y narcisista", es decir: "la libertad de Marcuse de obligarnos a ser la clase de hombres que él ha decidido que seamos" (43).
Para Pierre Masset la respuesta de Marcuse a los defectos concretos de la sociedad occidental es "no sólo insuficiente y vacía, sino falsa y peligrosa. Y el remedio que preconiza nos parece peor que la enfermedad" (44). Elíseo Vivas es más terminante. Sostiene que el marcusianismo es, en última instancia, la teoría de la "escopeta de caño recortado" y, por ello, "los hombres que defienden a Marcuse deberían ser procesados: o son ignorantes, o están corrompidos" (45).
Publicado en Mikael
Año 5 - N°13
1° Cuatrimestre 1977
(1) Un ensayo sobre la liberación, p. 79.
(2) Buenos Aires, Amorrortu, 1972.
(3) Ib. pp. 7-9.
(4) Editada en Buenos Aires, Sur, 1968
(5) Ed. cast., México, Joaquín Mortiz, 1968.
(6) Ed. cast., México, Joaquín Mortiz, 1965.
(7) Ed. cast., México, Siglo XXI, 1968.
(8) Buenos Aires, Quintaria, 1969.
(9) Buenos Aires, Paidós.
(10) Buenos Aires, Galerna, 1969.
(11) México, Siglo XXI, 1969.
(12) En: "Marcuse polémico", Buenos Aires, Jorge Alvarez, 1968.
(13) Buenos Aires, Carlos Pérez, 1969.
(14) Un ensayo sobre la liberación, México, J. Mortiz, 1969, p. 9.
(15) Cf. ib., pp. 29, 63.
(16) ib., pp. 64-65, 73.
(17) l b „ pp. 91, 68, 51, 53, 41 nota 8, 16.
(18) Ib., p. 7.
(19) C¡t. por Masset, Plerre, op. c!t., pp. 110, 172.
(20) Ib., pp. 58, 22-23, 63, 64.
(21) Ib., p. 56.
(22) ib., p. 84.
(23) Cit. por Masset, Pierre, op. cit., p. 100
(24) Marcuse y la civilización norteamericana, Barcelona, Acervo, 1970, pp. 19, 18, 145, 146.
(25) Buenos Aires, Paidós, 1973.
(26) Cit. por Masset, Pierre, op. cit., pp. 36-37.
(27) Cit. por Masset, Pierre, op. cit., p. 42.
(28) Cit. por Masset, Pierre, op. cit., pp. 136-137.
(29) Cit. por Masset, Pierre, op. cit., p. 121.
(30) Op. cit., p. 237.
(31) Cit. por Masset, Pierre, op. cit., p. 180
(32) Cit. por Masset, Pierre, op. cit., p. 88.
(33) Op. cit., p. 128.
(34) Op. cit., p. 12.
(35) Cit por Vivas, Elíseo, op. cit., pp. 116, 118.
(36) Op. cit., pp. 130, 184-185, 131, 1
(37) Op. cit., pp. 130, 226, 224-225.
(38) Cit. por Vivas, Eliseo, op. cit., pp. 199, 203.
(39) Op. cit., pp. 199-200, 12
(40) Op. cit., pp. 129, 115, 35, 205, 29, 30, 31, 117, 27, 201.
(41) Cf. "Análisis", año VIII, n° 372, del 29l4|68.
(42) Op. cit., pp. 247, 248, 256-257, 261.
(43) Op. cit., pp. 92, 179, 182.
(44) Op. cit., p. 188.
(45) Op. cit., p. 263.
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